Red
Punk (2ª parte):
–¿Cómo se llama?
–quiso saber Matt esposado y atado a la silla.
–Capitana Ayano
Kimura de la Red Punk –contestó ella
apagando el cigarro en un cenicero que había sobre la mesa entre ambos. También
estaba sentada en una silla.
–Tiene buenos
compañeros, capitana Ayano Kimura –el hombre tragó la poca saliva que tenía,
habría que darle algo de beber–. Esa chica es excelente disparando con un
revólver.
–Apenas falla,
pero es aún mejor como artillera.
–¿Cómo me han
descubierto? –quiso saber Matt.
–Di por hecho
que, dado que es usted un ladrón de guante blanco, todo el mundo asumiría que
trataría de ocultarse del modo más difícil de todos: en Mir o en Perséfone, de
modo que removerían sus contactos en Perséfone y que los torturarían y
encarcelarían en Mir, que habría una pila de datos que revisar e inmuebles que
registrar. Pagaban mucho dinero por su cabeza y consideré improbable que hubiera
querido arriesgarse a perderse en mundos de los cuales no conocía usted nada ni
a nadie. De modo que pensé que iría al sitio más estúpido: su árido hogar, no
donde se crió, claro, sino donde nació. En su situación, digamos… precaria, era
una posibilidad con cierto potencial. Es muy considerado con la inteligencia de
sus adversarios. No así con la suya propia.
–Yo diría,
capitana –le restregó la palabra por la cara–, que ha tenido un golpe de suerte
–se jactó él. Ayano pensó que era uno de esas personas, de ésas para los cuales
los triunfos ajenos dolían.
–Llámelo como le
plazca –le dijo ella altiva.
–He robado
secretos de estado de Mir, asesinatos políticos y también de civiles que
implican no sólo a Perséfone sino a la misma Confederación. ¿Se acuerda del
accidente en la central de Verbena? Tengo información para reabrir el caso,
rodarán cabezas y puede incluso que alguien se cabree de verdad. Tienen que
dejarme en libertad.
–Siéntase libre
de corregirme si me equivoco pero usted no es un buen samaritano, ¿no es
cierto?
–La información
es la base de la vida, la ley de la oferta y la demanda su culminación. ¿Qué
puedo decir?, tengo compradores –Matt ensayó una sonrisa radiante, hipócrita,
insolente.
–Esa información
va a pasar de mano en mano –aseveró Ayano–, de chantajista a chantajista. Deme
a mí la información, dígame dónde está, la meteré en el ansible, frecuencia
quinientos dieciocho: no habrá nadie que no lo sepa. Le aseguro que yo no creo
en los secretos de estado.
–No puedo hacer
eso que me pide.
–Por supuesto
que no –Ayano se levantó para irse, su paciencia se había agotado.
La puerta de la
habitación se deslizó al abrirse.
–Capitana Kimura,
usted tiene sus métodos, yo los míos.
Escuchó el zumbido
de una pistola de impulsos.
De haber tenido tiempo para ello, se habría preguntado cómo un particular podía haber
adquirido esa tecnología cuando el precio en el mercado de uno de esos artefactos
era desorbitado y cuando apenas unas pocas unidades en unos pocos ejércitos
tenían acceso a ese armamento. Se hubiese vuelto loca intentando averiguar cómo
se había liberado estando esposado y habiendo sido registrado. Y probablemente
hubiese querido echarle un vistazo al detector de metales con su caja de
herramientas a un lado.
Pero no hubo
tiempo, sólo ruido.
Escuchó un sonido
de alta frecuencia que laceró sus tímpanos. Una fracción de segundo antes de
que se hubiera doblegado a él, justo antes de que su expresión se hubiese empezado
a contraer llevándose dolorida las manos a los oídos, un instante antes de que
todo aquello que no pasó hubiera podido ocurrir, sintió una descarga
extrañamente dulce incrustándose en su cuerpo y tomándolo. Y con la descarga sintió
un temor paralelo, eléctrico.
Ni siquiera pudo
pensar que aquello había sido una estupidez.
Con el cerebro
apagado no se puede pensar.
La nave dejaba
desfilar imágenes de color rojo sobre una franja holográfica en cada habitación
y compartimento, indicando que la capitana Ayano Kimura carecía de constantes
vitales: sólo había una línea roja que discurría horizontal sobre un fondo
negro a la altura del ojo izquierdo.
–Cúbreme –dijo H´lran tras la barra de la
cocina americana de la sala de estar armado con una escopeta solitaria entre
tantas manos. El Zal´on tenía a su lado a Elden, armada a su vez con un revólver que
estaba cargando con balas de plomo blando. H´lran se conectó a la red de
cámaras de vigilancia, después parpadeó un par de veces con sus ojos brillantes–.
Se dirige al muelle de carga, tiene un
arma de impulsos.
–Dale una salida
fácil, verde, reconfigura la estructura y que coja la VN-300, que está algo cascada. Quiero que salga, la idea de que pegue
un solo tiro aquí dentro con esa cosa es muy loca. Tú déjale salir, voy a petar
ese cacharro. Te necesito a los mandos de este trasto, ¿vale? Dame un buen ángulo.
No voy a fallar.
–Vamos,
grandísimo hijo de puta –decía Elden acomodada en su sillón, la cual no tenía
problema alguno en hablar consigo misma en voz alta, observando el espacio al
que estaba más que habituada desde la torreta de la nave– ponte a tiro, que te
voy a enseñar qué les pasa a los gilipollas que atentan contra la vida de mi
capitana y pegan tiros al tuntún con armas jodidas en la puta Red Punk.
La nave viraba. Vio
a la VN-300 ante ellos, huía. Aquella
vieja lanzadera sólo tenía un cañón delantero, así que, ¿qué más podía hacer
ese idiota? De todos modos, ¿qué esperaba ese cretino que iba a pasar? La VN-300 era rápida, pero Red Punk no era una lanzadera de
combate, era una nave. Y a esas alturas Elden no tenía reparo alguno en enviarles
a Matt a las autoridades de Perséfone en cómodos plazos.
–Joder, este pringao
ni siquiera sabe pilotar una nave… –Elden sentía todo el peso del esperpento
sobre sí. Pero se soltó de todo como hacía siempre que hacía falta, no es que
fuera una especie de decisión, simplemente ocurría. La torreta era una
prolongación de su propio cuerpo, dejó de percibir distinciones entre sus manos
y el cañón o el misil que albergaba porque ella era y siempre sería el mismo
espacio. Ella era la danza vital de todos los soles, moría en todos los
planetas y sonreía desde todas las estrellas. Vivía todas las vidas.
Y el tiempo se
encontraba bajo su dedo pulgar.
Disparó.
Quince minutos
más tarde habían recuperado lo que quedaba de la VN-300 amén del cadáver de Matt Cruz renegrido y parcialmente
abrasado. El rifle de impulsos había quedado destruido pero las piezas se
podían vender o aprovechar. La extraña biotecnología del cuerpo de Cruz, aunque
estuviese dañada con total seguridad, probablemente tuviera algún valor, mucho
valor incluso.
Habían llevado
su cuerpo a la enfermería, por desgracia apenas había espacio para dos cuerpos.
–¿Este memo
creía que no teníamos un sistema de vigilancia aquí dentro? –inquirió Elden que
ni siquiera sabía cómo reaccionar ante aquel estado de cosas.
–El hombre distorsiona la realidad con su
deseo, el deseo de desear, se pierde en un laberinto de ambiciones y miedos
hasta que se da cuenta de que todo es un juego. Este hombre sin embargo no
entendía nada acerca de los secretos y Ayano lo ha pagado con su vida. Era una
buena capitana, la mejor mecánico que he visto nunca y, por encima de todo, mi
amiga y habré de llorarla. Pero no te dejes engañar Eldan, quien muere aquí hoy
es y no es Ayano Kimura.
Elden le miró,
no era momento para decir nada, querría haberle preguntado a qué se refería
cuando decía “hombre” o si se encontraba bien. Querría haberle dicho que sufría
por la muerte de Ayano, que recordaba su risa. A ratos sentía una alegría
triste ante la muerte de ese cabronazo. Pero no era alegría, era el sufrimiento
queriendo salir de su cuerpo disfrazado de culpa, seguro que algo así le
hubiese dicho H´lran.
–Pues ha dejado
de fumar –era estúpido. Eso era lo único que había podido decir: algo estúpido.
La realidad reciente le venía demasiado grande. H´lran puso esa extraña expresión:
si hubiera tenido boca probablemente habría sonreído un poco, con amargura.
“Qué mierda”,
pensó Elden y, finalmente, como si aquel pensamiento le hubiera robado las
últimas energías que le pudieran quedar, se echó a llorar, transformando el
sufrimiento en unas lágrimas que se reunirían con el universo.
H´lran no dijo
nada en su silencio, sólo la abrazó con sus cuatro brazos.
Puto trabajo.
See
you, space cowgirl.
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