¡Entren en su blog de literatura cutre!
Sí, caballeras y caballeros, conservo escrupulosamente unos estándares de baja calidad a los que me debo.

lunes, 28 de abril de 2014

En un mundo sin relojes


En un mundo sin relojes:

Más allá del tiempo que se sacude la lluvia
se encuentran los dominios sin dueño
que suenan como cañas huecas y profundas
entre los ecos del mismo silencio.
Yo sólo soy un viajero que camina por las letras,
que no tuvo nacimiento ni muerte,
que envejece siendo el niño que no dejó atrás,
y que abandona lo que fue, contento.
Me gustaría decir que hablo la lengua
que me enseñan tus latidos,
pero desconozco todo de ti:
tu nombre y la danza que le sigue por tu sombra,
la forma de tu ternura al desayunar cada mañana,
el ritmo de tus pasos y la cadencia de tus pensamientos
cuando se asoman a cada instante con curiosidad,
el calor de tu risa, la eternidad surcando tu voz
o cómo miras un atardecer en las olas.
Y yo no puedo esperarte encadenando un encuentro
a los brazos del destino
que nunca se llevó mi aliento.
Y yo no puedo esperarte en un poema quebrado,
ni siquiera en un columpio mientras me balanceo,
desde luego nunca en un combate contra la más pura nada,
pero tampoco en unas líneas manuscritas de sencillez
ni en la añoranza de un deseo inventado.
Por la misma razón que no puedo negar un encuentro
si me muevo errante deshaciendo equinoccios,
dibujando las ramas de los árboles en el cielo
mientras rompo los conceptos contra el vacío.
El calor y la luz no quisieron ser uno,
tampoco querrían ser dos.
Por eso sigo vagando tras escribir la última verdad
y dejarla correr por debajo de los ríos,
sobre la forma de todas las palabras
y entre las fisuras de los sueños.
Y supongo que por todo esto
decido no esperarte,
y elijo recibirte.

domingo, 20 de abril de 2014

Amigas para siempre

Amigas para siempre:

–Joder, hago unas esculturas cojonudas… ¿Está mal que yo lo diga?, porque son cojonudas –decía Sara contemplando sus creaciones. Aunque estaba pensando en estudiar la carrera de química cuando aprobara la selectividad en verano, tenía muy claro que no existía motivo alguno en la Tierra que pudiera llevarle a invertir menos tiempo en sus estudios artísticos, ya tenía una importante cartera de clientes y cobraba más que bien por sus trabajos–. Soy fantástica, coño.
Ester la miraba con recelo, Sara tenía demasiado ego. Demasiado, y eso no podía ser bueno. Hasta el novio de Ester le había dicho que quizás le pasara algo, que aquello no era normal, que su madre le había preguntado una vez que Sara había estado en su casa “¿a esa chica le pasa algo?”, o algo así. Total, que demasiado ego.
–¿Y tú qué tal con tu novio? Está to bueno.
–Sí… además, como siga así va a tener un trabajazo… –dijo Ester sin convicción.
–Y… ¿sigue sin darte sexo? –quiso saber Sara dejando su autocomplacencia de lado.
–Con la excusa de que le tienen que operar…
–¿Sigue dándote largas? –Sara era un cúmulo de incredulidad.
–Sí, con la puta fimosis, a lo tonto llevamos, ¿cuánto?, ¿un año esperando a que le operen? Y dice que no le apetece follar porque se hace heridas.
–¡Vaya putada!
–Es una mierda –convino ella–, y que es un quejica: las heridas son una mariconada.
–Joder… –murmuró Sara.
–Pues sí –dijo Ester–. Yo creo que me pone los cuernos o algo…
–Es que ese chico no te conviene –dijo Sara. A Ester se le pasó por la cabeza la posibilidad de que su amiga pudiera estar celosa, pero la descartó enseguida por absurda–. Joder, qué buena soy, debería estar prohibida –soltó Sara al volver la vista a sus obras.
–No, no me conviene –asintió Ester–. ¿Raúl y tú seguís de follamigos?
–Sí…
–¿Y tú sigues enamorada de él? –inquirió Ester con un leve tono de reproche en su voz.
–Sí –Sara aguardó unos instantes, cavilando algo–. Al menos dice que no le importa, que puede seguir.
–Pues yo estuve hablando el otro día con Raúl sobre si folláramos –soltó Ester.
–¿Y tu novio? –curioseó Sara.
–Que le jodan.
–¡¿Y yo?! –se alarmó Sara, como si de repente le hubiese llegado el resto de información a la cabeza.
–¿Tú qué? –Ester no acababa de comprender el motivo de sus protestas.
–Bueno… yo estoy enamorada de él.
–¿Y qué? –Ester tenía claro que aquél no era un argumento válido.
–Pues… eso –se aventuró Sara dubitativa.
–Eso no te da ningún derecho sobre él. ¡Como si fuera de tu propiedad! –se indignó Ester.
–He estado follando años con él… –intentó defenderse Sara.
–Y nunca te ha hecho caso –concluyó Ester–. No es tuyo. Y si quiero, puedo follármelo. Además, Raúl es un pedazo de pan… es un buenazo.
–Sí… –Sara comenzó a palpar una escultura en busca de posibles imperfecciones–. ¿Sabes?, me siento más guapa cuando estoy contigo, mola –comentó Sara sin pensarlo mucho.
–Raúl es un pedazo de pan –respondió Ester y tuvo la cortesía de no insistir más en el tema.
Por un momento a Sara se le pasó por la cabeza un pensamiento fugaz. Pero fue sólo por un instante, luego desapareció. A fin de cuentas eran amigas.
Y las amigas estaban para apoyarse.

jueves, 10 de abril de 2014

Marionetas

A Estíbaliz. Que este presente sea tu presente.

Marionetas:

            Era un escenario, de eso estaba segura. La madera de ébano se veía apenas iluminada por una fuente de luz que no conseguía vislumbrar y el telón de terciopelo rojo se acababa de abrir ahí delante, como si ella, una marioneta sobre la que aparecía bordado el número 3, fuese la espectadora de la función. No había butacas hacia atrás, sólo madera. Y hacia adelante sólo madera y el telón perdido en un infinito engendrado por la improbabilidad.
            Los hilos de los que pendía no le dejaban tocar el suelo.
Intentó agacharse pero la resistencia que ejercían parecía ahogarla –esto evidentemente es una forma de hablar–.
            Escuchó unos chasquidos al otro lado del terciopelo, aguzó la vista con los ojos que no tenía y distinguió una figura la cual se adentró en ese claro de luz muerta que circundaba el telón: ante ella se alzaba una marioneta con corazones remendados a modo de parches cubriendo a duras penas su tejido, mostrando zonas deshilachadas y algodón intentando escapar de un cuerpo que ya no era capaz de contener nada. Y sobre su cabeza había dos pequeñas palancas y una diminuta marioneta más, con una fina barra vertical de color negro hecha con cinta americana que la partía en dos. La marioneta partida parecía manejar los movimientos de la remendada llevando las palancas bien hacia delante, bien hacia atrás.
            –Cuesta creer que se pueda manejar a alguien sólo con dos palancas… –murmuró 3.
            Partida comenzó a agitar las palancas y pese a que poco se podía deducir de la cara de hilo que llevaba, 3 se sintió amenazada por el avance a trompicones de Partida y Remendada, y retrocedió unos pasos. No sintiéndose segura, intentó tirar de los hilos que la sostenían en busca de su liberación, pero estos eran fuertes, mucho más de lo que se había figurado.
            –¿Dónde tiene uno las tijeras cuando más las necesita? –se dijo intentando apretujar el temor contra los confines del mundo.
           Remendada se acercó a ella y, con un movimientos de las palancas que hacía Partida, alzó un brazo de la forma más intimidatoria que una marioneta podía permitirse, esgrimiéndolo ante la pobre 3 que lo miraba un pelín asustada, sintiéndose con el cuello a punto de sucumbir ante una máquina de coser que cada vez estaba más cerca.
3 comenzó a agitarse, como atrapada por una tela de araña, tirando y tirando y notó que el hilo de su bracito derecho se partía, dejándolo libre. Y puso cara de nylon, porque de repente podía hacer con él lo que quisiera, podía moverlo hacia arriba, hacia abajo, hacia la izquierda, hacia la derecha, atrás, adelante, en círculos o describiendo cualquier figura que se le ocurriera.
Empezó a pensar que el mundo tal vez no fuera de labor y costuras, que no fuera sólo de terciopelo rojo, empezó a pensar que, si tenía un brazo liberado, sería mucho más fácil ahora ir liberando cada una de sus extremidades apresadas y que, además, cada miembro se vería sin ataduras con mayor facilidad que el anterior.
Sin embargo de repente le asaltó la idea de quedarse allí como una posible alternativa. Sí, con un brazo libre, pero allí. Porque… porque no sabía nada de ningún otro mundo, porque jamás había hecho nada así, porque sólo conocía la oscuridad del escenario y el brazo de Remendada levantándose hacia ella por órdenes de Partida. Y tal vez eso no fuera tan malo.
Miró hacia arriba, sólo veía hilos ascendiendo hacia ninguna parte. Parecía que todo iba a depender de sí misma…
Atravesó la bruma de sus dudas y tiró de su otro brazo. ¿Bruma?, ¿qué es la bruma? Tiró y tiró. Pero debe ser algo, ¿no? Y se liberó. Y se sintió mucho mejor y tuvo la clara impresión de que sabía más. Incluso sabía palabras nuevas:
–No dejes que el miedo de otros sea un látigo restallando sobre ti –se animó, liberando al mundo las nuevas palabras que conocía.
Ya sólo pendía del hilo de su cabeza. Unió los brazos alrededor de él, agarrándolo como bien podía e hizo fuerza.
Ni siquiera fue mucha fuerza.
Ya no tenía que hacer mucha fuerza.

martes, 1 de abril de 2014

Sentada delante de casa

Sentada delante de casa:

            Mi nombre es Irena Sobczak y hoy, como cada día, he ido al trabajo leyendo un libro, después del trabajo he ido al gimnasio y luego, tras un tiempo de esparcimiento con mis amigos y mi mejor amigo –que casualmente es mi novio–, he ido al parque de enfrente de casa a sentarme después de dar un paseo por la Uniwersytet Marii Curie-Skłodowskiej.
Y me he sentado mientras el sol de verano atardecía dorado entre los árboles y las nubes jugaban entre rayos y sombras en lo alto, o eso me ha parecido a mí, que soy un poco así. Olía el perfume a flores del estío, escuchaba el piar de los pájaros y las risas de los niños y los ancianos, y todo eso. Era agradable.
Debo aclarar que yo no hago absolutamente nada especial cuando me siento, es más, nunca he ido al parque a sentarme como una costumbre. Deberíamos decir más bien que me he sentado en el parque porque sí y he disfrutado de la vida. ¡Algo rarísimo! Tenéis razón, os estaba tomando el pelo: en realidad esto tampoco es nada especial o, al menos, no difiere en nada de cualquier otra cosa que hago en mi vida.
Hoy hemos tenido un buen atardecer, uno muy feliz. Claro que, ¿acaso hay atardeceres malos? Lo habéis adivinado, soy una cursi, ¿será porque no soy muy lista? ¡Vamos, no seré muy lista, pero esto sí que es humor inteligente!
Cuando me he ido a levantar he visto a una vecina y la he observado con curiosidad. Es una señora anciana que ha estado soltera toda su vida, ¿hay gente a la que ver a un soltero le parece raro? Bueno, en cualquier caso su actitud siempre ha sido despreciable: insultando a los demás, deseándoles cosas terribles… Siempre vigila lo que sucede en el portal y cuando alguien sale a la calle, se asoma por la ventana y le sigue con la mirada. Y en mi opinión es casi una paradoja: cree que controla porque vigila, pero vigila porque no controla. Es una persona manipuladora, sin embargo  cuando la gente a la que manipula llega a una determinada edad se deja de juegos, no aceptan sus triquiñuelas y así empieza el rechazo hacia la vecina que no hace sino reforzar su postura para luchar contra él, un círculo viciosillo. Por supuesto ella siempre tiene la razón y, por más injustas que sean sus palabras, se ampara en unos supuestos derechos de lo más universales para cometer cualquier injusticia. En la práctica se reducen a que no le hagan a ella lo que ella hace a los demás. Es gracioso. Creo que ha puesto, ¿cuántas serán?, unas treinta y pico denuncias entre todo el vecindario: llamó incluso a la policía diciendo que unos vecinos fabricaban droga en casa. No se da cuenta de que, llegados a cierto punto, no se trata de que ella tenga mejores o peores argumentos –no tiene argumentos en absoluto–, se trata de que hace daño a los demás y que eso no se debería argumentar. Y les hace daño porque se hace daño, porque se mueve por el mundo así. No siento lástima por ella, creo que ella ha decidido vivir la vida como mejor ha sabido hacer, pero sí siento compasión. Sufre y no sabe amar, aunque yo alguna vez me he reído cuando ha venido a casa con sus quejas surrealistas –aunque, por supuesto, jamás me reí de ella–, la verdad es que no me gustaría estar en su piel. Tiene mucho miedo, pero tampoco es la única persona que conozco llena de negatividad en su interior, ni es tampoco la única persona que opina que un argumento presuntamente apoyado en la moral le exime a uno de responsabilidad moral, ¡venga, no me digáis que no es una risa! Es triste, pero… sí, lo siento, es triste, pero reírse es un deber hacia la realidad.
Y lo cierto es que ella está ahí y actúa así y, en el fondo, no hay nada que añadir ni restarle a eso. Si quisiera otra cosa, habría hecho algo distinto.
Yo llevo el cambio dentro y no creo que el mundo sea un sitio en el que uno deba tener miedo, y aunque he tenido momentos de pasarlo muy mal nunca he considerado que el miedo pudiera solucionar nada.
Creo muchas cosas, como por ejemplo que es mi responsabilidad ser feliz o que la gente común es la gente especial… porque nadie es especial. Tiene truqui. ¿Os dije ya que soy tan cursi que casi da asco? Pero, ¡eh, es divertido!
Siempre me he preguntado por las vidas de otras personas –sobre todo cuando voy en autobús– y siempre he visto a la gente y he creído que ésa es la gente más interesante y misteriosa.
Por eso cuando miro a mi vecina, lo hago llena de curiosidad…
Tiene que ser agotador pensar como ella, ¿qué es lo que le lleva a alguien a olvidarse así?
Esa mujer tiene tan poco que ni siquiera puede compartir este magnífico atardecer.
Y es un atardecer que me ha quedado fetén.