¡Entren en su blog de literatura cutre!
Sí, caballeras y caballeros, conservo escrupulosamente unos estándares de baja calidad a los que me debo.

jueves, 15 de mayo de 2014

Huida de Edén

Huida de Edén:

–Han matado a Simon.
–¡No me jodas, no me jodas…! ¡No me jodas! ¿Quién ha…?
–Franky y esos capullos. Le han pegado un tiro entre ceja y ceja.
–¿Pero qué coño ha pasado?
–Simon. Quería largarse y Franky ha decidido que no era buena idea.
–¿Qué?
–Así es como funcionan las cosas aquí, por lo visto.
–¿Pero qué coño me estás contando? Él no ha hecho, en fin… nada, ¿no?
–Sólo quería largarse de aquí, echarle un par de huevos y correr, y… ¡qué coño, tenía un par de huevos!
–¿Han matado al puto amo de Simon sólo porque quería salir?
–¿Y la historia del hombre no ha sido eso? Idiotas que estaban tan cagados de miedo con lo que había por ahí fuera que tomaban el poder y decidían la vida y la muerte de un puñado de paletos. Se puede establecer un cierto paralelismo. A Simon le dijeron que le fueran dando por culo, que, total, se iba a convertir en uno de ellos si es que no le terminaban devorando, ¿no? Y se lo cargaron.
–Bueno… también ha habido ánimo de grandeza y descubrimiento…
–¿Qué?
 –Digo a lo largo de la Historia. Ahí están los Carlomagno o, en un ámbito menos bélico y más creativo, los Da Vinci.
–Da Vinci no me sirve y Carlomagno era tan soplapollas como los demás.
–¿Que Da Vinci no te sirve? ¡Joder, Da Vinci hacía con la realidad entera lo que Shakespeare hacía con las palabras, esos tíos se follaban el mundo y se corrían en su cara!
–Vale, vale, centrémonos y volvamos a lo que ha pasado hará… ¿cuánto?, ¿cinco, diez minutos? Simon está muerto, ¿vale? No va a volver a tomarse un café con nosotras comentando la última revista porno que se ha encontrado por ahí o las páginas mugrientas de Macbeth que tenía el tío ese del taller. Simon estaba hasta los cojones y no se adaptaba a esto. Bastante ha durado aquí seis putas semanas. La gente no cambia, por eso el mundo se va a la mierda y resulta que nosotros seguimos siendo mucho peores que lo que hay más allá de la alambrada. Y Franky y esos subnormales podían no haberlo matado, ¿vale? Podían haber pasado de él y haberle dicho que se jodieran él y su puto viaje, que hiciera lo que quisiera, ¿pero qué más da una bala menos? Y seguramente estarán hablando o hablarán en algún momento (y seguro que lo harán) sobre qué hacer con nosotras, sobre si somos leales a nuestro culo protegido entre alambres de espino o al puto Simon que, permíteme que te lo diga, ahora no tiene muy buena cara. Y además, ¿no llegó a contarte por qué quería darse el piro con tanta prisa? Mierda, te lo iba a contar, claro… ¿No te lo contó?
–Eh…
–A ver, ¿ves muchas vacas por aquí?
–Esto… bueno, sí, bastantes.
–¿Sí?, pues te diré una cosa bien jodida: no son suficientes y no pueden ir matándolas así como así por motivos del más elemental sistema de subsistencia que incluso en un sitio como éste ha de tener lugar. A veces nos hemos comido a peña congelada, joder, por eso Simon prefería irse con los putos bichos come-gente de los cojones... quiero decir con los de fuera, los muertos. Por lo menos allí uno sabe a qué atenerse. Coño, creo que voy a estar sin cagar un día y medio como poco. Me trajo una pierna en conserva, la pierna de un puto niño, antes de decir que se piraba.
–A mí me la suda un poco comer gente, al menos si no han muerto con el propósito de alimentarnos como si fueran soylent green, en plan os matamos y eso… Mira, lo que me jode es que en este terruño a uno le maten por disentir.
–Y Franky y los que mandan se fijarán en nosotras, ¿o tú puedes tener la boca cerrada? ¡Venga… hasta ahora sólo hemos tenido potra!
–¡Vamos a palmar!
–¡Sí, joder! Porque la gente no cambia. Puta Historia.
–Tú eres la que necesita que la gente no cambie para poder seguir siendo tan… cáustica.
–Lo que tú digas, a mí aún me importa comer personas.
–No somos soylent green, ¿verdad?
–No. Pero eso no tiene, bueno… ya sabes… implicaciones: la gente no cambia.
–Gandhi dice que nos convertimos en el cambio que queremos ver.
–Gandhi está muerto. Pero yo necesito a alguien que le sonría a la vida para no volverme loca, ¿sabes?
–¿Gracias?
–Lo digo en serio.
–Está bien, yo también me necesito bastante viva.
–¡Que te jodan, lo decía en serio!
–Ya sabes que yo también, no te me pongas en plan digna. Oye y… gracias por haberme esperado.
–Ya, ya… Coge la mochila, he robado un par de falcatas, munición y provisiones… esto… atún, pasta y mierdas así, nada de brazos en salmuera. Podemos salir por donde la depuradora: en diez minutos hay un cambio de guardia y por allí nunca hay nadie ni cuando tiene que haberlo, ¿entendido?
–Joder… ¡joder!
–Eh, eres mi amiga, hemos pasado por mucha mierda juntas y no te voy a dejar atrás, te quiero y a veces siento no ser lesbiana y poder darte caña, ¿te vale con eso?
–Joder… ¿qué?
–Hala, en marcha.
–Oye, ¡no me gustan todas las tías! ¿Estás familiarizada con el concepto de “criterio”? Es eso que hace que te guste un consolador de veinte centímetros o una tarta de chocolate pero no un libro de García Márquez.
–¡Venga, hombre…! ¿No te gusto yo?
–Bueno… tú sí. Aunque es raro.
–Fantástico, ¡a correr!
–¿Pero qué…?
–Agáchate… no hagas ruido, ¿vale?
–Vale. ¿Qué está haciendo ese tío?
–¿Tú qué crees?
–Ah, coño… Esto… ¿y va a tardar mucho?
–¿Cómo coño voy a saberlo?
–¿No es un sitio un poco raro para hacer eso?
–¿Yo qué sé?
–Pero la gente cambia.
–¿Pero te quieres callar?
–¿Cuándo hemos parado de habl…? Eh, guay, el mendas se va.
–Cojonudo, ya no queda ni el tato. ¿Preparada para salir de este infecto reducto de experimentación alimenticia políticamente incorrecta?
–Esto… ¿has usado siete palabras para describirlo?
–Ya, ya… no se las merece. Arreando.
–¿La puerta está muy dura?
–¿Tú qué crees? Ayúdame, anda. ¡Y no cuentes palabras, joder!, es raro…
–Ya voy… Y has soltado trece, te jodes.
–Vale, así… de puta madre. Hacemos un equipo cojonudo, ¿eh?
–Coj… ¡Dios…!
–¡Corre, corre, corre!
–¿No nos han visto?
–Eso creo…
–¡Pero que están entrando!
–Y nosotras ya estamos fuera.
–¿No hay alambradas…? ¿Pero qué coño ha pasado aquí? Ahí dentro hay familias.
–Y aquí fuera, por lo visto, también... muertas, eso sí. Que les den por culo, ahora es su puto problema, bueno, y antes también lo era. Vámonos de aquí.

jueves, 8 de mayo de 2014

No tengo palabras


No tengo palabras:

No tengo palabras, tal vez por eso los segundos en tu voz vibran en el idioma de una lluvia que cae sobre el tiempo. Quizás por eso no acabo de entender el por qué mientras el resto de la pregunta se desliza por mis dedos huyendo como arena sobre cristal… porque la respuesta fluye a ambos lados de la interrogación, atravesando un vacío vasto e infinito, y desaparece. Aquí no estoy yo, pero sin embargo hay algo que late y lo llena todo. No tiene nombre, pero lo contemplo absorto y no puedo dejar de pensar en tu alma transformándose en tinta y verso sobre un mundo blanco, liberándote en la creación que te deshace diciéndote. Evoco tus cuatro borradores perdidos en un intento de decir lo que se esfuma en mis labios, y me inclino ante las horas haciéndose un hueco entre una sonrisa sin dueño. Jugando a no caerse, encima de un beso que sabe al atardecer y a chocolate. Y entonces me acuerdo de que elijo relajarme y narrar el relato del mundo, porque no existía en ningún ahora ni nadie ni Norte. Las palabras no podían izar la realidad y enarbolarla como una bandera invisible, la brújula siempre estuvo rota. La clepsidra no sabía contar las horas y la brisa tan sólo acariciaba las líneas que no podían escribirse, ésas que buceaban entre palabras antiguas como piel o cariño, que –por supuesto– tampoco quedaron atrapadas en letra alguna. No tengo credo, soy un reflejo errabundo que comparte el cielo con el cielo mismo, soy que no soy. Si por darme papel lo prefieres, soy un viajero surto que, al recorrer el camino al lado de la causalidad y la casualidad, se ha topado con la dulzura andando sus huellas, preguntándose si no sería acaso que esas huellas no eran suyas y la dulzura sí en la más evidente confusión sin sentido. Deseando con curiosidad otro instante de deseo, de relato siendo que tal vez se hiciera una visita al reloj. Dibujándole una reverencia a la ternura cuando ha vuelto a comprender que no existían nombres ante ella. Y que sólo recordaba el recitar dulce y trémulo inundándolo todo, imaginando momentos enteros a través de un solo gesto.

jueves, 1 de mayo de 2014

Nubes ardiendo

Nubes ardiendo:

Un viento roto y sesgado navegaba por encima del espejo sin fin. El cristal azogado sin embargo sólo podía reflejar el cielo. El resto de colores estaban demasiado lejos, apresados en tiempo remotos.
Los hombres antiguos vieron la luz más tarde, cabalgaban nubes de fuego, pero eran, como nosotros, orgullosos. Y era tal su orgullo que el Miedo, hijo bastardo de las Mentiras se disfrazó de Deseo e hizo con los hombres un pacto eterno…

Un consejo de sabios decidía sobre una colina y bajo la enorme columnata ondulada que habían erigido otros más sabios que ellos en aquel mismo lugar, hacía eras incontables de tiempo. Otros más sabios que ellos, otros que sabían que los hombres caminaban libres entre la tierra y los cielos.
–¡El Miedo nos da un gran poder a cambio de su potencia y plena existencia! –dijo uno, pragmático, golpeando una mesa hecha de una piedra que habría de desaparecer entre las grietas susurrantes del tiempo.
–¿Cómo hacer diferencia de grado de la existencia? –preguntó otro, más dado a cuestiones filosóficas.
–¿Acaso hemos de permitirle anidar en nuestro interior? –inquirió uno preocupado, desconocedor de lo que no se estaba allí debatiendo.
–Nos ha ofrecido adelantarnos al tiempo, la Vigilancia, la Estrategia –declaraba otra sabia que empezaba a vislumbrar lo que suponía pertenecer a la raza de los hombres.
–Nos dará Control y Poder –sugirió entre otras una voz, pensando ya en los demás hombres con temor.
–Podría darnos inspiración para el arte y la consecución de la Belleza –apuntó alguien al fondo, rizando y entrelazando argumentos.
–Yo tengo curiosidad por saber cómo afectaría el Miedo al corazón humano –aportó uno, bastante intrépido, casi científico–, al fin y al cabo, somos fuertes, ¿por qué asumimos que nos dominará, como si fuésemos alguna suerte de criatura sin Consciencia ni Pensamiento? ¿Por qué asumimos que no podemos simplemente relegarlo a un espacio útil, someterlo?
–¿Creéis que el Miedo va a cumplir su palabra? –interrogó una aquí.
–¿Qué ente osaría decir algo y no hacerlo después? –quiso saber otro allí.
–¡Eso es ridículo! –se alzaron unos cuantos.
–¡Es un despropósito! –se levantaron otros tantos.
–¡Una impostura!
–¡Eso es imposible!
–¡Eso es improbable! –adujeron otros algo más cautos.
–Estos hombres –dijo uno más sosegado, calmando al resto, poniéndose de pie y comenzando a caminar alrededor de la inmensa mesa–, estos hombres llamados sabios aún no han querido saber cómo hemos nosotros de propiciar el advenimiento del Miedo, aún no han deseado conocer, imaginar siquiera, en qué consiste nuestra parte del pacto. Yo lo quiero. Aquí hay demasiadas voces, y no creo que todas lleven la sabiduría escrita en sus palabras.
–Cuando una voz se alza sobre las demás, los hombres sabios nos tornamos amos y esclavos –se compadeció una para sí percibiendo con demasiada claridad lo que bajo esas arcadas de piedra estaba pasando, lo que hacía mucho que ya había pasado.
–¿El afán de conocimiento nos tornará en enemigos? –curioseó uno que trataba de divertirse en vano ante la amargura, como si su sonrisa fuera el último rayo de luz del eclipse que sumiría el mundo en tinieblas.
–Tal vez no os hayáis aún dado cuenta de que el Miedo sólo puede caminar de la mano del Odio –se lamentaba uno que había abandonado la mesa–. Tal vez no os hayáis aún percatado de que la decisión ya ha sido tomada, de que el pacto ya ha sido sellado, de que tenemos Miedo. Y se va a regalar con la vida humana en pago, una sola si tenemos suerte, hoy. Habrán de llegar muchas más. Y no moriremos bajo su yugo como desaparece el sol tras el horizonte, sino que discurrirá la muerte por el río de la vida, de principio a fin. El miedo nos hará tristes. El Miedo es un pobre disfraz hecho de harapos, el Sufrimiento es quien se burla de nosotros, porque ya ha vencido. Ya no somos los seres humanos, ahora sólo somos ignorantes incapaces de reparar siquiera en que hemos perdido el poderío que aún decimos tener. Los hombres que había antes de nosotros nunca hubieran sido capaces de darse un nombre a sí mismos…
–Cabalgaremos las nubes de fuego hoy –dijo el pragmático con determinación.
–Necesitamos una mano ejecutora para dar por cumplida nuestra parte del trato –señaló la voz que había hablado de Poder y Control.
–El Miedo sólo nos ha pedido la ruptura del espejo.
–No tenemos piedras aquí –esta vez hablaba quien antes lo hiciera sobre la Vigilancia–, pero sí tenemos un presagio que cumplir, un mensaje que dar.
Se cuenta que alguien dijo algo y que unos brazos aferraron los de aquél que hubo abandonado la mesa. Se cuenta que el espejo entero se hizo añicos bajo el peso de su cuerpo lanzado al vacío. Se dice que entonces el Miedo ganó mucho más de lo que habían estimado los hombres y que éstos, desde aquel día, dejaron de ser antiguos más allá del tiempo.
Relata la lluvia que las nubes dejaron de arder, que las piedras perdieron su poder, que nunca jamás se pudo saber nada de un mar azogado y que los hombres empezaron a murmurar que una vez había habido un espejo infinito como si fuera la hoja de un árbol.
No obstante hoy también tenemos sabios, sabios que conocen lo que cuentan los amaneceres y los atardeceres. Sabios que saben que nunca hubo un espejo, que nunca hubo nada de eso que los hombres dicen ver.

Extracto de “La cosmogonía de Saram”.