Cuento
de primavera:
Antes de nada, niños, me gustaría
advertiros de que los colores de este pequeño cuento de primavera son el
blanco, el negro y el rojo. No, no son los colores propios de una historia con
final feliz, así que, si lo que queréis es un relato de pájaros cantando a coro
con las flores, posiblemente seguir leyendo no sea la mejor opción. Pero si no
os importa que el final vaya a ser triste –a veces hay finales tristes–,
continuad…
Érase una vez un
hombre muy romántico que paseaba por el parque a eso de las dos de la tarde.
Este hombre, siempre muy atento a lo que pudiera ocurrir, se encontró con el
Amor que estaba sentado en un banco tomando el sol del mediodía.
No estaba muy seguro de si era o no
era el Amor, de modo que, por si acaso, le preguntó quién era.
–Soy el Amor
–respondió.
–Entonces pronto
me enamoraré –dedujo el hombre.
–Supongo –dijo
haciendo una mueca de circunstancias–, no lo sé… yo sólo estoy por aquí, se
está a gustito.
El hombre,
temeroso de que el Amor pudiese marcharse de su lado y haciendo gala de un
pragmatismo que de lógico rayaba en la psicopatía, comenzó a arrearle puñetazos
en la cabeza hasta que éste se quedó inconsciente y se lo llevó a su casa como
rehén. Era un hombre muy romántico y…
Un momento. Niños,
tenéis que entender que el Amor es un concepto abstracto y que, aunque es igual
para todos si es bien entendido, nuestro hombre romántico sólo veía un Amor muy
concreto e individual que no era ni más ni menos que el que él había creado.
Era un amor grandilocuente y muy limitado, en definitiva sometido al
autoritarismo. Él se creía, como hacen muchos adolescentes, el único amante
verdadero. No hace falta aclarar que estaba muy equivocado y que su error le
llevaría lejos. Pero, en fin, continuemos con la historia.
Como iba
diciendo, era un hombre muy romántico y había idealizado tanto el Amor que
básicamente lo tenía secuestrado en el cuarto de baño contiguo a su espaciosa
habitación –nuestro hombre romántico vivía en un lujoso chalet, aunque eso
importaba más bien poco salvo por el hecho de que tenía un garaje privado muy práctico,
ya veréis–. El Amor, maniatado, trataba de hacerle entrar en razón y le decía:
–No puedes
retener el amor. No puedes hacer que nadie se enamore de ti, sólo puedes amar
en la libertad. Da igual qué sutiles artimañas utilices, si sigues haciendo lo
que haces, no amarás, sólo crearás una ilusión, sólo será una situación de
necesidad.
–¿Una situación
de qué?
–De necesidad… –repitió–
de codependencia. Ya sabes, dos personas que están juntas porque tienen miedo
de vivir el amor de verdad o de vivir a secas… ¡Por eso me has raptado! ¡Si yo fuera
una persona de carne y hueso gritaría para que los vecinos llamaran a la
policía!
Y es verdad que
nadie podía oír al Amor de nuestro hombre romántico, no obstante nuestro hombre
sí. Y lo consideraba bastante molesto, porque se quejaba mucho y se pasaba todo
el día suplicando libertad. Así que lo amordazó.
Era nuestro
hombre un tanto fanático con su idea del amor. Ni siquiera el Amor iba a
hacerle cambiar de opinión.
Fueron transcurriendo
los años y tuvo cinco parejas distintas con tres mujeres y dos hombres mientras
su recluso pasaba el tiempo encerrado en el cuarto de baño contando baldosas. Nuestro
hombre siempre les decía a sus amados: “Nadie te amará como yo”. Y,
afortunadamente para sus parejas, era cierto. Él no sabía amar, siempre
necesitaba a alguien. Se enamoraba del amor y no de sus parejas.
El pobre hombre
no era muy listo y como no era muy listo se creía muy especial. De pequeño le
dijeron que tenía que ser mejor que los demás y se lo debió de creer. No comprendía
que lo especial estaba en todas partes.
Siempre hacía
sufrir a los demás. Creía que su problema era no dar con la persona adecuada,
sin embargo su problema era el siguiente: no era capaz de entender la forma en
la que el amor florecía con sus pétalos y sus espinas, y que había que regarlo
igual todos los días. Y, además, siempre quería enjaularlo como si fuera un
animal doméstico. Deseaba lo imposible.
No se trataba de
que sus relaciones fueran el problema sino de que su forma de relacionarse no
era apropiada.
Pero, como hemos
dicho, se creía especial y por lo tanto era incapaz de ver aunque tuviera dos
ojos en la cara. De modo que siguieron pasando los años y un día, ya solo y muy
harto de no entender las lecciones de la vida, agarró a su Amor –famélico y
casi muerto por falta de alimento– lo bajó al garaje y lo tendió sobre una
mesa.
Cogió unas
tijeras de podar y le arrancó el dedo corazón de la mano derecha con el cuál
intentaba su cautivo expresarle su opinión del asunto. Nuestro hombre tenía en
mente hacerse un llavero con aquel dedo, un capricho. Bueno, el caso es que después
cogió una motosierra y la puso en marcha.
Y comenzó a
desmembrar al Amor sobre su mesa del garaje, ignorando unos gritos desesperados que imploraban
salvación ensordecidos por la mordaza que llevaba.
Seguidamente arrojó
el torso, los brazos, las piernas y la cabeza –que, cubiertos de sangre, lo
estaban poniendo todo perdido de rojo– a una trituradora de carne que tenía
felizmente por allí.
La activó y la
máquina hizo su trabajo.
Después cogió la
masa sanguinolenta del Amor y lo metió en una batidora eléctrica para hacerse
un zumo.
Cosa que hizo.
Y, claro, se lo
bebió.
Estaba
convencido de que así el amor nunca le abandonaría.
Por supuesto,
niños, ya podéis imaginar qué le ocurrió a aquel hombre que había descuartizado
su amor sin miramientos…
Nunca jamás
volvió a saber nada de él.
Cuento de primavera por Jorge Roussel Perla se encuentra bajo una Licencia Creative Commons Reconocimiento-NoComercial-SinObraDerivada 3.0 Unported.
Basada en una obra en parafernaliablablabla.blogspot.com.es.
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