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Sí, caballeras y caballeros, conservo escrupulosamente unos estándares de baja calidad a los que me debo.

domingo, 1 de abril de 2012

Cuento de primavera



Cuento de primavera:

            Antes de nada, niños, me gustaría advertiros de que los colores de este pequeño cuento de primavera son el blanco, el negro y el rojo. No, no son los colores propios de una historia con final feliz, así que, si lo que queréis es un relato de pájaros cantando a coro con las flores, posiblemente seguir leyendo no sea la mejor opción. Pero si no os importa que el final vaya a ser triste –a veces hay finales tristes–, continuad…

Érase una vez un hombre muy romántico que paseaba por el parque a eso de las dos de la tarde. Este hombre, siempre muy atento a lo que pudiera ocurrir, se encontró con el Amor que estaba sentado en un banco tomando el sol del mediodía.
            No estaba muy seguro de si era o no era el Amor, de modo que, por si acaso, le preguntó quién era.
–Soy el Amor –respondió.
–Entonces pronto me enamoraré –dedujo el hombre.
–Supongo –dijo haciendo una mueca de circunstancias–, no lo sé… yo sólo estoy por aquí, se está a gustito.
El hombre, temeroso de que el Amor pudiese marcharse de su lado y haciendo gala de un pragmatismo que de lógico rayaba en la psicopatía, comenzó a arrearle puñetazos en la cabeza hasta que éste se quedó inconsciente y se lo llevó a su casa como rehén. Era un hombre muy romántico y…
Un momento. Niños, tenéis que entender que el Amor es un concepto abstracto y que, aunque es igual para todos si es bien entendido, nuestro hombre romántico sólo veía un Amor muy concreto e individual que no era ni más ni menos que el que él había creado. Era un amor grandilocuente y muy limitado, en definitiva sometido al autoritarismo. Él se creía, como hacen muchos adolescentes, el único amante verdadero. No hace falta aclarar que estaba muy equivocado y que su error le llevaría lejos. Pero, en fin, continuemos con la historia.
Como iba diciendo, era un hombre muy romántico y había idealizado tanto el Amor que básicamente lo tenía secuestrado en el cuarto de baño contiguo a su espaciosa habitación –nuestro hombre romántico vivía en un lujoso chalet, aunque eso importaba más bien poco salvo por el hecho de que tenía un garaje privado muy práctico, ya veréis–. El Amor, maniatado, trataba de hacerle entrar en razón y le decía:
–No puedes retener el amor. No puedes hacer que nadie se enamore de ti, sólo puedes amar en la libertad. Da igual qué sutiles artimañas utilices, si sigues haciendo lo que haces, no amarás, sólo crearás una ilusión, sólo será una situación de necesidad.
–¿Una situación de qué?
–De necesidad… –repitió– de codependencia. Ya sabes, dos personas que están juntas porque tienen miedo de vivir el amor de verdad o de vivir a secas… ¡Por eso me has raptado! ¡Si yo fuera una persona de carne y hueso gritaría para que los vecinos llamaran a la policía!
Y es verdad que nadie podía oír al Amor de nuestro hombre romántico, no obstante nuestro hombre sí. Y lo consideraba bastante molesto, porque se quejaba mucho y se pasaba todo el día suplicando libertad. Así que lo amordazó.
Era nuestro hombre un tanto fanático con su idea del amor. Ni siquiera el Amor iba a hacerle cambiar de opinión.
Fueron transcurriendo los años y tuvo cinco parejas distintas con tres mujeres y dos hombres mientras su recluso pasaba el tiempo encerrado en el cuarto de baño contando baldosas. Nuestro hombre siempre les decía a sus amados: “Nadie te amará como yo”. Y, afortunadamente para sus parejas, era cierto. Él no sabía amar, siempre necesitaba a alguien. Se enamoraba del amor y no de sus parejas.
El pobre hombre no era muy listo y como no era muy listo se creía muy especial. De pequeño le dijeron que tenía que ser mejor que los demás y se lo debió de creer. No comprendía que lo especial estaba en todas partes.
Siempre hacía sufrir a los demás. Creía que su problema era no dar con la persona adecuada, sin embargo su problema era el siguiente: no era capaz de entender la forma en la que el amor florecía con sus pétalos y sus espinas, y que había que regarlo igual todos los días. Y, además, siempre quería enjaularlo como si fuera un animal doméstico. Deseaba lo imposible.
No se trataba de que sus relaciones fueran el problema sino de que su forma de relacionarse no era apropiada.
Pero, como hemos dicho, se creía especial y por lo tanto era incapaz de ver aunque tuviera dos ojos en la cara. De modo que siguieron pasando los años y un día, ya solo y muy harto de no entender las lecciones de la vida, agarró a su Amor –famélico y casi muerto por falta de alimento– lo bajó al garaje y lo tendió sobre una mesa.
Cogió unas tijeras de podar y le arrancó el dedo corazón de la mano derecha con el cuál intentaba su cautivo expresarle su opinión del asunto. Nuestro hombre tenía en mente hacerse un llavero con aquel dedo, un capricho. Bueno, el caso es que después cogió una motosierra y la puso en marcha.
Y comenzó a desmembrar al Amor sobre su mesa del garaje, ignorando  unos gritos desesperados que imploraban salvación ensordecidos por la mordaza que llevaba.
Seguidamente arrojó el torso, los brazos, las piernas y la cabeza –que, cubiertos de sangre, lo estaban poniendo todo perdido de rojo– a una trituradora de carne que tenía felizmente por allí.
La activó y la máquina hizo su trabajo.
Después cogió la masa sanguinolenta del Amor y lo metió en una batidora eléctrica para hacerse un zumo.
Cosa que hizo.
Y, claro, se lo bebió.
Estaba convencido de que así el amor nunca le abandonaría.
Por supuesto, niños, ya podéis imaginar qué le ocurrió a aquel hombre que había descuartizado su amor sin miramientos…
Nunca jamás volvió a saber nada de él.

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Cuento de primavera por Jorge Roussel Perla se encuentra bajo una Licencia Creative Commons Reconocimiento-NoComercial-SinObraDerivada 3.0 Unported.
Basada en una obra en parafernaliablablabla.blogspot.com.es.

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