Tras
un error (revisado):
–Mi ira tomó la forma de una espada ante un
hombre desarmado.
Tomó la forma del sonido sordo
del peso inerte que acompañaba a su cadáver.
La cabeza separada dio con el
suelo, golpeando la madera con un rumor de acertijos desatados.
El filo rojo del acero atravesando
los caprichos de la luz de un candil era mi respuesta ante el mundo.
Sus hijas pequeñas y su marido
cruzaron el umbral del valor y se acercaron.
Me había equivocado, mi espada
era mi pregunta.
El odio, mi respuesta.
La noche se ha teñido con los
colores de una pesadilla extraña y sin angustia a la que acude desterrada la
culpa que no encuentra hueco en mi espíritu.
He matado a un hombre y ahora no
sé nada.
–la poetisa finalizó aquella parrafada, segura de que no lograba explicarse con
claridad.
Unos ojos verdes
la observaban ecuánimes a través de unos cabellos anaranjados. Su interlocutora
la escuchaba jugando a hinchar los carrillos contra la jarra de la que bebía.
La madera crujía bajo los pies pero la gente ya se iba y el bullicio de las
conversaciones empezaba a resonar como el sonido metálico de los utensilios de
cocina desde más allá de la barra. Afuera había noche y frío, pero el calor del
establecimiento les hacía olvidar la nieve que dibujaba formas cristalinas en
las ventanas empañadas.
Aquella vieja
amistad trataba de encontrarse a sí misma en una mirada: paciencia a un lado,
decepción extraviada al otro y dos cervezas en medio.
–¿Y qué hace una
poetisa matando? –quiso saber su interlocutora de ojos verdes.
–¿A hierro?
–Matando.
–¿Qué hace pues una
guerrera escuchando?
–Luchar, ¿qué
cojones crees que hago? Una espada no resuelve ningún problema, joder. Sólo
sirve para darles forma a los que ya hay. Y ni siquiera es una forma agradable,
no te creas. Menuda mierda…
–Lo sé…
–No, no lo sabes
y por eso estás justo aquí –resolvió la pelirroja golpeando con el dedo índice
en la barra manchada de bebida.
–¿Con qué suerte de
guerrera ha dado mi ebriedad sedienta de perdón, Lerian?
–¿Yo qué sé?
¿Con una que sabes cómo se llama? Al menos cuentas con la ventaja de que no te
voy a cruzar la cara aunque tengas esa forma de hablar tan… tan… “el miedo se
me enrosca con fuerza allí donde termina mi intestino” –declamó burlona
elevando el brazo en pose teatral–. Nah, es broma. Te invito a otra ronda si me
cuentas cómo estás. No me interesa saber por qué lo hiciste.
–¿No?
–No, si te digo
la verdad no me vale de nada –afirmó Lerian, dio un trago con gesto apreciativo–.
Ni a ti tampoco –eructó con potencia.
–Sin embargo te
será preciso distinguir los destellos que atraviesan la llama de oscuridad que
roba luz en mi pecho.
–¿Qué…? –Lerian
tardó unos segundos en comprender lo que su amiga había querido decir, no pudo
evitar poner una exagerada expresión de extrañeza–. Oye, no necesito tus
excusas ni tus mierdas. Oye, en serio, ¿crees que si te excusas, puede haber
perdón?
–Has de
comprenderme… –suplicó la poetisa.
–Eso no sería
comprenderte, sería todo lo contrario, hombre –le aseguró como si fuera algo
obvio–. Eso de comprenderte está al fondo, y un poco a desmano si sigues así.
Sólo necesito saber si quieres ponerle fin a esta historia. Y no me cuentes qué
te pasó para acabar haciéndole eso a un imbécil, te repito que eso no importa
una puta mierda. Por más que tú creas que sí. Sólo te dirán que importa los que
no te comprenden, ¿entiendes?
–No.
–Bueno, da
igual… así que, eso, ¡resume, resume, resume! –gesticulaba vivaracha.
–He sido una
estúpida –apuntó la poetisa, demasiado consciente como para
avergonzarse.
–Muy cierto.
¡Brindemos! –solicitó la alegría de Lerian.
La poetisa
sonrió con la sonrisa derrotista de quien está acostumbrado a charlar al amparo
de la tristeza y de la conmiseración. Se retiró las finas hebras castañas que
cubrían sus ojos celestes en un gesto que, por elegante, a Lerían le hubiese
resultado absurdo realizar, demasiado artificio. Cerró la primera el puño sobre
el asa de la jarra, débil y sin convicción, mirando alrededor entre
pensamientos de cautela consentida, amurallada frente a un mundo que no podía
hacerle daño. Al brindar casi toda la cerveza se le derramó sobre la mesa. Miró
a Lerian. Hacía varios inviernos que no se veían pero no la recordaba tan
enérgica.
–He devorado
mis propias lágrimas mientras el resentimiento anochecía en mis facciones, he
amordazado las preguntas.
Envejezco cada vez que cierro
los ojos.
No obstante a ti acudo, a ti
vengo, porque me he apartado los retazos de esta pesadilla con las manos al despertar,
porque he descubierto que las mentiras y los años convergen en un ahora triste.
El sufrimiento me ofrecía
ese espejismo y yo tenía miedo y lo creía, pero sólo eran apariencias sobre el
polvo de lo que no existe. Él lo merecía, me decía a mí misma. Y si me reiteraba
con tanto ahínco su maldad era porque me llenaba de horror aceptarme tal y como
me he demostrado que soy. Porque es difícil apreciarse a uno mismo sabiéndose
malvado.
Cadenas de mentiras se quiebran
mientras observo el horizonte roto en mil pedazos que iba a ser el mañana de mi
ayer.
Mi pecho ardía lleno de rabia y el
mundo era el estandarte de la culpa que yo no tenía, el dolor que me negaba
irónicamente en una espiral de amargura.
He estado ciega durante una eternidad y
abrir los ojos ahora y mirar atrás es… –su labio inferior se derrumbó
tembloroso, las lágrimas acudieron a sus ojos.
Lerian
simplemente la observaba, bebiendo sosegada.
–Gracias
–dijo la poetisa cuando paró de llorar–. Gracias por no sentir lástima.
–Si combates
contra ti misma nadie queda en pie, pero creo que eso ya lo sabes. Ese miedo
que te hace engañarte y mentir a los demás y traer sufrimiento al mundo o como
quieras llamarlo… creo que ésas son las cadenas de las que hablabas, te
acomodas en el dolor o algo... Pero eso no es la realidad. No es como… no es
que todo sea nuestra responsabilidad, pero no somos marionetas indefensas ante
las circunstancias ni nada, podemos cambiar a cada segundo, sólo hay que
entrenar. Entrenamiento –la guerrera bebió–. Para la cabeza, lo mismo da. Nadie
se merece lo que ha pasado –Lerian soltó un bufido animado–. En serio, no sé ni
para qué hablo, todo eso ya lo sabes.
–Por eso vengo aquí
desnuda de apariencia, para aceptar lo que he hecho, porque si no lo hago
volveré al error de la incomprensión.
Sé que ha sido mi rencor el bastión de
mi más profunda debilidad. Es hora de alzar algo hermoso en su lugar.
Y de pedir perdón por haber provocado
tanto daño.
Y de pedirme perdón por haberme
provocado tanto daño.
–Eres valiente.
–Estoy aquí porque
he salido de la prisión de mi violencia.
Y quiero ver qué hay más adelante.
–Ven, anda,
tenemos mucho de qué hablar –y, ahora sí, Lerian le dio un buen abrazo.