“Сонные реки, мертвые камни
Скрыты
туманом, тайну храня
Новые
боги спят на ладони
Новую
кровь пустила земля”.
АРКОНА.
Su
segunda oportunidad:
Desde aquel
claro Liev contemplaba la bóveda del cielo nublada sobre él y un halcón
recortándose en lo alto, escuchaba el viento soplando mudo sobre la hierba y
entre los troncos y las ramas de las coníferas cercanas.
Estaba apoyado
sobre una roca.
Ya no notaba el
pomo de su espada bajo sus dedos.
Y observaba cómo
la sangre manaba de la herida, con un brillo oscuro, con un rojo ennegrecido, como
si fuese la sangre de algún otro, como si él no estuviera ocupando su cuerpo. Aferró
con sus manos el puñal que, clavado en su costado, allí donde el cuero le
dejaba desprotegido, se había hundido minutos antes en su piel.
Sobre él su
hermana lloraba, arrodillada y apoyada en la espada familiar que se hincaba en
la tierra, en esa tierra lejos de su tierra, entre los bosques de la taigá, junto
a su querido Liev. Había llegado demasiado tarde.
Ella, Nadia, se volvió
enfurecida hacia aquel hombre que permanecía allí de pie, expectante,
insultándola con la mirada, esa mirada sostenida que se burlaba de su
impotencia diciéndole que su hermano ya estaba muerto, asegurándole que no
había nada que pudiera cambiar eso, recordándole que del reino de los muertos
jamás puede uno regresar.
No obstante ella,
arrastrada en su propio llanto, tomó la empuñadura de la espada con su mano
derecha, y se irguió alzándose sobre la hierba, sacando el acero de entre la
tierra y el barro. Se puso en guardia con un movimiento firme y definido que
contrastaba con el temblor de su rostro mientras luchaba contra aquel torrente derramándose,
aquel torrente que convertía sus ojos en el espejo del pesar más profundo.
–Sois una mujer
–le aclaró aquél que había malherido a su hermano como si tratara de explicarle
la situación.
Ella hizo en
respuesta un molinete con la espada, recordándole que el hierro no estaría
menos afilado de ser empuñado por la rusalka que nacía bajo las ondas del río
de su llanto.
Y dio un paso
adelante, atravesando la cascada de sus propias lágrimas.
Una voz llegó a
duras penas a sus oídos, serpenteando entre toses y gruñidos de dolor contenido,
suplicando y deteniendo el avance de Nadia:
–Hermana –y ella
no pudo evitar mirar abajo, a su lado–, no lo hagas.
–¿Qué dices,
hermano? –los ecos de sus sollozos se le secaban en las mejillas consumidos por
la ira.
–No acabes con
su vida.
–No preciso de vuestra
protección –le espetó el hombre a Liev con sumo desdén.
–No acabes con
su vida –insistió su hermano, haciendo caso omiso de las palabras de su
asesino–. Acabo de comprenderlo.
–¿Comprender
qué? –se impacientaba su hermana.
–Que tienes una
segunda oportunidad. Yo he venido hasta aquí lleno de odio: mi corazón era sólo
lo que de él había dejado el rencor. He vivido buena parte de mi vida deseando
matar a este hombre.
–¡Y es justo que
se reúna hoy con su destino! –le reprochó su hermana, mientras él se apretaba la
herida con retales de sus propias ropas, envolviendo el puñal que ninguno de
los dos se había atrevido a extraer.
–Su destino es
otro y más tarde se reunirá con él –le contradijo su Liev–. ¿Por qué íbamos
nosotros a convertirnos en su sombra? Aquí me hallo, ante las puertas de la
muerte, rezándole a Mara, su custodia, y no tengo mucho tiempo, ¿cómo puedo
disuadirte de tu error?
–¡Ese hombre es
malvado y nadie impedirá que acabe con él! –cada una de las palabras de Nadia gemía
de dolor al contacto con sus labios, ahogándose en la rabia de su alma.
–Puedes, sé que
puedes matarlo –luchó por decir su hermano–. Pero tu vida no será más vida, ya
estarás muerta, tu rostro será la cicatriz de una historia triste, las huellas
y las arrugas de la muerte. Él no es malvado, es estúpido al igual que yo
–tosió sangre, se atragantó con ella, consiguió escupirla con dificultad a un
lado–. Escúchame, mi vida no tenía sentido, Niusha. ¿Vivir para matar? Escúchame,
nada de lo que he hecho ha mejorado mis días, nada de lo que he hecho me ha
hecho mejor persona… –tomó una bocanada de aire con dificultad–. ¿Para qué has
venido?
–Para devolverte
a casa. Ahora… –Nadia apretó con fuerza la empuñadura de su espada, tratando en
vano de contener la cólera entre sus dedos, esa cólera que se le escapaba como
la fina arena de los tiempos.
–Si has venido
para ocupar mi lugar… –no tenía fuerzas para dar término a aquella frase–. Por
favor, hermana, te estoy cediendo mi segunda oportunidad –su mentón tomó la
forma de un arroyuelo rojo mientras hablaba.
–¿Qué? –inquirió
ella sin comprender.
–Veo a la diosa
Mara, aquí, al lado de su hermana Zhiva –balbució su hermano en un hilo de voz–.
Ambas me miran, me susurran que mi camino sigue bajo tus pies. Las estaciones
cambian una detrás de otra y todo permanece igual.
–¿Qué dice Mara?
–quiso saber Nadia, perdida entre las brumas de la confusión.
–Calla y me
abraza –le respondió su hermano.
–¿Qué dice
Zhiva? –interrogó ella.
–Sonríe y te
abraza, Niusha –el nombre de su hermana en el aire quedó sostenido por su
último aliento.
Ella sintió que
su nombre estaba ahí, vivo, como una criatura mágica, con la fuerza de la
rusalka ascendiendo desde los dominios de los muertos, más allá de las
profundidades de los ríos, hasta el reino de la hierba, las bestias y los
hombres. “Mi camino sigue bajo tus pies…”, se repitió a sí misma en su mente
las palabras que había pronunciado su hermano.
Él expiró y ella
le abrazó. Sus lágrimas cayeron fluyendo sobre la piel de su Liev, corriendo
como riachuelos sin mar.
Lloró, tenía que
llorar.
Y de repente
gritó, tenía que gritar.
–¡Nooooooo! ¡No,
no, no, no! –una riada de tristeza arrasaba con todos sus latidos y estrellaba sus
restos contra su pecho. Su rostro se inundaba bajo su llanto.
Y tras unos
minutos de dolor las aguas volvieron a su cauce y comenzó a vislumbrar algo
sobre su rielar…
Los rayos de sol,
llenos de curiosidad y traspasando el manto de las nubes como fantasmas, lidiaban
entre sí por ser testigos de lo que la eternidad olvidaría en el tiempo aquel
día.
Nadia se alzó,
espada en ristre.
Su cabeza gacha
y sus labios apretados dieron paso a una mirada fulminante dirigida al
desconocido que observaba el horizonte distraído.
No obstante la
diosa Zhiva, que guardaba la vida, le dio sus ojos a Nadia por un instante y
Nadia miró a través de ellos: ante ella sólo se alzaba una persona sin nombre,
ni pasado ni futuro.
–Soy Vadim
Sergiéievich –dijo el hombre sin siquiera mirarla, en un tono ausente–, natural
de Rostov, ciudad de la Rus, aunque haya huido a estas tierras del norte, lejos
de la estepa. Tu hermano no ha querido oír de los crímenes que cometió vuestro
padre ni antes ni después de la contienda –las palabras le llegaban huecas, sin
significado. Porque ante ella sólo aparecía una persona sin nombre, ni pasado
ni futuro.
Vadim
Sergiéievich había sido compañero de su padre y ambos habían cometido crímenes.
Según los relatos de la madre de Liev y Nadia, aquél había dado muerte a su
padre para conseguir más beneficio. Nadia pensó que no es que su padre y él
fuesen malvados, sólo eran estúpidos. Todo era estúpido.
–Ayudadme a dar
sepultura a mi hermano o marchaos –dijo Nadia–, vuestras mentiras sólo pueden daros
paz bajo la luz del sol –le miraba y sólo veía a una persona desnuda y
debilitada por su propio mundo, y no sentía rencor ni odio, ni tampoco lástima.
Nadiezhda se
agachó, retiró solemne la vaina del cuerpo muerto de Liev y enfundó la espada
dando gracias a Stribog –el dios soberano de los vientos– por las palabras de
su querido hermano. De pronto se sintió extraña, como si sus sentimientos
fuesen las ondas de una piedra tirada en un estanque, haciéndose cada vez más grandes.
Sólo quería
continuar. Era su deber seguir el camino de su hermano que se abría ahora a sus
pies, ella debía tomar el relevo de su destino.
Porque ella era
su segunda oportunidad.
Su segunda oportunidad por Jorge Roussel Perla se encuentra bajo una Licencia Creative Commons Atribución-NoComercial-SinDerivadas 3.0 Unported.
Basada en una obra en http://parafernaliablablabla.blogspot.com.es/.
Me ha gustado, me encanta esa atmósfera entre lo mitólogico, lo legendario y lo real. Me alegra volver aquí a leer tus historias. Un saludo.
ResponderEliminarMuchas gracias. La verdad es que no sabía ni cómo etiquetarlo, al final me he decantado por "realista" (por poner algo), porque me parecía que, aunque podría interpretarse de una forma más literal y fantástica (que, oye, mola), también se puede pensar que para gente muy creyente el panteón divino que siga puede servir como medio para verbalizar su postura ante el mundo dado que esos (o ese) dios/es existe/n como una realidad que funciona sólo para ellos. Pero lo cierto es que no me siento cómodo definiendo así el relato y de hecho, estoy contigo y con tus adjetivos referentes a lo mitológico, lo legendario y, a la vez, lo real.
Eliminar¡Un abrazo, Klara! ^_^
Estoy de acuerdo con Klara, has conseguido una atmósfera especial con esa mezcla entre lo real y lo mitológico y así le has dado una calidad literaria al texto que engancha. Me ha gustado mucho Jorge.
ResponderEliminarUn abrazo
Muchas gracias, Sofya, por tu comentario. Y como dices en el primer comentario qur has enviado (he dejado este segundo por ser el posterior, supongo que la red habrá hecho de las suyas), la segunda oportunidad es un concepto agradable. Hay gente que no cambia ni sabe qué escuchar del mismo modo que hay gente capaz de aprender y de sacar las enseñanzas positivas que pueden derivarse de cierta comprensión de una situación trágica que, a priori, uno puede considerar comprensiblemente como una seria putada. Nadia tiene los ojos y los brazos abiertos para comenzar un nuevo destino por propia elección, a raiz de una comprensión compartida, yo a eso lo llamo magia.
Eliminar¡Un abrazote, Sofya! ^_^
Así que ahora nos llevaste a Rusia, Jorge... El relato me gusta más como leyenda, como metáfora de esa segunda oportunidad, que quizás pocos tienen en situaciones límite.
ResponderEliminarLo único que te señalo que -para mi gusto- hubo demasiadas lágrimas y descripciones de llanto. Pero tenés una prosa poética muy personal, siempre con ese fondo filosófico que me atrae sin remedio... jajaja...
Un abrazote, guapo.
¡Muchas gracias! Tomo nota: luego le echaré un ojo a ver qué encuentro. Muchas gracias por la crítica, a veces las sigo y a veces no, pero me parece de vital importancia rodwarme de personas capaces de dar su opinión sobre mis relatos y lo agradezco mucho. La verdad es que la pobre Nadia llora mucho, pero a cambio luego no tendrá que llorar más, es pasional en el momento justo y transforma la vida en lecciones y elecciones. Lo bueno de las situaciones límite es que nos demuestran cómo es una persona y, a la vez, son oportunidades para el cambio, ¿ves?, para mí la filosofía o la antifilosofía es algo inevitable.
Eliminar¡Un abrazo! ^_^