¡Entren en su blog de literatura cutre!
Sí, caballeras y caballeros, conservo escrupulosamente unos estándares de baja calidad a los que me debo.

lunes, 15 de julio de 2013

¿Rompido y arreglado?


¿Rompido y arreglado?:

–Hermana, ya tengo todos los pedazos de tu corazón, sé cómo arreglarlo –dijo con su voz infantil sentado sobre una valla al sol de la tarde frente al mar.
–Jugaremos al escondite, cierra bien los ojos –ella era mucho mayor que él. Le gustaba cuando se divertían porque sus pies flotaban. Los rayos del sol caían dulces sobre su hermoso rostro, iluminándolo.
Echó a correr, un autobús se cayó del cielo y, aprovechando, se escondió detrás. Su larga melena seguía el viento que ella cortaba.
Él abrió los ojos cuando terminó de contar, no había huellas en la arena.
–Sé que estás detrás del autobús –dijo el pequeño confiado.
–¿Y cómo lo sabes? –se oyó la voz de su hermana mayor que estaba hurgándose la nariz.
–Porque soy tu hermano, y sé lo que sabes –estaban abrazados, tumbados sobre la hierba de un parque, tal vez hacía más sol–. ¿Por qué nadie entiende tu dolor, hermana? ¿Es porque tú no quieres entenderlo?
–Yo creía que me odiabas… –su tono se diluía en la cerilla que encendía el cigarro de alguien.
–Yo nunca te he odiado. Sabes lo que pienso del odio. Tú me conoces mejor que nadie, ¿cómo has llegado a pensar eso? –quiso saber ser cándido y no sólo curioso.
–No lo sé… –respondió ella colgando de la decepción de un abrazo que nadie le había dado.
–No busco andar tu camino, pero tu camino y el mío… andan juntos, porque somos hermanos yyyy… y eso nunca se olvida. Cuando matas gente…
–¿Mato gente? –quiso saber entretenida y condescendiente, muy adulta.
–Sé por qué lo haces, y sé que no quieres hacerlo, pero lo haces. Ni siquiera quieres saber que lo haces. Por eso dices que todo ha cambiado una y otra vez aunque sea mentira, mientras vuelves a matar.
–¡Silencio, hermano! –corrió a esconderse detrás del poder y de la culpabilidad, la culpabilidad de él.
–No hagas eso, es triste… ¿querrías matarme a mí también? –le preguntó él y ella se echó a llorar. Y el poder se transformó en temor puro, y la culpabilidad de él se convirtió en la inseguridad de ella–. ¿Serías feliz si yo muriera?
–Sí, sí lo sería –contestó ella. La verja espinada de un campo de concentración había atravesado el suelo de tierra, resquebrajándolo, y se extendía ante ellos, separándolos.
–Cantas y lloras y te preguntas por qué sé dónde te escondes –dijo él. Estaban en la azotea de un edificio, viendo la noche en la ciudad–. Y cuando lloras también engañas.
–Calla.
–Está bien –él calló y ella aguardando, crispados los puños, absorbiendo la fuerza de las nubes en una espiral, temblaba sin poder apenas controlarse. Y estalló y las nubes cayeron pesadas aplastándolo todo mientras se hacían añicos y ella gritaba:
–¡No! ¡¿Cómo vas tú a arreglar mi corazón?! ¡No…! ¡Sólo eres un crío! ¡Mientes!
Él se acordó de lo que ocurría, del dolor que había querido dominar el mundo entre rojo y negro y metal. El mundo de su hermana…
–Tu corazón se deshace… –afirmó el niño–. Pero sé cómo arreglarlo. Y tengo todos los pedazos. ¿Lo ves? –dijo mostrándoselos.
–No quiero tus palabras –le espetó. El orgullo la empujó y ella cayó al suelo.
–¿Palabras? –dijo él ayudándole a levantarse como pudo.
–¡Nunca más! ¡Vete! –no gritaba, lloraba, y las lágrimas temblaban chillando por ella.
–Bueno, pero tú sonríe –le pidió tomando prestada la esperanza que moraba tras el tiempo, cerca del beso de una madre.
Ella se fue corriendo y se escondió en el olvido y en el odio hacia sí misma y él sonrió inocente, no era tonto.
–¡Te mataré, soy un demonio! –clamó ella asomándose–. ¡Odio tus mentiras! ¡Mentiroso! ¡No puedes encontrarme! ¡Nunca más! ¡No me entiendes, no me conoces, no sabes nada! ¡Sólo juegas con las palabras!
–No quiero encontrarte, hermanita. No quiero encontrar nada, con estar aquí me vale –le aseguró con el cuerpo sumergido en un cálido manantial mientras ella le lavaba con una esponja–. Entiendo tu dolor, entiendo por qué engañas, entiendo por qué lloras. Pero yo no quiero nada de eso, ni tenerlo cerca. Esas cosas no son…
–Entonces, ¿qué quieres? ¡¿Qué haces aquí?! –gritó impotente en una fugaz explosión de ira–.  Todo el mundo quiere algo… –resolvió tan agotada que no podía estar desesperada–. Hermano, todos quieren…  ¿Qué quieres? –no esperó a que él le respondiera y huyó a la realidad de la playa soleada de nuevo y se escondió detrás de una pintada dejada sobre una pared de cemento. Y las lágrimas que habían caído dejaron un rastro tras ella.
Él la siguió sin mayor problema, levantando los colores del grafiti como si fueran una sábana para encontrarla encogida en una sombra. Y ella susurró apocada sin poder encontrar ya más furia, acurrucada bajo su propio miedo:
–¿Qué haces aquí?
–Nada.
Ella le miró y él entendió lo que ella decía: “¿qué es esto, hermano?”.
Él la miró diciendo: “eso no importa”.
Ella le miró sintiéndose perdida: “¿somos como personajes de un libro?”.
Él la miró, ella entendió lo que él decía: “somos tú y yo”.
Volvieron a la conversación con palabras.
–Oye… ¿crees que soy mala? –el llanto se secaba en su rostro.
–¿Mala? –repitió él profundamente extrañado–. ¿Qué es eso?
–Gente que no sabe lo que hace ni por qué lo hace y luego dice que no lo ha hecho.
–Pues entonces… no creo que nadie sea malo de verdad.
–Yo… yo sólo quería jugar al escondite –musitó ella–. Quería jugar contigo y que tú me encontraras. No esconderme de… de todo… Todo el mundo puede, ¿por qué yo no?
–Todos tienen problemas, no se trata de eso… Te habías dejado esto por ahí –declaró el niño enseñándole los pedazos de su corazón–, a mí también se me ha olvidado alguna vez el mío, ya sabes, y he tenido mucho miedo.
–¿Mucho?
–Mucho, mucho –aseveró él con su voz infantil–. Y he sido las huellas del dolor, me he mentido y he llorado. Pero al final siempre he conseguido encontrar todos mis cachos, supongo que por eso sabía dónde estaban los tuyos –le entregó su corazón–. Igual te viene pequeño, porque es de cuando tenías mi edad y entonces era grande, pero como hace tiempo que anda perdido… Pero crece si lo usas, y se hace muy, muuuyyyyy fuerte.
–No lo entiendo, nadie puede arreglar mi corazón.
–Eso es cierto, es imposible que nadie lo arregle. Y… y además yo no quiero arreglarlo, eso da asco –le dijo a su hermana con una expresión optimista en los ojos.
–Sí, sí que da asco –comprendía exactamente a qué se refería su hermano. Le abrazó con fuerza.
–Esas cosas no se hacen –dijo apretando la cara contra el pecho de su hermana, bajando la voz–. Yo sólo te lo traigo, nada más. Esas cosas… Es como sentir lástima, confío demasiado en ti como para sentir lástima por que elijas destruirte, y además debes seguir matando si eso es lo que crees que debes hacer, aunque yo te diga que te veo sufrir tus mentiras –aclaró él retirándose un poco y mirándola risueño.
–Nunca he acabado de entender que me quisieras…
–No me importa, si hubiera una razón no te querría. Sólo quiero que sepas qué significa que una persona quiera a otra incondicionalmente, ilimitadamente. Sabes que te quiero y que siempre te querré. Y eso es muy importante, porque es mi regalo.
Contemplaban el horizonte, ahora sentados. El sol de un verano irreal parecía el sueño de un presente sólo para ellos.
Ella extendió su mano hacia su hermano y le sonrió como sonreía él, diciéndole:
–¿Quieres jugar? Jugar de verdad.
–¡Geniaaaal! –exclamó él tomando su mano y levantándose.

jueves, 11 de julio de 2013

Naciendo de mis cenizas

No tears from my eyes, strength from my wounds.
LAHMIA.

Naciendo de mis cenizas:

            He cruzado las tierras de la incomprensión y luchado contra el mundo en el reino del miedo. He creído las mentiras de la escisión. Me he vestido de tiempo ante las cicatrices del olvido. Y en los dominios del odio he muerto.
Pero buscaba otro lugar. Lo buscaba ávido de preguntas, desde mucho antes de que la memoria hiciera el amor conmigo, un lugar que mis ojos nunca antes habían visto y que sin embargo vagaba por mis recuerdos de lo que nunca fue y siempre tuvo que haber sido. Pensaba que ya no quedaba presente para seguir aprendiendo pero, una vez más, estaba en un error.
Me he contemplado naciendo de mis cenizas. Y ahora me alzo con alas de fuego.

Licencia Creative Commons
Naciendo de mis cenizas por Jorge Roussel Perla se encuentra bajo una Licencia Creative Commons Atribución-NoComercial-SinDerivadas 3.0 Unported.
Basada en una obra en http://parafernaliablablabla.blogspot.com.es/.           

lunes, 1 de julio de 2013

Impasse

Impasse:

En la noche que había despertado –ésa que estaba al otro lado de la ventana– un sinfín de luces iban y venían, afortunadamente el potente estruendo de los coches volando de aquí para allá no atravesaba los cristales.
El resplandor del monitor iluminaba tenue la habitación en la oscuridad, una taza de café a medio acabar se enfriaba junto a ella y multitud de dispositivos electrónicos se desperdigaban por la mesa sobre la que dormitaba en una cacofonía de multicolores luces intermitentes. Y ella roncaba levemente mientras un hilillo de saliva caía de la comisura de sus labios y su gata dormía plácidamente a su lado. Unas gafas para conectarse a la red, con aquellos cristales verdes que emitían un suave fulgor, se aferraban como podían a su cabeza.
 El sonido ronco y desagradable del timbre hizo que abriera los ojos y se alzara en un aspaviento. Sus gafas terminaron de caer a la mesa. Ante aquel ruido áspero y eléctrico de la puerta su gata se dignó únicamente a menear una de sus orejas, ella por su parte terminó de incorporarse resignada sobre la silla, tenía un post-it pegado a la mejilla y los ojos entrecerrados. Parpadeó. El timbre volvió a sonar estridente, impaciente. Tenía que cambiar ese timbre de una vez, era el peor despertador del mundo. Se levantó y comenzó a caminar rápidamente hacia la puerta, intentando organizar su mente. Con el pelo enmarañado le echó un vistazo a su reloj de pulsera, eran las nueve de la noche y empezaba a estar bastante segura de que con sus ganancias debía alquilar un local y tal vez contratar a un secretario. O al menos mudarse a un barrio mejor, de ésos que estaban arriba, donde había más sol y el aire olía menos a cerrado.
Abrió la puerta y se encontró frente a frente con Laia Olson, la cual traía consigo la habitual expresión de preocupación que solían tener sus clientes.
–Perdona, Laia, no… –comenzó ella a decir luchando aún contra el sueño o tal vez contra la realidad–. Estaba durmiendo. Ayer terminé de interrogarlos a todos… –su voz se desplazaba tirante– terminé tarde.
–¿Has hablado con todo el vecindario? –dijo Laia quitándole el post-it de la mejilla, su asombro no conseguía hacerse un hueco a través del desasosiego.
–Para eso me pagas, creo –se aventuró Amina.
–¿Y has encontrado algo? –preguntó Laia evidentemente inquieta.
–No, nadie sabe nada, pero eso concuerda con los informes de la policía… se supone que el cuerpo fue desplazado de la escena del crimen.
–¿Y nadie sabe nada? –la desesperación contenida en cambio sí podía entrar en juego con facilidad.
–A veces parece una pena que esto no sea como al otro lado del Atlántico, con cámaras de vigilancia en cada esquina –dijo irónica mientras se desperezaba–. El concierto acabó muy tarde, y luego permanecisteis en el Spike & Jet por un espacio de tiempo dilatado.
–¿Me estás interrogando, Amina? –aunque se esforzaba en aparentar tranquilidad, parecía a un paso de explotar desquiciada. Amina consideraba que Laia estaba llevando el asunto con bastante entereza.
–Una vez es suficiente. Saliste fuera de toda sospecha, como el resto de amigos de Scott, sólo intento explicarte la situación… Perdóname, mi cabeza está repasando informes incluso ahora. Pasa… Siéntate, ponte cómoda, te traeré algo de beber... y no te cobraré por ello.
Amina Adams se dirigió a esa especie de chatarrería entrópica que era su cocina, rebuscó entre pilas de utensilios y productos varios, y sirvió dos zumos de frutas en vasos grandes y desiguales. Después volvió al salón espacioso y diáfano: dos sofás blancos, una mesa de cristal, cuadros de mal gusto… Aceptable para las visitas y un mundo ajeno al resto de la vivienda.
–¿Cómo lo haces? –quiso saber Laia Olson sentada en el sofá.
–¿No cobrarte el zumo? No sé… creo que es pura diversión –le ofreció el vaso mientras se sentaba frente a ella.
–Siempre he pensado que tienes un extraño sentido del humor, ¿sabes?
–Bueno… lo prefiero cuando la gente se ríe.
–¿Es alguna clase de humor negro? –indagó Laia.
–Absurdo, sólo que hay muertos de por medio.
–¿Conservas a los clientes?
–Normalmente no hablo tanto con ellos –aseveró Amina–. De hecho debería callarme o voy a tener que empezar a hacerte descuentos indecentes. Lo siento, yo no conocía a Scott, aparte de la vez que me lo presentaste hace un par de años.
–¿Crees que me he equivocado al contratarte a ti o algo así?
–Bueno, yo soy muy buena haciendo mi trabajo, pero… mira, no te voy a mentir, necesitaba el dinero por lo que te dije: estoy a punto de mudarme. He sido demasiado avariciosa, tampoco tenía que haber aceptado. Últimamente he estado muy… descuidada. Menuda amiga, ¿eh?
El ambiente se relajó varias magnitudes.
–Pero yo lo que quería saber –siguió Laia– era… ¿cómo haces eso de los interrogatorios?
–Ahora que lo dices parece un gran misterio, no sé tener la boca cerrada –esta vez Laia esbozó una sonrisa, tenía trazos de una amargura avergonzada.
–Me refiero a… –Laia dudó unos instantes– escudriñar mentes, aunque tú ya sabías a qué me refería, supongo.
–“Escudriñar” –repitió Amina tanteando la palabra con los dientes, como si comprobase el peso de un objeto–, casi parece algo travieso e inocente –comentó con un ligero desconcierto–. Es como bucear por la actividad mental –explicó–. A través de un interrogatorio además puedo hacer que el cerebro se centre en una información determinada, aunque de fondo siempre hay un montón de información adicional relacionada, a veces interesante. Indagar verbalmente me ahorra mucho tiempo y me da pensamientos en forma de frases más o menos coherentes, un lujo.
–¿Y cómo distingues entre lo que es verdad y lo que es mentira? –preguntó Laia.
–Bueno, cuando mi mentirómetro marca un cinco punto cinco… Pues mira, entre recordar e imaginar hay una diferencia semántica importante aunque se activen las mismas áreas del cerebro. Y no sólo en cuanto al proceso en general sino también con respecto a aspectos más concretos, por ejemplo: los sentimientos desplegados pueden ser los mismos pero el enfoque desde el que… invaden la realidad es muy distinto. La práctica como tal del engaño es parecida, aunque la mentira pueda estar muy arraigada como proceso o como información concreta. Además en la mente se mezclan y entrelazan intenciones, deseos, sentimientos, pensamientos… para mí todo eso es la misma información: percibo pulsaciones llenas de significado. Al principio creí que era un caos, luego aprendí y vi que había un orden, ahora en cambio… no me atrevería a usar esas palabras para definirlo.
–Esto… ¿te has inventado algo de lo que me acabas de decir? –inquirió Laia arqueando una ceja.
–Sí –afirmó rotundamente Amina y luego se rió–. No, es broma. Oye, tú quieres asegurarte de mi eficiencia… yo diría que mi reputación me avala. Pero mucho me temo que por primera vez en veintiséis casos, no tengo nada. Normalmente no me cuesta cerrar un contrato satisfactoriamente, pero estoy tan perdida como la policía. A Scott lo mataron con un cordón de zapatilla a las tantas de la madrugada, no hay huellas, no le agredieron sexualmente… no hay rastro de ADN en absoluto. Parece un insulto de lo sencillo que es y no hay pistas. Es enervante. Tampoco tenemos un registro de los asistentes al concierto… La obsesión malsana como móvil sigue siendo lo más probable una vez te descartaron a ti. Eras la última persona que le vio con vida y ya sabes cómo funciona esto. Pero tocasteis en un tugurio oscuro. Quizás si os hubiese dado tiempo a comenzar con la gira nacional… tal vez habría algo grabado con cierta calidad o registros de compraventa de entradas y aún así no sería garantía de nada. Pero encontrar a la gente a partir de videos borrosos en la red, y más en un concierto crash, es bastante difícil.
–Entonces, ¿no hay solución? –el tono general de la cara de Laia cambió repentinamente y su expresión se tornó angustiada, Amina anticipaba un arranque de ira.
–Déjame sólo un día más, intentaré pensar algo –solicitó.
–¡Joder…! –exclamó Laia levantándose furiosa, airada quizás para disimular la consternación y la impotencia que la embargaban, dando un portazo al salir que resonó a exasperación.
Amina estaba cada vez más convencida de que Laia llevaba el asunto con una fortaleza excepcional y, conociéndola, sabía que poco tenía que ver con el hecho de que fuesen amigas. Había visto a gente que perdía completamente los papeles por incidentes más triviales que el asesinato de un buen amigo, como sucesos que tenían que ver con escarceos amorosos o estafas alrededor de herencias y testamentos, más habituales en su profesión. No es que no tuvieran aquéllos motivos para el enfado pero lo cierto era que la muerte era lo único definitivo en la vida. Aparte de la propia vida, claro.
De una u otra manera, y pese a su connatural optimismo, ella misma se sentía frustrada: llevaba algo más de un mes trabajando en el caso y a medida que corroboraba punto por punto los informes de las autoridades competentes e interrogaba a todos los vecinos de las manzanas circundantes al lugar en que fuera hallado el cadáver, se iba cerciorando desalentada de lo infructuoso de sus pesquisas. Se encontraba ante un callejón sin salida.
Fue a su despacho y le echó un vistazo desganado al ordenador, pensando en la montaña de documentos reducidos ahora a un inservible justificante de sus honorarios.
Paseó por entre la maraña de datos del ordenador y de repente dio con algo que había escrito –si no recordaba mal– cuando contaba alrededor de quince años:

–No es eso, los pensamientos no suelen estar muy ordenados… es como bucear entre libros y libros… –hablo rápidamente como siempre o eso creo, algunos imbéciles dicen que gesticulo mucho y tal, yo qué sé… mis trenzas azabaches se balancean sobre mis hombros de ébano haciéndome cosquillas, parecen rastas super molonas, eso es así– Si una persona está haciendo algo en particular piensa en ello y entonces le leo y punto pero… no sé, uno tiene que estar recordando algo muy concreto y eso para que yo pueda conocer ese recuerdo y tal… Joder, y hablo como el culo, ¿sabes? O sea... hablo como el culo, tío, y… y es raro, ¿por qué la gente con superpoderes encaja tan bien entre ellos y su poder? Es decir, su superpoder…

Lo peor de todo es que el texto seguía relatando sus experiencias desde ese mismo punto de vista tan maduro y aséptico. La verdad es que le hizo gracia, por otro lado agradeció no haberse metido a escritora, ella estaba hecha para otros menesteres. Al menos aquello le sirvió para relajarse. Volvió a los documentos importantes y leyó un par de líneas sueltas.
“No hay signos de forcejeo tras la autopsia del cadáver de tal modo que se barajan dos posibilidades principales: o bien el homicidio se llevó a cabo entre más de dos personas o por una sola muy corpulenta”, decían los informes. Sólo palabras. No podían cotejar el ADN porque no había…
De repente se acordó del resto del texto que había escrito de pequeña, hablaba con dos amigos suyos, los únicos raros –así se les había apodado– que conocía personalmente: Javi y la sempiterna Coralie, con poderes que por otra parte nada tenían que ver con el suyo.
Quizás había una posibilidad: existía un muy controvertido Registro Oficial de Dotados, incluso de aquéllos que cruzaban las fronteras como turistas. Y las multas que se le podían imponer a un raro no registrado eran cuando menos significativas, llegando en ocasiones y según escenarios previstos a ser penado con la prisión. Constituía la versión tal vez menos invasiva –en grado, que no cualitativamente– de las cámaras de vigilancia a ese lado del Atlántico y no acababa de cuajar entre la opinión pública que, pese a no saber qué pensar acerca de ese extraño colectivo y de sus deberes, tenía una vaga idea de los derechos que les correspondían: los que tenía todo el mundo. Parecía que el ROD –un registro cuya existencia era de público conocimiento y cuyo contenido no era accesible– tenía los días contados. A nadie se le escapaba que era el fruto de una acción legislativa motivada por la desconfianza y algo así, al menos en aquella parte del mundo, era insostenible.
Sin embargo si un raro tenía telequinesis, ¿qué le impedía aplastar la nuez de Scott Williams con un cordón de zapatilla? Pero aunque así fuera, ¿tendría pruebas físicas con las que sustentar sus hallazgos? Y eso era por repasar el poder más obvio en relación con el caso.
¿Cuántos raros debía de haber en todo el país? Por lo que Amina podía saber no pasarían de doscientos. Y aunque había algunos como ella, la gran mayoría había salido a la luz durante el último año, o eso era lo que se correspondía con la información ofrecida por los medios, los mismos que habían hecho pública la existencia del ROD como un escándalo contra la igualdad social. El debate estaba recién abierto y parecía que iba a empezar a sangrar. No quería pensar en eso aunque… a saber qué aptitudes poseían… Y aun así no tenía nada mejor en aquellos momentos aparte de su imaginación. Era posible aunque poco probable, no obstante y como dijo aquél: “una vez descartado lo imposible…”.
Bueno, aún así no tenía por qué haber sido un raro, sólo tenía que asegurarse de haber cubierto todas las posibilidades, nada más, en eso consistía su trabajo. Aunque había que reconocer que resultaba difícil de creer –por más optimista que fuera uno atendiendo a su reducido número– que ninguno de ellos le hubiera dado un uso deshonesto a sus capacidades. Seguro que como poco se habían dado casos de delitos menores, quizás había alguna investigación abierta por ahí... Además siempre cabía la opción de que alguien faltara en ese registro. Casi prefería no recabar pista alguna y no ser la responsable de una potencial cruzada contra los suyos… ¿Contra los suyos? Contra los raros.
No obstante su carrera como detective privado era producto de una amalgama muy equilibrada entre vocación, habilidad y afán de justicia. Sentía que por más que sus sospechas en torno a aquel caso se moviesen aún en los terrenos de lo potencial y lo imaginario, era su deber investigarlo. Cogió el auricular del teléfono y marcó un número.
–Phil, ¿sigues trabajando? –dijo tras esperar unos segundos–. Necesito que me hagas un favor… –enmudeció expectante por unos instantes–. No, tío, que me busques un par de cosas en la base de datos del cuerpo si puedes –aguardó de nuevo unos segundos–. No, tranquilo, no te meterás en un lío… bueno, igual sí, pero sólo si nos pillan. Mira, te comento…