A
Damián Damián, que ha creado uno de los más interesantes espacios de
intercambio cultural que conozco.
Oscuridad:
Siempre fue el
dibujo. El dibujo tenía vida y un alma pulsando bajo ella.
Faltaba la
oscuridad. Porque la oscuridad lo era todo y sin oscuridad nada podría ser jamás.
Llevaba días sin
apenas dormir, quería volver a la fuente, la fuente de todo. El Trattato de pictura de Da Vinci era
bastante antiguo y mencionaba mezclas para dar con materiales de alta calidad,
pero era sin duda insuficiente, no era en ningún caso lo que yo estaba buscando
–reconozco que en cierto modo había anticipado mi decepción–. Las reglas
descritas en el Hermeneia o en el Manual de Estrasburgo eran papel mojado
por los mismos motivos. No me servían para nada: profanadas por el hombre,
teñidas de cultura, de creencias, de costumbres. Necesitaba algo anterior, algo
anterior al claroscuro, a la perspectiva aérea, al mosaico, a las pinturas
rupestres, ¡a todo! Algo más antiguo. Algo que no fuera.
Pero esta noche
–porque ya sólo descansaba de día– me he despertado sobresaltado. ¡Lo había
visto! ¡El dibujo! Estaba en mi cabeza otra vez, crepitando de oscuridad. Aparecía
más nítido que nunca, latiendo en el sótano de mi casa, llamándome,
convocándome… conjurándome.
Perdonen mi
exaltación, discúlpenme, quizás debería remontarme a los hechos acaecidos hará
cosa de un mes… Sí, de lo contrario ignorarán ustedes detalles importantes,
aunque debo advertirles de que cada minúsculo paso dado en mi empresa es el
reflejo de su totalidad.
Hace un mes soñé
con el dibujo, el dibujo que se convertiría en el centro de mi vida a partir de
entonces, la razón de ser de cada segundo que se colaba en cada uno de mis días.
La existencia comenzó rápidamente a volverse traslúcida y sin color comparada
con la presencia en mi cabeza de la obra que debía llevar a cabo.
Tenía la convicción
de que había algo más allá de la realidad tal y como la conocemos. Algo que debía
cruzar, algo que debía venir. Algo antiguo. El dibujo era un sello.
Comencé a
investigar entre mis libros, en internet, fui a la biblioteca. No encontré nada
útil.
¿De qué estaba
hablando?
Por supuesto
nada más despertar había realizado un apresurado boceto, confiando en encontrar
algo, sabiendo que muy a menudo lo que se sueña, de ser por casualidad recordado
en la vigilia, en seguida se desvanece, deshaciéndose al contacto con la
realidad.
Pero estaba
completamente seguro de que faltaba algo en aquel dibujo. Era un círculo, pero necesitaba
algo más. Sé que cualquiera lo hubiera subestimado: un círculo, el símbolo de…
¡Pero yo no! ¡No era nada de eso! La interpretación no haría sino que errara mi
destino. Mi destino, podía sentirlo, como si estuviera aguardando al otro lado
de una pared de cristal a punto de resquebrajarse en grietas como venas del
cuerpo humano.
¿Hablaba de la
información?
En esta época en
que vivimos la cantidad de información manejada es inmensa, el volumen resulta
simplemente ridículo. El trabajo, por supuesto, consistía en separar la
información útil de aquélla que obviamente sólo supondría un obstáculo para mí.
Y durante mis búsquedas entre hojas, índices, títulos, bibliografías, artículos
y trabajos fui desviándome, fui saliendo de la red tejida, escapando de lo que
nos era indicado, de lo que nos era obligado, forzando poco a poco los
estrechos límites de la imaginación. Gradualmente fui encontrándome con lo que
escapaba al poder de la razón interpretativa: primero lo más experimental,
después las escuelas olvidadas en los márgenes de los libros y, finalmente, lo
oculto. ¡Lo oculto! Los textos parecían querer insultarme, riéndose de mí en
una nube de cándida sencillez que, de crédula y simplista, me resultaba
angustiosa. ¡No eran esos los problemas a los que yo me enfrentaba! ¡Esos así
llamados secretos apenas eran un conjunto de técnicas sórdidas y salvajes, y
rituales y supersticiones absurdos! Resultaba exasperante saber que la
respuesta tenía que estar allí mismo, al otro lado de…
Pero no bastaba.
Nada bastaba, nada era suficiente, nada podía contener mi proyecto, ni lienzo
ni pincel. No había soporte para mi obra.
Encontré De Tenebrae Natura, un ejemplar del
monasterio soriano de Santa María de la Huerta –aunque no constaba en los
inventarios oficiales y tuve que mover muchos hilos–. Era un códice cristiano
que databa del siglo XVI. Comentaba el copista que era un texto que había sido
traducido al latín medieval desde el árabe, de ahí nos podíamos remontar al
griego y del griego al copto… se hacía alusión al egipcio arcaico… vagamente.
Conocimientos que nacían en la noche de los tiempos, secretos poderosos,
prohibidos. Podían ser cenizas sin valor, debía andarme con cuidado.
Pero, ¿de qué
hablaba?
Empezaba a darme
por vencido mientras me afeitaba al anochecer, iluminado por la luz
fosforescente del baño, ante un espejo que me mostraba un rostro olvidado. No
me sentía representado por ese agotamiento, por esas ojeras, por esa barba de
una semana que iba rasurando. Por supuesto aquella era mi cara, ¿quién lo
dudaba? Dicen que los ojos son el espejo del alma. Y no obstante mi alma sin
embargo era el dibujo. Ese dibujo para el cual no encontraba respuesta. Quizás
me estaba equivocando al hacer las preguntas…
Ya no cogía las
llamadas. Dejé un mensaje por varias redes sociales de internet diciendo que me
había ido de viaje, que ya volvería. Sabía que con De Tenebrae Natura en mi poder podía correr peligro si salía de mi
casa. No obstante yo no era ningún estúpido.
Me sentía débil
a ratos, debatiéndome entre dolores de cabeza, y sin embargo cuando me ponía a
trabajar en mi estudio, lo hacía febrilmente, sabedor de que la respuesta
estaba cerca y que si no la veía, era porque me cegaba la pregunta.
Tuve un segundo
sueño. El dibujo tenía que ser infinito, carecer de límites. Lo percibí como
notas sobre el vacío de mi sueño. Era como una ráfaga de certeza pura que
tomaba mi cuerpo, que guiaba mi mano. Desperté, estaba ante el espejo. El tubo
de luz blanca parpadeaba y emitía un zumbido suave e intermitente. ¿Seguía allí?
La cuchilla estaba en mi mano, mi mano a la altura de la cara, y yo, por
afeitar. Tenía trazas de espuma en la cara. Me aclaré con agua y me miré a los
ojos. A través del espejo. Mis ojos.
Entonces advino
a mí.
Había encontrado
el soporte apropiado.
Me deshice de
todos los muebles del sótano, el cual había pasado por varias fases: al
principio como garaje, más tarde almacén de leña, durante una breve temporada
hizo las veces de gimnasio, también momentáneamente trasladé allí mi estudio
del ático, y finalmente se convirtió en el salón que era, ahora vacío. Encargué
un par de mamparas consistentes –me preocupaba que no fueran lo suficientemente
sólidas– de cristal azogado con las proporciones apropiadas. Asimismo contraté
mano de obra de calidad a la que solicité vehemente que siguieran mis
indicaciones al pie de la letra, ya que se basaban en unas mediciones muy
precisas. Les hice entender la relevancia del asunto sin exponerme demasiado.
Sin embargo yo
nunca le tuve miedo a la oscuridad.
De Tenebrae Natura, De Tenebrae Natura… Una de sus líneas rezaba: Lux vera obscuritate subripitur. No paraba de decirme a mí mismo
que ahí estaba la clave: “la verdadera luz es robada por la oscuridad” o tal
vez “la luz es robada por la verdadera oscuridad”. Tenía que hallar alguna
forma de destilar esa oscuridad verdadera, de deshacerme de todas nuestras
obscenas ficciones, filtrarlas, para quedarme con la realidad.
De momento ya
tenía una habitación cúbica en el sótano, y paredes de espejo en cada una de
las seis caras de la estancia.
A veces me
sentía cansado y no obstante apenas podía dormir y mis miembros trabajaban
vigorosamente mientras yo hacía dibujos una y otra vez. ¿Estaba más delgado que
hacía un mes? En el espejo veía mis costillas sobresaliendo, dibujando dunas de
sombra sobre mi piel, que era como papel.
Y mi último
sueño era, inequívocamente, un mensaje. Ya llevaba días sintiendo que el dibujo
estaba cerca, deseando irrumpir en mi cabeza, salir a la luz, porque la
oscuridad real es invisible. Pero yo fui capaz, yo pude verla en sueños, brillante de alguna manera paradójica,
robando efectivamente toda luz alrededor. Las tinieblas penetraban en el mundo,
con un color del cual el negro sólo podía ser la más ingenua tentativa.
Había salido del
abismo de perdición: había encontrado oscuridad pura.
Y sólo había un
medio de traerla a este… lado del espejo, de que atravesara el intersticio de
la realidad alzado ante nuestros ojos.
Descendí por las
escaleras que llevaban al sótano.
Encendí una vela
en medio de la habitación, reflejada infinitamente más allá de las
perspectivas: era el sacrificio de luz. Lo sentía de veras, pero así debía ser.
Esa llama joven y danzarina sería engullida por un poder superior, anterior al
mismo universo, un poder que yo iba a traer a este mundo. Un poder que tenía
que regresar.
Armado con una
brocha y un cuchillo, me rajé el brazo.
Sin embargo yo
nunca le tuve miedo a la oscuridad.
La sangre era casi
negra, la observé con atención: el preludio de todo, la vida de las tinieblas
cayendo sobre el espejo. El rojo guiado por mi mano experta engullía todo
brillo contoneándose levemente como si fuera una serpiente.
La herida tenía
que permanecer abierta.
La oscuridad iba
tomando forma mientras yo seguía trazando el círculo. Y la luz de la vela
empezó a atenuarse, a perderse, cayéndose por las aristas de los espejos,
deslizándose más allá de la habitación, pero sin poder huir, atrapada en el
infinito. A punto de ser devorada por la verdadera oscuridad.
Moverme era una
proeza, me sentía exhausto a cada pincelada, a cada apoyo que me prestaban mis
muñecas y mis rodillas, el suelo me pesaba sobre el cuerpo y la llama seguía
allí, danzando con un leve brillo negro, insoportable, sin color ni sentido. Veía
las sombras proyectadas ondulándose como jirones de oscuridad. Cuando logré terminar
el dibujo ya no emitía fulgor alguno, estaba muerta.
Ya no emitía fulgor…
Estaba muerta…
Pobre
llama
de
fuego,
pobrecita… pero así debía ser.
Vi moverse algo,
algo entre la oscuridad infinita de los espejos, pero mi cuerpo empezaba a
desfallecer…
Algo que venía
hacia mí veloz…
Y yo sonreía…
Sonreía…
Oscuridad por Jorge Roussel Perla se encuentra bajo una Licencia Creative Commons Atribución-NoComercial-SinDerivadas 3.0 Unported.
Basada en una obra en http://parafernaliablablabla.blogspot.com.es/.
Se nota que Halloween te cubrió con su sombra (ríome).
ResponderEliminarNo es la primera vez que leo una historia de estas características. Tipo obseso que va mutando a medida que crece su obsesión por desentrañar algún tipo de enigma, que siempre termina en muerte más o menos horrorosa, porque claro, se juega con parámetros desconocidos y ahí puede caber casi todo. El final, por tanto, es descorazonador en tanto en cuanto te deja expectante y con el misterio sin resolver, pero dentro de su género, está muy bien llevado con sus referencias latinas de textos de ocultismo y todo, así que tampoco podemos aspirar a más en cuanto al hallazgo de grandes verdades, si mantiene la inquietud del lector que es de lo que se trata.
Digamos que serviría para hacer una peli de terror, serie B, de las que uno soporta un domingo lluvioso, tumbado y dormitando en el sofá, mientras come palomitas y chocolate.
Un consejo: Escribe este tipo de relatos con el respaldo del asiento contra una pared, sin que tu espalda roce el vacío. (nomerío)
Abrazo y compartiendo, Dark.
Namasté.
Muchas gracias por tu comentario, Morg -y por compartir-. Dos cosas: a mí éste me parece un relato que bueno, que mira, que vamos, pero eso, relato y palomitas (de los míos de terror prefiero los otros dos, aunque éste tenga sus cosillas y me obligara a desempolvar mi latín). Por otro lado me encanta el cine de serie B más intrascendente, y si te pones, hasta el de serie Z. Eso me pasa por juntarme con mis amigas a ver pelis gore de lo más bajo que hay. Hombre, yo al final le doy, más que nada, dos interpretaciones posibles: a) el tío está como un cencerro y en su delirio exangüe flipa más de la cuenta, y b) un rollo Lovecraft moderadamente velado. Pero vamos, que son cosas mías.
EliminarAh, por cierto, quería comentarte: me gustaría hacer un selección de relatos para kindle -ya que la edición es gratis- y sacar una breve selección, igual es demasiado pronto -pero es una cuestión de esforzarse un poco-, ¿tienes alguna sugerencia? Había pensado abrir con el de Memorias de antes de nacer y separarlos por géneros... no sé, no sé.
¡Un abrazote, Morg! ^_^
Me gustó, Jorge y eso que el género de terror no es mi favorito.
EliminarMe interesó más la segunda parte, que tiene cosas poéticas, dentro del horror. Todo lo del principio me pareció un poco largo, específicamente cuando detallás tanto la búsqueda de información, porque lo importante está en algunos libros, en los sueños y en las intuiciones de la locura.
Lograste un muy buen resultado.
Un gran abrazo.
Muchas gracias, Mirella. La verdad es que me parece genial el contraste de opiniones que ha generado este relato -no tan contrastadas en realidad, pero oye-. Me pierdo en la poética, esa parte me gusta, la verdad, aunque estoy con Morg, es un relato muy de serie B lo cual, al menos para mí, tampoco es que le reste nada (es más... bueno, cutre, ¡pero este blog se supone que ofrece eso! xD). Me alegro de que te guste aunque no sea tu género, de hecho, me alegro aún más precisamente por eso. También estoy con el señor Dib, hay elementos que no dejan de tener interés -al menos para mí- relativos a la información y al nivel cultural y de especialización de este personaje -que igual cómo ha quedado plasmado sobre el texto es una plastufa porque yo ni idea tengo de esas cosas-. De todas formas, yo qué sé... el pobre divaga mucho encerrado en su mente, si es que está fatal de lo suyo...
Eliminar¡Un abrazo, Mirella! ^_^
Hay tantas cosas por debajo del texto principal que me cuesta comentar, me refiero a esas cosas que dicen los autores intentando que no sean la estrella del relato: la Oscuridad (con mayúsculas y como necesaria), la información, las obsesiones, etcétera.
ResponderEliminarEl terror no me atrae demasiado, pero sí me atrae cómo alguien logra escribirlo, así, bien, con habilidad.
En mi humilde opinión, se quedó a mitad de camino, me parece que tendrías que considerar alargarlo, pues tiene todos los elementos para ser un cuento de unas 8, 10 páginas. Que las malditas leyes de los blogs no nos afecten. Espero que lo pienses.
Un fuerte abrazo.
HD
Pensaré en ello... la verdad es que me limito mucho el espacio, salvo extrañas excepciones, intento que cada relato no supere las dos páginas y media, tres como mucho, y es un coñazo. A veces me atrevo a publicar relatos más largos como Impasse, que son cuatro paginacas, si considero que van a mantener el interés, y en otras ocasiones -y sencillamente porque el relato me gusta mucho- lo hago un poco más largo incluso y lo divido, como en Kalani, y esto suele dar muy malos resultados en términos de visitas (aunque yo no tenga muchas de base), lo cual tampoco es ninguna tragedia. Agradezco que te haya gustado el relato pese a que el terror no sea lo tuyo, me parece un género difícil. Con respecto a las ideas contenidas que quedan de fondo, ahí siempre encontramos un material que nos sirve para dibujar al narrador y, en ocasiones, al autor, dependiendo de lo transparente que quiera ser uno...
Eliminar¡Un abrazote, señor Dib! ^_^