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Sí, caballeras y caballeros, conservo escrupulosamente unos estándares de baja calidad a los que me debo.

miércoles, 1 de octubre de 2014

Un medio, un fin


“Hay que respetar las leyes siempre que las leyes sean respetables”.
JOSÉ LUIS SAMPEDRO.

Un medio, un fin:

Salgo a la calle. Hace sol, con la mano me protejo los ojos de la luz, me ato mi camisa de franela a la cintura y comienzo a caminar.
Veo una máquina de refrescos, cojo una lata, la abro y bebo.
Supongo que podría estar bastante cabreado. Pero no lo estoy. Sí que me siento algo frustrado… Y no es por haber roto con mi novio hace cinco minutos. Si lo he hecho ha sido por convicciones éticas. Raro, ¿verdad? Supongo que en otro mundo lo extraño sería decirle a tu novio que vas a salir y que él te diga en respuesta –y cito textualmente– un nada manipulador “¿por qué no me quieres?”. ¿Y qué decir ante algo así…? Ni idea.
Uno de los hechos que he podido constatar últimamente es que me faltan palabras.
Me llaman, me conecto, veo a Eva, parece cabreada… pero debería entender que ella nunca ha formado parte de mi –por lo demás monógama– relación.
–Alejandro estaba hecho polvo –recita sin formalidad alguna refiriéndose al que ahora es mi exnovio–, ¿no eres capaz de pensar en él?
–No sabía que estaba hecho polvo. Es difícil saberlo. Adiós.
Lo siento mucho, de verdad. Seguro que Alejandro sería un tío cojonudo de haber escogido otras opciones, pero no puedo o no consigo participar de esto. La gente no te dice “¿qué tal estás?”, sino “ya no me llamas”. “Nadie me amará”, en lugar de “¿quieres una copa?”. ¿Desde cuándo se ha convertido el malestar en una moneda de cambio o, más bien, en una especie de arpón? Pensé que Alejandro pasaba por un bache, pero él era un bache. ¿Cómo alguien puede comenzar una relación de esa forma? Es como encadenar con grilletes a tus amigos pretendiendo que así te quieran. Supongo que el síndrome de Estocolmo debe culminar en sexo duro.
Nunca he encajado, doy gracias a mis padres, pero a la vez y como decía, es frustrante. Nunca he encajado, cierto, pero con eso y con todo prefiero construirme fuera del puzzle, porque la alternativa es una especie de foso de egoísmo sobre el que prefiero saltar. Son pequeñas manipulaciones, pero llevan a grandes mentiras, chantajes, sobornos, infidelidades… Y cristalizan en la mentira más estúpida de todas.
Me siento en un parque, sobre la hierba y sigo tomando mi refresco a pequeños sorbos. Soy un temerario, me digo sonriéndome.
La verdad es que ni siquiera me ha dado tiempo a enamorarme… con lo que me gusta estar enamorado… Puta mierda... Por lo menos tengo la impresión de que mi experiencia se torna en aciertos vitales. Dese luego no debía enamorarme de él.
Pero critiquemos, eso nos hace permanecer en la persistente ilusión de nuestra inteligencia, como si ésta se basara sólo en la capacidad analítica, dejando de lado qué forma adquiere esa capacidad analítica y hacia dónde se encauza.
Bueno… Sonrío. Me siento bien. Y eso sin hacer balance de los acontecimientos.
La verdad es que no sonrío porque me sienta bien ni me siento bien porque sonría. Creo que la frase exacta es “sonrío y me siento bien”.
Cuando éramos niños nos enseñaban un poema que decía así: Las personas somos vasos vacíos, programas que no dicen nada, cerebros sin ideas. Pero algunos pensamos.
Ni qué decir tiene que llamarle poema a eso era como atracar a la pobre poesía en su caja de cartón. Y por supuesto era un vano ejercicio de autoimagen refinada. El comentario estándar venía a decir que somos inteligentes porque nos damos cuenta de los males del mundo o alguna chorrada así. ¿Comentario estándar? ¿La crítica como un callejón sin salida? No es para mí, gracias.
Un policía se acerca, de hecho, va directo hacia mí.
¿He dicho ya que soy un temerario? ¿Sí? Pues lo decía por esto.
–¿Está usted descansando? –me interroga.
Le respondo con un rotundo “no”.
–Circule o me veré obligado a ponerle una multa –intenta buscar cierta complicidad–. Usted conoce la ley –¿no contrasta con todo lo demás ese procedimiento miserablemente empático de la policía? El acercamiento lleno de comprensión aparente y una afinidad vacía es tan distinto a toda relación interpersonal que casi es violento. Pero lo violento es, precisamente, esas relaciones en las que el poder se convierte en el canal para la comunicación. Supongo que es inteligente –esta vez sí– crear un sistema en el cual toda posible rebeldía no hace sino reforzar la percepción que se tiene sobre el propio sistema: la crítica se cierra sobre sí misma en un suicidio limpio.
Volviendo a la realidad del policía… Uno no puede detenerse por nada, sólo por el simple placer de hacerlo. Es un delito tipificado en el código penal.
¿No es creíble? Tal vez, pero es lo que me está ocurriendo.
–¿Es usted feliz? –le pregunto sonriente, lleno de curiosidad hasta tal punto que, para mi sorpresa, las palabras se me han escapado. ¿Por qué estoy tan tranquilo?
–Puedo meterle en la cárcel por esto –me recuerda. Sí, a un policía no se le puede someter a esa clase de cuestiones. El código penal y todo eso…
–También puede responder –espero que no se tome mi sonrisa como un reto, porque sólo quiero saber la verdad, nada más. ¿No me estaré arriesgando estúpidamente por nada?–. ¿Es usted feliz? –insisto con fuerzas renovadas en medio de esa felicidad que se me dibuja en los labios.
–Tú tampoco –me recrimina el policía dejando de lado esa extraña y gélida cortesía tan típica del cuerpo y desvelándome a la persona que se esconde bajo un uniforme del todo impersonal y un reproche repleto de negación a varios niveles. Pero es una conversación sincera y lo celebro. Y además le respondo.
–Siento que hayamos construido un mundo como éste –digo.
–Eso no vale de nada –me responde. Esbozo una sonrisa, no puedo evitarlo, aunque me siento en la obligación de contestarle a mi vez con algo más que ese gesto.
–No crea, yo ya lo reconstruido.
Por supuesto el amable policía me detiene.
Vivimos en un mundo que es justo como la gente quiere que sea.
Y eso puede ser brillante.

4 comentarios:

  1. Así, antes que nada... ¿te quedas con los medios o con el fin? Alguna vez salió este tema, pero bueno, es interesante.
    Hay personas que se empeñan en putear, estoy segura. Algunos dicen que es por poner más emoción en su vida o por mero aburrimiento, pero creo que muchos se regodean en las desgracias ajenas (o no me lo explico). Y ante señales de sufrimiento, no se esfuerzan por entenderlas. Empatía, dicen.
    No sé si es que tengo una actitud muy defensiva, pero el principio de la conversación me ha inspirado una cierta incomprensión. Algo así como: "¿Como que está mal? ¿Está mal, en serio? Pues yo también, coño. Yo también lo estoy" Jajajaj ya te dije que confesaba tender a un diálogo defensivo. Más, si hablas de manipulación.
    "Sonrío y me siento bien" es la mejor lucha contra las injusticias. Muy sugerente la manera en que retratas esa inconformidad con la vida versus ¿felicidad? y muy astuta la vinculación de la policía.
    Y te dejo con este minicomentario, que me caigo de sueño jiji ya te comentaré algo más, que ésto da para mucho y no he dicho nada.

    Miss Carrousel

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    1. Muchas gracias, miss Carrousel por venir y por comentar. La verdad es que no soy nada maquiavélico y no creo que el fin justifique los medios, por eso tampoco soy un amante del utilitarismo (lo bueno es lo que la mayoría necesita), no creo que desatander minorías esté demasiado bien (las personas merecen atención) y desde luego me costaría mucho pensar que el mejor de los fines justifica una mala acción.
      Hace poco alguien me dijo que Demócrito, el filósofo griego de los átomos decía algo así como que "el que agravia es más infeliz que el agraviado" y "muchos que cometen las acciones más vergonzosas arguyen las mejores razones". Y supongo que nadie desea verse a sí mismo como una mala persona, pero ocultarnos nuestros propios errores nos hace incapaces de aprender de ellos y nos obliga sin embargo a repetirlos.
      Hay gente que sólo sabe escucharse a sí misma, que tiene una reglas para sí y otras completamente diferentes para los demás, que pueden dañar pero ojito si se les daña.
      Por otro lado se nos ha educado en la costumbre de que si una persona está mal, debemos ser indulgentes con ella para no causarle más sufrimiento, sin embargo eso no hace sino causar más sufrimiento. En muchos casos ser sincero a tiempo puede ser duro o tener consecuencias negativas, pero tratar de mitigar el dolor a base de mentiras u ocultación de la verdad sólo lo alargará, lo empeorará y lo hará más profundo.
      Lo malo de estar a la defensiva es que sólo hace falta pasar a través de un velo muy fino para estar al otro lado y atacar. Si no sentimos la necesidad de defendernos, nuestras palabras tampoco serán un ataque. Tampoco hay nada realmente nuestro que requiera de nuestro cuidado... (esto necesita de una aclaración tan larga... ufff). La vida obviamente no es un escenario ideal en el cual podamos movernos a base de ideas, de modo que si encuentro a alguien que pudiera ponerme a la defensiva hago dos cosas: nos pedirle nada a esa persona (¿por qué iba a hacer yo algo así?) y marcharme. Si me pongo a la defensiva me sentiré mal, seré víctima de mis propios temores, sentiré que debo protegerme y eso me causará tristeza. Si comprendo que no debemos protegernos de nada, que puedo simplemente seguir mi camino y desear que nadie quiera atacar como uno desea que salga el sol, es suficiente y me hace sentir bien. Ya hemos hablado de todo esto, pero es interesante. Si me atacan es porque creen que pueden cambiarme (no deja de ser una manera estúpida de interrelación), si me defiendo es porque creo que puedo cambiar a otros (o temo que me puedan cambiar a mí), pero yo no creo nada de eso: Para mí ha sido como golpearme contra un muro durante años. Todo puede ser asombrosamente sencillo. Y quizás es por el movimiento de oposición de toda la vida pero no me gustan los moralistas. Acepto consejos, quiero mejorar, pero no permitiría que nadie me impusiera su forma de actuar o sus juicios.
      Pero mira, este chico sin nombre del relato parece muy feliz, pese a que el mundo a su alrededor parezca querer manipularle, él no se manipula a sí mismo: acepta las cosas que le gustan y las que no, e intenta hacer algo, por pequeño que sea. Ve injusticias, pero ni siquiera impone esta visión, sólo es feliz. Es un disidente en su sociedad y según su propias palabras no encaja en ella, pero tampoco será martirizado por ella (acabe donde acabe, será libre).
      ¡Un abrazote y pasa un domingo fetén! ^_^

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  2. "Si no sentimos la necesidad de defendernos, nuestras palabras tampoco serán un ataque..." Te cito porque me encantó la frase que le escribiste a Miss Carrousel, que contiene el quid de la agresividad latente (y no tan latente) de esta época.
    Hay como una susceptibilidad exacerbada, todo parece estar en nuestra contra, "me lo hacen a mí". Qué importantes nos creemos.
    Es muy difícil vivir de la manera tan sencilla que planteás, no sentirse afectado por el entorno y que ciertos actos te resbalen. Creo que eso se logra con un trabajo profundo sobre sí mismo y con los años, cuando uno empieza a valorar lo que verdaderamente importa.
    El mundo piensa que ha evolucionado como humanidad, sin embargo seguimos aferrados a prejuicios y se ve con una naturalidad ficticia las relaciones homosexuales, porque si así fuera no se les seguiría llamando con nombres despectivos y groseros para referirse a ellos. Todo lo diferente, en el fondo, sigue siendo una amenaza.
    Otro prejuicio es que si rompés con tu pareja debés estar destruido, si te sentís bien es porque nunca lo quisiste. Está esa costumbre de opinar de todo y sobre todos, como expertos, cuando cada uno es un universo lleno de misterios, incluso para sí mismo.
    Me fui por las ramas... jeje... pensaba decirte que me gustó la libertad con que manejaste esa circunstancia del protagonista, que empieza reflexionando sobre la ruptura y deriva en una serie de consideraciones concernientes al que ejerce el poder (el poli), que primero muestra un poco de su lado humano y después vuelve a ejercer su función de... ¿prohibido pisar el pasto?
    Me parece que hice un lío tremendo con este comentario y no sé si se entiende algo.
    Un abrazo grandote, Jorge.

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    1. Muchas gracias, Mirella, por tu comentario. Y no te preocupes que se entiende. Es verdad que la gente tiende a pensar que es el centro del universo, que debe defenderse porque si ocurren cosas malas, nos ocurren a nosotros como víctimas de una conspiración del destino. Es gracioso, pero por otra parte hemos de admitir que nos enfadamos, nos irritamos, nos decepcionamos, etc. El entorno nos afecta, es natural porque somos el entorno, pero sabiendo lo suficiente, olvidamos todo aquello que no nos hace falta o que es, sencillamente, falso. Pero se trata de vivir el entorno en lugar de vivir en él (en otras palabras, que no haya oposición ninguna entre el entorno y nosotros), así se desubre cada momento como quien ve amanecer, y resulta que las cosas son muy interesantes y, en general, fascinantes. Me hacen gracia los prejuicios, por mi parte me enamoro de cualquier persona cuando se entrega a lo que le gusta en cierto sentido loco (no es el amor romántico, pero no se me ocurre definirlo de otra forma, se aproxima bastante a lo que siento) y en este relato (como en otros) la homosexualidad no es un reclamo, ni un tema, ni un rasgo de personalidad ni nada que merezca especial atención. Es sólo una orientación sin importancia, o tan importante como tener la piel o los ojos de un determinado color.
      Las rupturas no suelen ser indoloras, pero hay casos y casos, desde luego hay personas y personas y cada cual bien puede vivir las cosas a su manera. Lo importante es que, se viva como se viva la experiencia que sea, se haga de forma plena, porque sólo eso nos permitirá actuar en la vida sin defensas ni prejuicios.
      En esta pequeña distopía lo que hay es victimismo y chantaje emocional a mansalva, nada demasiado lejano ni inocuo. Herramientas y el trato de ser humano como un medio para satisfacer nuestras necesidades individuales en lugar de (poniéndome un poco kantiano, supongo) un fin en sí mismo. Me alegro mucho de que te haya gustado el relato y la libertad con que se mueve.
      ¡Un abrazote, Mirella! ^_^

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