Política
de la casa:
La ciudad rugía: cláxones gritando
en vano que ellos no eran el tráfico que les rodeaba, mil conversaciones acerca
de la tierra y los cielos cubiertos de humo y los pasos apresurados de
demasiada gente.
–Yo me apuntaría
a cenar contigo, loco –ella mascaba chicle impertinente, no había nadie en el
mundo que le pudiera decir qué podía o no hacer.
–Y yo, pero,
entonces, ¿te apetecería un desayuno? –él no dejaba de pensar en cuánto le
atraía ella, pese a que nunca antes le había cautivado una chica así.
–Por mí bien.
Pero yo soy activa, a mí me gusta encima.
–Me parece bien.
Yo soy pro-cama.
–Alberto, no me
vengas con exigencias tú ahora, que conmigo así no, ¿eh?
–Pues como
quieras. Bastante hago ya con no parar el ascensor para que nos dediquemos al
fornicio…
–Lo llego a
saber y me pongo falda, que andarme bajando los pantalones...
Salieron del
ascensor, escupidos del edificio. Ambos alegres en su juego nada sutil,
disfrutando del pasatiempo que habían creado. Y ambos preguntándose hasta dónde
llegaría tanto jugar. Había química entre los dos, eso le resultaba obvio a
cualquiera que los viera juntos. Él había sentido esa química con muy pocas
personas en su vida, todas –en general modosas, femeninas y educadas– absolutamente
distintas a Jennifer, esa joven seductora y poligonera
sacada de algún barrio de Alcorcón tan echada para adelante, borde y, a su extraña
manera, risueña. A ella sobre todo le gustaba el juego, saber que atraía a
otras personas le levantaba el ánimo como era natural y ese tío parecía un buen
tío, un poco engreído, pero un buen tío. Parecía un señor, vestía muy bien y
era cortés, un tipo raro y, tal vez por ello, atractivo a sus ojos. En
cualquier caso era entretenido el juego, su compañía era agradable y eso
merecía la pena.
–Pero yo tengo
novio –soltó ella, caminando por la calle, siempre honesta.
–Entonces nada.
–¿Cómo que nada?
–No pongo los
cuernos si tengo una relación y no ayudo a ponerlos –hizo un gesto
conciliador–, política de la casa.
–¿Pero qué clase
de tío le dice que no a un polvo? ¿Tú de donde sales, loco?
–Yo no creo en
eso de que los hombres son tal y las mujeres, cual –dijo desenvuelto,
inclinándose ya a un lado, ya al otro para enfatizar sus palabras.
–¿Cómo que no
crees? ¿Pero qué dices, tú? Si eso no es que te lo creas o no, es que es así
–le espetaba asombrada con la goma de mascar entre los dientes, tomándoselo con
humor a pesar de que no lo comprendía.
–Pues no creo
–afirmó él llanamente, con una sonrisa.
–¿Y qué más te
da a ti que yo tenga novio?
–Simplemente no
ayudo a poner los cuernos, no me parece bien.
–Oye, chaval,
que yo hago lo que quiero –aseveró con toda la dignidad herida de la noche en
la ciudad.
–Eso me parece
muy bien –repuso él sincero–, pero hazlo con otro.
–¿Y entonces?
¿Así se queda? ¿Y a ti por qué coño te importa eso?
–No lo sé, hay
cosas que no hago. Tampoco es muy importante.
–¿Política de la
casa? –dijo sonriendo pícara, mirándole de reojo, intentando esconder en algún rincón
esa incredulidad que la embargaba, intentando recuperar un juego que había
terminado.
–Eso mismo.
El aire olía a
chicle de fresa.
Política de la casa por Jorge Roussel Perla se encuentra bajo una Licencia Creative Commons Atribución-NoComercial-SinDerivadas 3.0 Unported.
Basada en una obra en http://parafernaliablablabla.blogspot.com.es/.
muy fluido, buenos diálogos y personajes muy logrados.
ResponderEliminarfelicidades!
G.
Muchas gracias, intento aprender de todo lo que la vida me ofrece y lo aplico a esto de escribir. A veces pienso que mis personajes se parecen demasiado, la verdad, pero creo que en este caso la contraposición entre ambos se ve bien. Muchas gracias, misterioso/a G, y como no se la dí cuando puso su primer comentario, deje que le dé la bienvenida ahora. Espero que siga disfrutando del blog. Aunque no lo parezca me esfuerzo mucho con estas creaciones de Serie B literarias pese a que éste pueda parecer un relato más al uso.
ResponderEliminarDe modo que bienvenido sea a este espacio.