“Pero,
en realidad, nosotros no vemos con el ojo, y no hay nada en el campo visual
que nos permita inferir que vemos a
través de él”.
MARTIN
HEIDEGGER.
Ensayo
de Serie Z:
Antes de que se lleven a engaño quisiera
aclararles que esto no es tanto un ensayo como un desfile de ideas cuya
conexión en muchos casos no es explícita y que recorren los campos de la
estética, la ética y la metafísica un poco como les da la gana. Sin demorarnos
más y dado que bastante están ustedes perdiendo el tiempo con esta lectura,
damos comienzo a este despropósito.
Estética:
Dicen que sobre gustos no hay nada
escrito y, sin poner en cuestión el mensaje profundo que encierra el refrán, lo
cierto es que sobre gustos hay una ingente cantidad de información escrita.
Dicho esto no pienso definir el arte ni defender canon alguno: considero el
canon arbitrario –basado en la incorporación de los llamados temas universales
(denominación igualmente problemática), la ruptura con lo anterior, o una buena
descripción de alguna realidad histórica, por ejemplo–, cuando no está el canon
al servicio de pretensiones ajenas al arte, si es que el arte es acaso libre.
Además el arte puede obedecer a infinidad de motivos –catarsis por parte del
autor, el arte por el arte, deseo de asombrar o de escandalizar, etc.– y estar
supeditado a infinidad de objetivos. Mi percepción estética es bastante
infantil, supongo –como tantas otras percepciones que tengo sobre la vida–,
burda y sencilla, y leo porque me gusta y escribo porque me gusta –y reconozco
que lo de la catarsis también lo trabajo–.
Hay quien piensa que la fantasía es
un “género menor”, yo prefiero ver la fantasía como una ambientación –potencial
o abierta– dentro de la cual cabe cualquiera de esos llamados géneros –quizás
empiecen a intuir ustedes que los límites no son lo mío–. Por un lado toda
ficción, por realista que sea, es esencialmente eso: ficcional –aunque sea a
causa de la misma naturaleza de la memoria y la subjetividad– y al mismo tiempo,
por fantástica que sea, remite a un referente real. En mi opinión la fantasía,
al introducirnos en contextos tan alejados, se tiene que acercar con más ahínco
a nosotros, para mostrarnos otra más de nuestras facetas, algo más de nuestro
espíritu o como deseen ustedes llamarlo. Pero eso es sólo porque yo leo así y
analizo y disfruto de esta manera la literatura, el cine, el teatro, los
videojuegos, la música, etc.
Otra cosa que me
resulta curiosa de la fantasía es que como nos empeñamos en categorizar y en
describir categorías asumimos ciertos
patrones dentro de un relato –llamémosle– fantástico y en este sentido quizás
resulte chocante –tanto más para los adeptos– el hecho de que mis personajes,
lleven armas o no, suelen rehusar a emplear la violencia porque saben que ésta
siempre supone una derrota, aunque se disfrace de victoria parcial –esto
tampoco quiere decir que vaya a pasarme la vida escribiendo sobre estos
personajes, quién sabe…–. Quien perdona, ha resuelto el problema.
Coincido con
ustedes, esta última línea constituye una forma un poco torpe de engarzar este
tema con la ética, pero, sinceramente, no creo que la obra artística deba ser
ejemplo de nada en concreto: de no apetecerme, no leeré aquello cuyos valores
me resulten una patochada –a no ser que sienta interés– y doy por sentado que
ustedes harán más o menos lo mismo.
Ética:
Todo pensamiento nos modifica y
predispone en una retroalimentación de sutiles proporciones. Un pensamiento
negativo nos hará peores personas al dar paso a una serie de acciones torcidas
de las que nosotros seremos protagonistas: algo que parece pequeño como hablar
mal de otras personas nos acabará llenando de amargura y desconfianza. Tener
pensamientos positivos desencadena efectos positivos, aunque sea bajo la forma
de un modelo constructivo de entender la realidad, que no es poco –porque evidentemente
tener pensamientos positivos no nos hará evitar los acontecimientos negativos,
pero sí afrontarlos desde un punto de vista edificante–. Intuyo que hay una
retroalimentación psicológica, como decía antes, y me parece que los trastornos
son más integrales de lo que uno podría suponer, como si se incrustaran en la
personalidad o en las relaciones sociales y el mundo de quien los padece,
forjando un continuo en ellas.
Porque además de
que los pensamientos “resuenen” –por decirlo de algún modo– en nuestras
acciones, nuestras acciones vienen a resonar a su vez en el mundo entero
haciéndolo vibrar. En cada individuo existe un amplio espectro ético por el
cual moverse, una persona puede realizar auténticas proezas tanto en uno como en
otro sentido. Analizo una situación en la que me he encontrado mal y pienso en
la misma situación en un momento en que me he encontrado bien. La situación en
sí no cambia y sin embargo mi estado sí lo hace, concluyo que, dado que la
situación se ve enteramente transformada por mi estado, tengo más capacidad de
la que pienso para construir la realidad –en realidad no creo que existan
límites tales como situación, pensamiento, acción o individuo, pero ya bastante
tienen ustedes con haberme soportado hasta aquí–. Aunque tarde, he comprendido
que alguien desgraciado traerá la desgracia a su alrededor aunque tenga la
mejor de las intenciones a su lado, y que alguien feliz compartirá su felicidad
sin darse cuenta.
Por cierto, hay
algo que siempre me ha llamado la atención sobremanera: dicen que uno es más
infeliz cuanto más inteligente es –es al menos una creencia muy extendida
aunque, en mayor o menor proporción, falsa–. A mí me parece una soberana
insensatez no poner a la inteligencia al servicio del bienestar –ya esto igual
son cosas mías–.
O ando yo muy
errado o eso que los mortales llamamos el mal es la expresión del sufrimiento
en el mundo. Y esto tiene importantes corolarios fluyendo por todas partes,
como que no existe la gente mala, existen historias de sufrimiento, aunque
finja estar sepultado en la indolencia, aunque uno pueda haberse acostumbrado
mal que bien –es un tanto ridículo seguir manteniendo la maniquea postura de
las películas y relatos convencionales–. Hay casos y casos pero el castigo no
es la justicia sino más bien un encogimiento de hombros ante el hecho de comprendernos
sabedores de nuestra propia ignorancia y aunque hay casos extremos con los que
es difícil –si no imposible– lidiar, no parece que el castigo sea el mejor
método de transformación social.
Volviendo al
tema central: teniendo en cuenta la plasticidad del cerebro y las enormes
capacidades del ser humano, creo en la bondad humana y sé que no todo es bueno,
pero creo en nuestras aptitudes, en la potencialidad y en nuestra adaptabilidad
como certeza de lo incierto, como un sinfín de caminos abiertos. Ahora bien,
hay gente que no desea ayudarse a sí misma y también es una necedad pretender
perder el tiempo con estas personas, amén de que nadie debería ir en contra de
la naturaleza de los demás. Las palabras pueden decir lo que quieran, los actos
reflejan lo que es una persona y las cosas suceden solas.
Quizás el hecho
de que lo que la gente llama el mal suponga desde mi punto de vista un reflejo
del sufrimiento tenga que ver con la percepción tan holística que tengo de las
cosas, así que, si lo aguantan ustedes, pasemos a la metafísica que –quizás–
sustenta esta ética como puede.
Metafísica:
Que el cuerpo y
la mente carezcan de diferenciación última, como un todo indiscernible es algo
que casi cualquier filósofo de por aquí me rebatirá inmediatamente y sin
dificultad: yo suscribo que la separación entre ambos es arbitraria –y no digo
exactamente que sea una escisión irreal, además es muy útil en lo que concierne
a ciertos estudios y actividades, véase sin ir más lejos la ciencia médica y su
muy conveniente especialización en algunas áreas, aunque también en las
ciencias haya un obvio sincretismo–. Y es que tenemos unas categorías cuya
línea se ha trazado consuetudinariamente. Desde luego no sugiero que nuestras
categorías carezcan de sentido ni mucho menos –me quedo en la extraña isla de
lo que ni siquiera es absurdo: el sentido sin sentido, y no es absurdo y es muy
gracioso, de verdad–. Pero si alguien defiende que las categorías –en el fondo
categorías de la estructura del lenguaje– son una suerte de ilusión de la
Razón, ¿no debería renunciar esta persona a toda comunicación? O sin llegar a ser
tan dramáticos, ¿no debería esta persona dejar la metafísica y metérsela por…?
Y sin embargo caeríamos en la trampa de un Vacío o un Todo cosificado –como un
objeto de consciencia opuesto al sujeto pensante–, un presunto ente sin
distinción que irónicamente se distingue a la fuerza, ignorando que, al
establecerse una oposición entre este supuesto Ente Total vs. Categorías (round
1, fight!), nos hallaríamos ante una necesaria extrapolación al infinito,
porque siempre habría un nivel superior de indiferenciación absorbiendo esta
dicotomía como un agujero de gusano loquísimo.
Es decir:
tenemos a un lado las categorías, al otro la Unidad –hala, con mayúsculas–, y
entonces, ¿no tendría que haber una Unidad ulterior que aglutinara ambos
conceptos en oposición –que se convertiría a su vez en otra categoría, ya
cosificada–, y después otra que aglutinara esta categoría así creada y la
Unidad de nuevo una y otra vez y otra y otra y…? El cuento de nunca acabar.
Y todo esto sin
hablar de la dualidad entre el sujeto y el objeto…
La Unidad, pues,
no puede ser cosificada ni entendida ni, de hecho, denominada.
Ahora el
filósofo puede decirme que mi postura ni es un argumento ni es nada, con razón.
Pero para mí es algo: algo muy rebelde, tanto que llega a ser como un juego, porque
es tan rebelde que se rebela contra lo que es rebelde y más o menos serio –y
deja de ser nada de nada–. Además y obviamente no es tan sólo aplicable a la
dicotomía cuerpo-mente, nótese que he pasado a emplearla directamente sobre el
conjunto de las categorías y todo eso –¡falacias, falacias de inducción!–. Pero
no es una falacia de inducción si hablo de las categorías, porque las
categorías son realidades abstractas –sus límites más bien, porque a fin de
cuentas el ser, es– y lo mismo me da cuerpo y mente que correcto o incorrecto,
y no se equivoquen, que de eso es de lo que estamos hablando: del campo de la
oposición entre dos contrarios que no hacen referencia sino a la misma… ¿cosa?
Uno podría pensar que la piel es el límite entre nuestro cuerpo y el mundo
exterior, otro podría pensar que la piel es precisamente lo que nos conecta al
mundo exterior. Y la frontera no es más que algo cosificado, entendido de un
modo concreto que se pierde entre palabras. Que sin árboles no hay bosque,
vamos. El lenguaje es un sistema de significación –descriptivo, comunicativo,
transformador, etc.– que quiebra y despieza la realidad para hacer
comprensible el mundo, ¿es el mundo incomprensible sin el lenguaje? Tal vez,
¿pero podemos mediante el lenguaje responder a qué es el mundo sin que la
nuestra sea una respuesta parcial precisamente debido a la propia constitución
del lenguaje? Si el mundo está más allá del lenguaje, en tanto que le precede,
parece una ardua tarea… arrogante incluso. Y además volvamos a esa pregunta
antes mencionada: ¿es el mundo incomprensible sin el lenguaje? Tal vez no tenga
por qué ser comprensible, aunque pueda serlo en mayor o menor medida: dentro de
la realidad en bruto no hay nada para responder, dentro del conocimiento humano
sí –¡otro agujero de gusano, ja!–. Las palabras fluctúan como el agua… e
incluso tenemos una voz que se dice “inefable” y que, aunque pueda parecer
poco, expresa algo de la realidad cuando menos revelador: hay cosas que no se
pueden describir con palabras. A fin de cuentas la definición es convencional y
limitada; la realidad, sin límite alguno, es inabarcable meramente a través de
un lenguaje llenito de trampas. El tiempo es otra trampa del lenguaje y del
señor Newton –no, no el de las tartas, el otro–, la eternidad es… real. La
causalidad es otra trampa, si ya lo dijo Hume –¡falacias, falacias de
inducción!–. Por supuesto las trampas no son trampas, sino herramientas
olvidadas dentro de la superestructura organizativa que es un idioma o dentro
de la gramática universal para los seguidores de Levi-Strauss –el francés, no
el alemán–. ¿Cómo va a ponernos trampas el lenguaje?
Sujeto y objeto
son objetos separados de conciencia, ¿nadie ha reparado en lo divertido que es
eso? Pues claro que sí.
Como seguramente
habrán ustedes advertido, hablo de algo de lo que no se puede hablar y que no
es otra cosa que lo que trato de decir cuando Tikal le dice a Daluna: “Tú lo
eres todo”. Ni más ni menos. Este texto es esencialmente incomprensible –o algo
así– y está lleno de bromas y chistes –algunos hasta son sutiles–. Pero esa
frase es muy sencilla y no tiene más miga el asunto.
En cualquier
caso estas mismas reflexiones las hice literatura en “Kaleidoskopio”, con “k”,
en plan modenno/hipster.
Hace tiempo
pensaba en el cambio social como una respuesta deseable –leyes injustas, roles
estúpidos, costumbres idiotas, etc.–, pero también hace muchos años llegué a la
conclusión de que el cambio interno es el que funciona: luego llega todo lo
demás. Es curioso que sólo lo haya empezado a poner en práctica recientemente.
Lo básico es la libertad de pensamiento, lo básico y lo valiente, porque al
principio no es fácil.
No es que a día
de hoy comprenda todas las implicaciones de las payasadas que pienso, pero voy
tirando.
Por último,
reparen ustedes en que estos apuntes no son sólo los que guían mi forma de
hacer arte, sino también mi forma de vivir… Continente y contenido y esas
cosas.
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