A
Estíbaliz. Que este presente sea tu presente.
Marionetas:
Era un escenario, de eso estaba
segura. La madera de ébano se veía apenas iluminada por una fuente de luz que
no conseguía vislumbrar y el telón de terciopelo rojo se acababa de abrir ahí delante,
como si ella, una marioneta sobre la que aparecía bordado el número 3, fuese la
espectadora de la función. No había butacas hacia atrás, sólo madera. Y hacia
adelante sólo madera y el telón perdido en un infinito engendrado por la
improbabilidad.
Los hilos de los que pendía no le
dejaban tocar el suelo.
Intentó
agacharse pero la resistencia que ejercían parecía ahogarla –esto evidentemente
es una forma de hablar–.
Escuchó unos chasquidos al otro lado
del terciopelo, aguzó la vista con los ojos que no tenía y distinguió una
figura la cual se adentró en ese claro de luz muerta que circundaba el telón:
ante ella se alzaba una marioneta con corazones remendados a modo de parches
cubriendo a duras penas su tejido, mostrando zonas deshilachadas y algodón intentando
escapar de un cuerpo que ya no era capaz de contener nada. Y sobre su cabeza
había dos pequeñas palancas y una diminuta marioneta más, con una fina barra
vertical de color negro hecha con cinta americana que la partía en dos. La
marioneta partida parecía manejar los movimientos de la remendada llevando las
palancas bien hacia delante, bien hacia atrás.
–Cuesta creer que se pueda manejar a
alguien sólo con dos palancas… –murmuró 3.
Partida comenzó a agitar las
palancas y pese a que poco se podía deducir de la cara de hilo que llevaba, 3
se sintió amenazada por el avance a trompicones de Partida y Remendada, y
retrocedió unos pasos. No sintiéndose segura, intentó tirar de los hilos que la
sostenían en busca de su liberación, pero estos eran fuertes, mucho más de lo
que se había figurado.
–¿Dónde tiene uno las tijeras cuando
más las necesita? –se dijo intentando apretujar el temor contra los confines
del mundo.
Remendada se acercó a ella y, con un
movimientos de las palancas que hacía Partida, alzó un brazo de la forma más
intimidatoria que una marioneta podía permitirse, esgrimiéndolo ante la pobre 3
que lo miraba un pelín asustada, sintiéndose con el cuello a punto de sucumbir
ante una máquina de coser que cada vez estaba más cerca.
3 comenzó
a agitarse, como atrapada por una tela de araña, tirando y tirando y notó que
el hilo de su bracito derecho se partía, dejándolo libre. Y puso cara de nylon,
porque de repente podía hacer con él lo que quisiera, podía moverlo hacia
arriba, hacia abajo, hacia la izquierda, hacia la derecha, atrás, adelante, en
círculos o describiendo cualquier figura que se le ocurriera.
Empezó a
pensar que el mundo tal vez no fuera de labor y costuras, que no fuera sólo de
terciopelo rojo, empezó a pensar que, si tenía un brazo liberado, sería mucho
más fácil ahora ir liberando cada una de sus extremidades apresadas y que,
además, cada miembro se vería sin ataduras con mayor facilidad que el anterior.
Sin
embargo de repente le asaltó la idea de quedarse allí como una posible
alternativa. Sí, con un brazo libre, pero allí. Porque… porque no sabía nada de
ningún otro mundo, porque jamás había hecho nada así, porque sólo conocía la
oscuridad del escenario y el brazo de Remendada levantándose hacia ella por
órdenes de Partida. Y tal vez eso no fuera tan malo.
Miró
hacia arriba, sólo veía hilos ascendiendo hacia ninguna parte. Parecía que todo
iba a depender de sí misma…
Atravesó
la bruma de sus dudas y tiró de su otro brazo. ¿Bruma?, ¿qué es la bruma? Tiró
y tiró. Pero debe ser algo, ¿no? Y se liberó. Y se sintió mucho mejor y tuvo la
clara impresión de que sabía más. Incluso sabía palabras nuevas:
–No
dejes que el miedo de otros sea un látigo restallando sobre ti –se animó,
liberando al mundo las nuevas palabras que conocía.
Ya sólo
pendía del hilo de su cabeza. Unió los brazos alrededor de él, agarrándolo como
bien podía e hizo fuerza.
Ni
siquiera fue mucha fuerza.
Ya no
tenía que hacer mucha fuerza.