A miss Carrousel.
El incienso, el humo y el viento:
Nace la llama, la barra de incienso palpita, se incendia,
y queda una brasa naranja y brillante y su lenta consunción. Las cosas podían
haber sido de otra manera, pero las cosas son, sobre todo, las cosas. El
atardecer juega al escondite con los árboles mientras yo me transformo en los
rayos del sol que atraviesan el bosque. Pienso en aquellos días de lluvia
secándose ante la primavera. Te echaba de menos, pero sentía alegría porque me
sabía capaz no de sufrir ante tu ausencia, sino de celebrar el hecho de que quería
entregarte el juego de las horas que no existen. La tristeza no me hacía
sufrir, simplemente contemplaba una careta apenada que nadie llevaba y sentía
la importancia de quien no estaba moviéndose, como el humo ante mis ojos. Era
como estas volutas que se deslizan ahora, abriéndose huecos en el espacio mismo
para disiparse después. Era como este humo, como este incienso. El olor es
dulce e intenso. Recuerdo que la imaginación estaba vacía de imágenes, de
rasgos, de contratiempos. Se llenaba con discursos, versos que nacían y morían
al amparo de un amor no correspondido, ¿contratiempos? Yo me sentía feliz,
porque sentía que debía agradecerte todo cuanto me estabas enseñando. Ha pasado
casi un año desde entonces, y sigo sintiéndome agradecido. Me sigo sintiendo
feliz de haber tenido la oportunidad de amarte y comprender que no necesitaba
nada de ti, ni si quiera tu amor. Por supuesto que me hubiese gustado
recibirlo, seguramente nos habríamos descubierto entre sorpresas, entre risas y
entre sábanas, a través de susurros de tinta, entre días y noches y abrazos, a
través de caricias sin cuerpo, más allá del camino que dejan todos los
silencios. Pero te amé sin más, sin pedir nada. Por eso trato de rendirte
homenaje con lo que no llega a ser un pedazo de alma consumiéndose en estas
letras a las que da vida. Te escribo ahora ante el incienso ardiendo… esto no
es nada especial. Se trata de honrarte a ti. Ni siquiera se trata de honrar a
quien tú creas que eres. Yo no conozco a quien tú crees que eres. Me enamoré de
quien eres. No hay nada, pero eres tú. Eres tú. No hay una chica preocupada ni
no preocupada, no hay una chica feliz ni infeliz, no creo que haya una chica
siquiera, hay un vacío infinito que se llena con cada respiración. Claro que es
lo mismo que sucede en cada evento y momento del mundo y claro que es pura
casualidad o causalidad que me hubiera enamorado precisamente de este vacío
bajo esa forma tuya que nunca supe. Y me sentía desaparecer y te sentía
desaparecer, no porque hubiéramos de ser eliminados como un error sistémico en
detrimento de alguna otra cosa, sino como el humo del incienso quemándose que
está ante mí. Incienso quemándose, fragante, frágil y errabundo. No es que no
supiera verte, tus rarezas, tus defectos, tus virtudes, no es que no te supiera
ver dividida. Éramos sinceros, somos sinceros. Pero te sabía ver debajo de cada
pequeña faceta tuya, debajo de cada pensamiento, de cada sentimiento, de cada
vibración. Me encantaba compartir lo que compartía contigo, por supuesto hay
algo importante que sigo compartiendo contigo. El humo tampoco tiene forma y a
nadie se le ocurriría decir que no es. Tú no eres las palabras que has elegido,
ni las que algún otro ha elegido para ti, de modo que espero que disculpes mi
atrevimiento al tratar de describirte con ellas. Si te sirve de consuelo soy
consciente de que es una ilusión, un personaje más relatándose a sí mismo. Por
eso te veo debajo de las preguntas, debajo de las respuestas, jugando al
escondite con el bosque. Por eso te veo bailando con el incienso y sonrío.
Porque me haces sonreír, siempre me has hecho sonreír. El incienso dibuja su
viaje a través del viento, dándole forma también a él, compartiéndose como
hubiéramos hecho tú y yo. En realidad ni el humo ni el viento desaparecen en un
poema, lo que ocurre más bien es que sin perder ni un ápice de sí mismos no se
les puede relatar como algo distinto. Se dibujan juntos, sin palabras,
contorsionándose en un único movimiento. Y lo cierto es que, aún hoy, y aunque
no te ame, sé que es algo hermoso. Y te lo dije: eres algo hermoso.
Puede que lo haya mencionado antes: este texto no es gran
cosa, es sólo el movimiento de la memoria ondulándose, prendiéndose y
apagándose como esta barra de incienso de la que ahora me despido. El atardecer
se quedará en el bosque.
Soplo las cenizas y sigo caminando. Tengo una cerveza a
la que invitarte.
El olor permanece allí, lejos de mi presencia.
Es dulce e
intenso.
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