Lo
prometido es deuda.
La
Señora de las Pesadillas:
Luces y sombras
se colaban entre los arcos ruinosos que debían haber guardado los colores de
una vidriera, claroscuros que notaba resbalando sobre mis párpados cerrados.
Decidí abrir los ojos, las legañas dolían.
Una tarde
plateada drenaba todo calor contenido en mi cuerpo permaneciendo entre el
brillo difuso de un crepúsculo detenido en el tiempo. Una bañera desconchada y
llena de agua sucia se colmaba además con mi cuerpo encogido en su interior.
Una casa negra se recortaba contra las nubes plomizas y unos árboles nudosos y
muertos la flanqueaban como guardianes silenciosos.
El pálido cadáver de una chica de cabello
azabache avanzó en el inicio de un espasmo hacia mí y desapareció apenas
empezado el movimiento. Y reapareció más cerca y así, mediante pesadas
materializaciones, fue recortando la evanescente distancia que debía de haber
entre las dos.
Estaba desnuda.
Como yo.
Sus ojos nadaban en un tono blanco
azulado y estaban muy abiertos, y eso provocaba en mí el preludio de algún
sentimiento emparentado con el terror y las náuseas. De sus heridas abiertas
larvas y gusanos se alimentaban y eso me procuraba una honda repugnancia. Su
cara era bella, increíblemente bella, y el fuerte contraste en aquel conjunto resultaba
simplemente estremecedor.
Un tono sostenido y sin vida se
abrió paso a través de unos labios congelados, inmóviles:
–No hace frío. Me encanta estar aquí
contigo –la dulzura de su voz no emitida se aferraba a mi cuerpo y me sabía incapaz
de echarla de allí.
Yo tiritaba, no muy segura si de
frío o debido al espanto. La confusión pasaba la noche bajo mi piel.
La muerta se abalanzó sobre mí y me
cogió de las muñecas, apretándomelas con fuerza hasta causarme un dolor tan
penetrante que, fluyendo a través de mis venas, se enraizó en mi corazón.
Cuando el dolor comenzó a treparme hasta la boca en un grito, ella me soltó
rápidamente, creo que alarmada, no podía estar segura. Su rostro inexpresivo
cambió sólo por una décima de segundo, como un fotograma perdido en una bobina,
tomándolo la impresión y la culpa; tan rápido que no supe si aquello había sido
real o imaginado.
Invariablemente
ella me había dejado ir.
De repente se arrojó
al suelo, como si se lanzase desesperada a los brazos de alguien que no estaba
allí, liberando un chillido inhumano que asoló aquel tergiversado plano onírico
en una ola de puro ruido, rabia y fuerza invisible. La madera de la casa
explotó en astillas y la vivienda se derrumbó. Yo seguía allí, junto al resto
de aquel sórdido paisaje que parecía nacido de una mente enferma.
La joven me
contemplaba con un desconcierto discordante en los ojos, tirada en el suelo. Su
cuerpo fue cubierto rápidamente por una armadura de metal oxidado y quemado,
placa sobre placa cerrándose a golpes, desde los pies hasta la cabeza.
Dudé por un
momento de algo que ignoraba, tenía mucho frío y ya no entendía lo que el miedo
me quería decir.
No sé cómo pero me atreví a
erguirme, el agua negra que huía de mi piel en su resbalar parecía cálida
comparada con el tacto helado de aquella horrible pesadilla. Todo pareció apagarse
un poco más y vi a la chica lejana entre los árboles, mirándome, desnuda de nuevo.
Al instante apareció ante mí, demasiado cerca. Pero ya no quedaba más turbación
en ese mundo a la que yo pudiera dar vida y, a pesar de que había recogido cuanta
había quizás se había escondido de mí la angustia, asustada.
La muchacha, ni
viva ni muerta, comenzó a hablar, trabajosamente esta vez, como si cada palabra
pronunciada hubiese atravesado una cámara de tortura sólo para introducirse en
una dama de hierro.
–Ellos no
quieren que te haga daño. Ellos no quieren que te asuste. Ellos no quieren que
esté contigo. Eres la persona que más quiero en este mundo putrefacto, eres mi
amor. Duermes en tu bañera y yo me hundo en la oscuridad de mi habitación
contando el tiempo de la descomposición de tu cuerpo. Eres estúpida. No
tendrías que haberte asustado. Hubiera podido dormir contigo, imbécil.
Mis piernas
temblando dejaron de sostenerme y yo caí sin remedio. Pero ya no había bañera,
sólo un banco cuyo respaldo recibía duro mis vértebras.
La joven
cadavérica estaba sentada a mi lado. Sujetaba una esponjosa magdalena entre las
manos como si fuera un grial, luego se la aproximaba y ésta se convertía en
cenizas al entrar en contacto con su boca.
Me ofreció una
de sus madalenas y yo, dubitativa, cerré los dedos una y otra vez ante la apetecible
pieza de repostería. Después me decidí y la cogí.
La muerta se
arrojó sobre mí de nuevo, derribándome al suelo. Me hice daño en la caída y
ella me besó. No había calor en sus labios y su piel tenía un tacto
desagradable y gélido. Empezó a asfixiarme con su beso, agarrándome con fuerza.
Yo no podía zafarme y ella no me quería dejar marchar. Sus ojos estaban llenos
de lágrimas de un negro impenetrable que se derramaban sobre mi rostro y robaban
la poca luz que había. Me soltó de repente y soltó también una sonora carcajada
de alegría que, desatada en estos extraños dominios, lo pudrió todo.
–Tardarás mucho
en morir aquí –me aseguró, como si fuera parte de un tedioso proceso que hubiera
de ser despachado–. A tu cuerpo le va a costar, pero no tienes más remedio que
esperar.
Creo que me
dormí.
Desperté a la
pesadilla abriendo los ojos una vez más. Mi cabeza reposaba sobre los muslos de
esa chica que me acariciaba.
–Tus trenzas son
hermosas –dijo–. Y hoy es un día muy especial. Hoy no llueve aunque todo sea
muy triste y gris –cerré los ojos sabiéndome cómoda de algún modo torcido.
Y de pronto me
sentí sola. Notaba mi cuerpo recostado sobre el barro y ella no estaba conmigo.
Alarmada, volví la cabeza a uno y otro lado y la hallé con la mirada, en la
bañera, sin moverse bajo el espejo quieto del agua. Sentí la amargura y la
impotencia de la pérdida, y el desconsuelo se abrió paso desde las entrañas de
la tierra y emergió junto a los gusanos reclamándome, exigiendo lo que le
pertenecía por derecho.
Yo tenía que
morir. Tenía que ser como ella. Tenía que estar atrapada.
La realidad se
arrugó como la hoja de papel destinada a la papelera.
Y la garra de
sombras que ahora era todo me devoró sobre el fondo sin color del infinito.
Tras ello emergí
al negro como dos ojos de vida latente e inmarcesible, manos pegadas con puntos
de sutura a la piel del torso y una espiral que engullía el mundo en mi centro.
Mis cabellos se ondulaban buceando en el océano de la fase más profunda y
plácida de mi pesadilla. Yo era el movimiento de los delirios de un mal sueño,
la película de cuadros impresionistas sin un punto de fuga. Quería morir y lo
llenaba todo.
No tenía boca y
necesitaba gritar.
Necesitaba chillar
y no había nada ni nadie aparte de mí para escuchar.
Sabía que no iba
a despertar a ningún mundo ajeno a éste. Yo era dolor y miedo. La pesadilla era
tan poderosa que acabé caminando en las noches de otros en mi intento de huir,
tornando sus sueños en reflejos rotos de agonía. Sólo quería escapar, no quería
hacerle daño a nadie. No quería.
Pero no podía
salir ni podía tampoco moverme. Necesitaba que alguien me ayudara pero el
tiempo no significaba nada cuando sólo existían lágrimas ahogadas en mi
presencia.
Y mi sufrimiento
invadió vuestro lado de la realidad.
La Señora de las Pesadillas por Jorge Roussel Perla se encuentra bajo una Licencia Creative Commons Atribución-NoComercial-SinDerivadas 3.0 Unported.
Basada en una obra en http://parafernaliablablabla.blogspot.com.es/.
Sepan ustedes que he tenido algunas dificultades técnicas (Spanish Flea, Herb Alpert) y que aunque desde el mismo momento de su publicación decidí acometer la redacción de este comentario informativo, me he visto imposibilitado debido a ciertas vicisitudes. Pues bien, la idea de este relato no es mía -aunque sí lo es su redacción, evidentemente-, sino que es de una persona que mantenderemos en el anonimato. Le prometí hace años que reescribiría este sueño y de ahí lo de "lo prometido es deuda" evidentemente, supongo que he tardado tanto porque se han tenido que dar una serie de condiciones muy específicas para que me pueda yo poner a escribir algo que no he inventado. Eso sí, los diálogos -salvando mis pequeños aportes- están casi igual que en original.
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