Dibujos
del alma:
Salí de las
sombras de la caverna y el sol me cegó por un instante, las nubes, muy
brillantes, fueron dibujándose: sus contornos, su suave relieve… Y vi dibujos.
No era la primera vez que los veía, y ya les había señalado a algunos el
parecido que en ocasiones podía haber entre las nubes y los animales, las
plantas, las personas. Algunos lo veían y otros tan sólo parecían percibir
nubes.
Volví a la gruta
e introduje la mano en ese charco de tierra anaranjada.
La marca que
había dejado al tropezar unos minutos antes estaba ahí: mi mano resbalando por
la pared. Miré el trazo atentamente, era el dibujo de una mano resbalando sobre
la piedra, el testimonio de mi intento de aferrarme a algo cercano y sobre
todo, una figura borrosa. No podía dejar de mirar ese color vistoso en la pared,
la magia detenía mis ojos y no me permitía separarlos de él. Quizás era la
misma magia de las diosas que parían niños o tal vez fueran magias distintas
que nacían de la misma fuente. Porque yo estaba creando algo, algo que sólo
existía en el lugar del que procedía todo el poder de los dioses, y que sin
embargo iba a traer al mundo. Algo maravilloso estaba tomando mi cuerpo, el
poder puro. Lo tomaría con cuidado, porque era como recoger bayas en el bosque.
Aunque, tras meditarlo unos instantes, me pareció que esto era más bien
transformar algo, porque si era el poder puro, no tenía dueño, sólo herramientas.
Transformar algo… Había visto que podíamos. El resto de criaturas no, pero
nosotros sí. Hablar, decir cosas, eso era el cambio del mundo. El resto de
vivientes no podía hablar, pero nosotros sí. Y no estaba seguro, porque algunos
animales entendían cosas que decíamos, pero no podían entender algo crucial de
las cosas que decíamos, y no sabían decir palabras. La magia también estaba en
las palabras. Eso, sería justo eso. Sería como hablar.
Con la mano
manchada hice un movimiento. La palma hacia abajo impresa en la pared me
sorprendió. No puedo decir que no esperase ver algo parecido pero… ¿qué pasaba
si utilizaba dos dedos…? ¿Y un palo? No, se hacía mal el dibujo, con los dedos
en cambio… Tracé unas líneas, como las nubes dibujaban en el cielo, así dibujé
yo.
Pasé días
dibujando en la piedra, hasta dar con las líneas y las curvas, hasta comprender
la textura y la naturaleza del barro.
Nos dibujé a
nosotros. En cacería. Pude hacer un retrato de la vida en la vida. Y todo se
transformó para siempre. Y pensé que no era en nada distinto a hablar. Y me
convertí en un poderoso hechicero en el clan y compartí con otros mi magia. Con
los que veían lo que yo veía. Y con otros que alcanzarían a ver aún más lejos
después de mí. Ahora la magia había encontrado un sendero nuevo por el cual discurrir.
Y nosotros no
teníamos el poder ni las palabras para decir todo eso aún.
Pero los
encontraríamos.
…
Se me ha
ocurrido la siguiente idea –comenzó él a decir–. Quizás no suponga una
revolución de ventas, pero podría ser interesante. Cuando almacenamos datos en
nuestro cerebro, casi todo él reacciona y nosotros podemos interpretar esa
información como un código cuántico si la aislamos, claro, como objeto de
consciencia, bloqueando la línea observadora.
–Bueno, si se
observa algo, se modifica. Pero llamarlo “línea”… ¿no es simplificarlo todo
demasiado? –repuso ella.
Él cogió unos
papeles de su escritorio y los organizó con unos cuantos movimientos sobre la
mesa.
¡Papeles!, había
que reconocerlo, estaba un poco mal de la cabeza… quizás por eso era genial.
Ella estaba a su derecha, mirando por el ventanal el día soleado que se
extendía ante ella: los edificios blancos y los parques allí abajo y los
parques arriba sobre las azoteas de los edificios blancos. Siempre pensaba que
le quedaría bien un cigarrillo, hacía un par de siglos que no se llevaban en
absoluto, pero también pensaba que a él le sentaría de maravilla la pose de un piloto
de aviación –neurótico, como se decía entonces– de principios del siglo XX.
¡Papeles…! Ella volvió la vista a la cafetera, al hacerlo activó la función de
información, palabras superpuestas a la clara realidad… Palabras que no eran
sino la realidad misma. No, no tenían su café. Era un poco sibarita en cuanto
al café respectaba. Y también con el chocolate. Blanco o con leche, gracias.
Él mientras
tanto le estaba dando vueltas a algo, la visión de su despacho se nubló,
quedando en la periferia visual, mientras listas de datos virtuales se
extendían ante él, palabras, dibujos e iconos suspendidos en el espacio. Había
estado trabajando en el proyecto de forma interdisciplinar, y aún no había
tenido tiempo de enlazar todos los datos diseminados aquí y allí en un único sistema.
Además, sólo se movía entre referencias virtuales, la información en sí no
estaba ahí, sino sobre el papel. Él prefería un soporte físico, era una extraña
manía, pero en alguna ocasión se había revelado muy útil. De modo que su
despacho tenía un gran archivador en el que empezó a rebuscar.
Tras unos
instantes sus manos aferraron triunfales un fajo de papeles:
–¡Aquí está!
–exclamó orgulloso–. Mira, échale un vistazo.
Ella los ojeó
con detenimiento mientras él esperaba contemplándola expectante, intentando
adivinar emociones en su expresión por lo demás interesada en lo que tenía
delante.
–Entonces…
–empezó ella a reformular el contenido de lo que leía– lo que quieres hacer es
“dibujar” los datos, ¿verdad? Como una película y todo eso. Me parece una idea
atractiva, la típica aplicación entretenida, claro que en este caso sabemos que
no sólo se trata de esa perspectiva tan… vulgar. Además he puesto dinero sobre
la mesa para productos peores y por otro lado esto me intriga, tiene
potenciales salidas en campos aplicados… Ah, y te lo debo.
–¿Me lo debes?
–¿Recuerdas ese
incidente con aquel maletín?
Ambos
mantuvieron un silencio de lo más significativo, entre respetuoso para con el
otro y avergonzado para consigo mismos. Y, aunque no querían reconocerlo abiertamente,
divertido.
–Ya… ya, pero
–dijo él volviendo a un tema que poco tenía que ver con la infracción de varias
leyes, inocua por lo demás para terceros– fíjate en la página veintitrés. Si
aumentáramos la “lente” para ver más de cerca los trazos del pensamiento, como
no es exactamente una estructura cronológica sino más bien epilógica, las
líneas se rompen, no están… conectadas exactamente. Es decir, el pensamiento
aparece como una línea que describe o bien una recta como un vector o bien una
curva, una espiral o el dibujo complejo acorde a la complejidad del discurso
mental, al menos hasta que uno se acerca a él y tenemos que interpretarlo como
puntos de pensamientos completos en sí mismos. El cerebro activado emite el
pensamiento sobre el que podemos reflexionar, podemos incluso educar a la inteligencia
generadora, pero la naturaleza misma del pensamiento según esta especie de
máscara vendría a ser completa y atomística, y el dibujo interpretado estaría
ahí y sería de una forma determinada debido a esa interpretación automática.
Hume estaría orgulloso.
–¿Y qué? El
principio de incertidumbre de toda la vida.
–Bueno, quizás
pero… en fin, es como… Fíjate, pude recuperar el momento en el que se me
ocurrió la idea –se dibujó una pantalla sobre la mesa conteniendo una riada de
datos –. Si meto el programa, mira qué pasa y dime si no vale el dinero que vas
a meter en el proyecto. Que vamos, tampoco va a ser para tanto…
Unas cuantas
líneas de diversos colores aparecieron fulgurantes sobre la nada que ambos
contemplaban, pasaban de aquí para allá, subiendo, bajando, zigzagueando,
algunas enlazándose consigo mismas o con otras, pero yendo de un lado a otro en
cualquier caso, muy ocupadas. Un par de segundos más tarde cuatro puntos verdes
aparecieron, dispersos, y se unieron después como en una telaraña, mediante
líneas bastante directas. Algunas de estas líneas, convergiendo más o menos a
mitad de camino entre los puntos iniciales, tomaron su propio camino entre
meandros de pensamientos, después una esfera perfecta rodeó la creación y una
espiral se alzó, perdiéndose de vista.
–¿No es como una
sinfonía? –preguntó él ufano–. Y ocurre lo mismo: si uno intenta mirar de cerca,
la conexión se pierde, eso sin mencionar los puntos creativos que aparecieron
de la nada… o de algo demasiado grande –aseveró entusiasmado.
–Oye, ¿y qué
ocurre si centramos la atención en la música? –a él se le iluminó el rostro–.
En escuchar música –siguió ella.
–No lo sé
–admitió él–, vamos a verlo –la animó exaltado.
–¿Y qué pasa si
no separas la línea observadora de la que es observada? –quiso ella saber–.
¿Todo brilla? –él asintió.
–Tuve que
separarlas porque si no, no se entendía nada. El programa es limitado.
–¿Y los datos?
–interrogó ella con una sonrisa pícara.
Ambos se rieron.
Se rieron un
buen rato.
–Pero –comenzó
él dubitativo intentando serenarse– pones el dinero… ¿no?
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