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Sí, caballeras y caballeros, conservo escrupulosamente unos estándares de baja calidad a los que me debo.

martes, 25 de diciembre de 2012

Lo más llevadero



Lo más llevadero:

Se oyó a sí mismo lejano, cayendo contra el suelo en una calle nocturna y vacía de ojos.
Ella comenzó a pegarle tras haberle derribado.
Él dejó de ser un rato, dejó de existir un ratito. Fue nadie, él fue nadie un momento.
Y esperó y esperó, notando cómo los segundos le torturaban, implorando algo parecido a la absoluta inconsciencia o al menos a una anestesia que nunca acudía a su alma pese a sus ruegos. Si no era nadie, ¿por qué sentía los golpes de su amada sobre él, arrancándole cada uno de ellos un pedazo de lo que le pudiera quedar de autoestima?
Se cubría la cara de miedo, de vergüenza.
Ella llorando de rabia le insultaba, le decía toda clase de cosas terribles mientras le daba puñetazos.
Después dejó de pegarle.
Él se levantó y la abrazó.
“Pobrecita”, pensó, “yo tengo la culpa de que esté así”.
Ella únicamente le recordaba que era él quien le hacía a ella enfadar, que él era el único motivo de que su vida le fuera mal y que él era lo único que le iba mal en la vida.
Y es que hacía tiempo que ese novio había dejado de ser una persona y accedía a todo cuanto se le ordenara. Callaba y observaba cómo no importaba nada de lo que pudiera sentir. Erraba demasiado y por eso ella le pegaba de vez en cuando, aunque la mayoría de las veces tan sólo le insultaba o se lo recordaba directamente. Él se sabía sin derecho a la fidelidad de su pareja ni al bienestar, y hacía tiempo que había renunciado a cosas así, porque él era malo. Estaba asumido.
De modo que el castigo era lo justo.
Luego harían el amor y ella le recordaría cuantísimo le amaba.
Sólo era una pequeñísima parte de lo que ocurría, lo demás era mucho peor así que hoy estaba de suerte, y es que resultaba ser lo más llevadero: sólo eran golpes al fin y al cabo.
Y todo el mundo sabía que no era maltrato, porque los maltratadores sólo podían ser hombres.
¡Cuánto la quería!

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