¡Entren en su blog de literatura cutre!
Sí, caballeras y caballeros, conservo escrupulosamente unos estándares de baja calidad a los que me debo.

domingo, 15 de febrero de 2015

El incienso, el humo y el viento


A miss Carrousel.

El incienso, el humo y el viento:

Nace la llama, la barra de incienso palpita, se incendia, y queda una brasa naranja y brillante y su lenta consunción. Las cosas podían haber sido de otra manera, pero las cosas son, sobre todo, las cosas. El atardecer juega al escondite con los árboles mientras yo me transformo en los rayos del sol que atraviesan el bosque. Pienso en aquellos días de lluvia secándose ante la primavera. Te echaba de menos, pero sentía alegría porque me sabía capaz no de sufrir ante tu ausencia, sino de celebrar el hecho de que quería entregarte el juego de las horas que no existen. La tristeza no me hacía sufrir, simplemente contemplaba una careta apenada que nadie llevaba y sentía la importancia de quien no estaba moviéndose, como el humo ante mis ojos. Era como estas volutas que se deslizan ahora, abriéndose huecos en el espacio mismo para disiparse después. Era como este humo, como este incienso. El olor es dulce e intenso. Recuerdo que la imaginación estaba vacía de imágenes, de rasgos, de contratiempos. Se llenaba con discursos, versos que nacían y morían al amparo de un amor no correspondido, ¿contratiempos? Yo me sentía feliz, porque sentía que debía agradecerte todo cuanto me estabas enseñando. Ha pasado casi un año desde entonces, y sigo sintiéndome agradecido. Me sigo sintiendo feliz de haber tenido la oportunidad de amarte y comprender que no necesitaba nada de ti, ni si quiera tu amor. Por supuesto que me hubiese gustado recibirlo, seguramente nos habríamos descubierto entre sorpresas, entre risas y entre sábanas, a través de susurros de tinta, entre días y noches y abrazos, a través de caricias sin cuerpo, más allá del camino que dejan todos los silencios. Pero te amé sin más, sin pedir nada. Por eso trato de rendirte homenaje con lo que no llega a ser un pedazo de alma consumiéndose en estas letras a las que da vida. Te escribo ahora ante el incienso ardiendo… esto no es nada especial. Se trata de honrarte a ti. Ni siquiera se trata de honrar a quien tú creas que eres. Yo no conozco a quien tú crees que eres. Me enamoré de quien eres. No hay nada, pero eres tú. Eres tú. No hay una chica preocupada ni no preocupada, no hay una chica feliz ni infeliz, no creo que haya una chica siquiera, hay un vacío infinito que se llena con cada respiración. Claro que es lo mismo que sucede en cada evento y momento del mundo y claro que es pura casualidad o causalidad que me hubiera enamorado precisamente de este vacío bajo esa forma tuya que nunca supe. Y me sentía desaparecer y te sentía desaparecer, no porque hubiéramos de ser eliminados como un error sistémico en detrimento de alguna otra cosa, sino como el humo del incienso quemándose que está ante mí. Incienso quemándose, fragante, frágil y errabundo. No es que no supiera verte, tus rarezas, tus defectos, tus virtudes, no es que no te supiera ver dividida. Éramos sinceros, somos sinceros. Pero te sabía ver debajo de cada pequeña faceta tuya, debajo de cada pensamiento, de cada sentimiento, de cada vibración. Me encantaba compartir lo que compartía contigo, por supuesto hay algo importante que sigo compartiendo contigo. El humo tampoco tiene forma y a nadie se le ocurriría decir que no es. Tú no eres las palabras que has elegido, ni las que algún otro ha elegido para ti, de modo que espero que disculpes mi atrevimiento al tratar de describirte con ellas. Si te sirve de consuelo soy consciente de que es una ilusión, un personaje más relatándose a sí mismo. Por eso te veo debajo de las preguntas, debajo de las respuestas, jugando al escondite con el bosque. Por eso te veo bailando con el incienso y sonrío. Porque me haces sonreír, siempre me has hecho sonreír. El incienso dibuja su viaje a través del viento, dándole forma también a él, compartiéndose como hubiéramos hecho tú y yo. En realidad ni el humo ni el viento desaparecen en un poema, lo que ocurre más bien es que sin perder ni un ápice de sí mismos no se les puede relatar como algo distinto. Se dibujan juntos, sin palabras, contorsionándose en un único movimiento. Y lo cierto es que, aún hoy, y aunque no te ame, sé que es algo hermoso. Y te lo dije: eres algo hermoso.
Puede que lo haya mencionado antes: este texto no es gran cosa, es sólo el movimiento de la memoria ondulándose, prendiéndose y apagándose como esta barra de incienso de la que ahora me despido. El atardecer se quedará en el bosque.
Soplo las cenizas y sigo caminando. Tengo una cerveza a la que invitarte.
El olor permanece allí, lejos de mi presencia.
Es dulce e intenso.

domingo, 1 de febrero de 2015

De viaje


De viaje:

Ella no era una de esas personas que durmiera siempre mirando a un mismo lado, aunque no se podía decir que no tuviese sus manías: desde luego nunca dormía mirando hacia arriba y siempre repetía –acaso inconscientemente– el mismo ritual: Durante el tiempo que transcurría entre el calor inicial de las sábanas sobre su piel y la profundidad del sueño bajo los ojos, y en algún momento indeterminado e independientemente de cuál hubiera sido su posición original, se sentía a disgusto y se giraba hacia el otro lado. Después, tras un intervalo de tiempo también impreciso, terminaba volviéndose de nuevo. Por último apagaba su mente con cuidado y su respiración iba adquiriendo una cadencia lenta, descansando sobre su pecho.
Y aunque no pudiera estar muy segura, le gustaba pensar que eso hacía que sus días transcurrieran con placidez.
Aunque últimamente estaba de viaje, y eso le provocaba un sentimiento desconcertante, como si sólo fuera la mochila que llevaba a la espalda o, por coincidir más con sus propios pensamientos, como si fuera las hojas que el viento agitaba tras su sombra. No era nada desagradable, ni mucho menos, sólo era una sensación que, hasta el momento, nunca había experimentado. Así que saboreaba sus matices con la fuerza de un nuevo día.
Y aunque no es que tuviera mucha importancia, se estaba atando los cordones de las zapatillas la mañana en que le dio por pensar acerca de otras sensaciones que también estaba viviendo:
En este viaje había conocido a un chico, uno que le resultaba interesante. Él se dedicaba a la clase de cosas que ella había estudiado tan sólo tangencialmente en su época de universitaria, esa clase de cosas que siempre había despertado su interés y que sin embargo se habían estrellado una y otra vez contra su extrema vagancia, siguiendo un curso bastante natural. En cualquier caso, ¿han visto esos programas de noticias con la opción de “¿quiere saber más?” disponible para acceder a más información que aparecía en la película Starship Troopers? Seguramente no, porque era una película muy mala –aunque crítica y divertida–. No importa, pero ella se sentía llena por la posibilidad de saber más. Eso bastaba. Después se puso a pensar que todo aquello de la televisión a la carta era una opción más que plausible para un futuro cercano. Luego regresó a su primer pensamiento: él. O más bien el interés que le despertaba.
Estaba de viaje. Y eso bastaba.
Es decir, el interés. Bastaba.

Estaba de viaje y tendía a acercarse a la gente, quizás con más ímpetu del habitual o, mejor dicho, con más ímpetu que en su país natal. Y le extrañaba lo tajante que era su chico interesante con ella y lo tajante que su chico interesante era con el resto de la gente en general: había que concederle que no resultaba fácil de tratar. Ella, por otra parte, había hecho varios amigos y uno de ellos, llamado Marten, le hablaba al respecto de este chico tan interesante en los siguientes términos:
–Quizás…
Tal vez deberíamos ahorrarnos la conversación. Sólo es preciso recordar que se barajaron diversas opiniones: barreras culturales, diferentes formas de procesamientos empáticos, dejadez… Pero Marten tenía razón:
–Esa clase de personas han decidido tener una clase de relación con los demás que no deseo que compartan conmigo.
Y ella asentía. Porque no veía personas, sino relaciones, y ésa no la entendía nada bien.

“Al menos”, se dijo a sí misma despreocupada, “podré escribir”.
Y recordó que le encantaba escribir en primera persona así que imagínense el texto retorciéndose contra su propia estructura porque empiezo con ello. Como iba diciendo podía escribir, y estaba pensando en escribir una historia como debe ser, pero sólo tenía dos finales. Y dos finales posibles, evidentemente, no hacen una historia, ya me gustaría. Eran además dos finales no felices desde un punto de vista comercial, supongo, pero que a mí me resultaban felicísimos y muy apropiados. Sí que acababan –superficialmente– mal, pero a través de ellos podrán ustedes hacerse una pequeña idea de qué estaba ocurriendo en esa relación que apenas había nacido, y por qué no era ni mucho menos malo que acabara más o menos en ese punto, como un chispazo, como suele decirse, o tal vez ni eso. Claro que podía errar en mis percepciones pero es un riesgo el de la subjetividad con el cual corremos o bien uno renuncia a su humanidad.
Les estoy tomando el pelo: la subjetividad no es ningún riesgo, claro. Es sólo una palabra. Y perdónenme, que ustedes querrán los finales, quizás para hacerse cargo del principio y puede que para compartir parte de mi viaje.

Antes de nada me gustaría recordarles que estos posibles finales para mi historia no eran la realidad, sino tan sólo un espejo a través del cual contemplar ciertos aspectos de la misma que, por permanecer impensados si no quedaban grabados en la prosa, a mí –que soy escritora y no muy despierta, más bien soñadora– posiblemente me hubieran pasado desapercibidos:

Final número uno, algo que un personaje trasunto de mí misma le hubiese dicho al tipo interesante:

–En mis relaciones yo no tengo que perseguir a nadie. No creo en las victorias ni nada remotamente relacionado con ellas. Si te sientes libre de hacer lo que quieres y quieres compartir tu tiempo conmigo, entonces yo aceptaré. Pero no voy a entrar en una mente si tengo un muro delante por lo demás inexpresivo. Necesito una puerta, joder, una puerta bien grande, tan grande que no haya nada más que una puerta. Tan grande que ni siquiera haya una puta puerta ahí delante. Las cosas son muy fáciles y perseguir a alguien es difícil y crea poder. Y yo no quiero el poder para nada, la verdad. Y menos en mis relaciones, vamos. Así que adiós.

No crean ustedes que yo tenía necesidad alguna de decirle nada de esto al pobre chico que, evidentemente, me hubiese mandado a la mierda ante una locura semejante. Se trata más bien de mi postura expuesta, no extensible a nadie más aparte de mí misma, así que, aunque sea filosóficamente, este final hace aguas. Y siento que todo esto sea un relato que, por parcial, pueda resultar insatisfactorio, pero el espacio me limita bastante… En cualquier caso, ahí va el final número dos, quizás más activo por una parte y, por la otra, más esclarecedor acerca de cómo le veía yo:

–No es que te quiera –no le conocía, ¿cómo iba a poder quererle?, aunque había cierta predisposición hacia él, obviamente, pero en fin, es un relato y puede ser todo lo ficcional que yo desee–, solamente admiro ciertas cosas que haces, igual que hago con el resto de mis amigos o incluso con desconocidos. Espero que no te parezca muy raro que una desconocida…
–Si eso es una declaración es estúpido –sí, así me lo imaginaba, no es que fuera encantador, y alguna cosa parecida le había oído ya decirle a otras personas.

Y justo ahora se me está ocurriendo el esbozo de un tercer final, más completito, a ver qué opinan:

–Quiero salir contigo –esto lo dice él en un tono imperativo y tajante que deja bastante claro que no ha contado con interlocutor alguno, es un poco loco e increíble, pero lo mismo: es un dibujo del carácter más que una creencia asentada en nada serio.
–Quiero salir con alguien que me lo pide, no con alguien que me lo exige. Yo qué sé… tengo que ser sincera conmigo misma y con los demás –el caso es que odio las reglas, me gusta más la sensatez. Además tengo un problema con los moralistas, como digo, sólo puedo darme filosofía a mí misma. Bueno la historia seguiría así:
Curiosamente él ensayó una risa que resonaba con el eco de la bondad.

Espera, no, que eso es el inicio de un bucle…

Yo me callé y me fui. Su bondad duraría unos segundos en mi ingenuidad, y claro que podía embelesarme si yo hubiese querido ignorar sus actos y su voz. Pero es que sus palabras se parecían más a la realidad.

Sé que esto son sólo apuntes, esbozos para una historia, pero, ¿qué principio podría tener? ¿Cuando llegué aquí, cuando conocí al tipo interesante tal vez? ¿Empezó con una botella de vino? ¿Empezó cuando decidí viajar? ¿Empezó con una decepción que me dio alas? ¿Empezó cuando mi madre me enseñó a compartirlo absolutamente todo y a ayudar en las tareas de casa? ¿Empezó cuando nací?
Y con respecto al final… Ni siquiera me importa ya lo que le pase al chico interesante. ¿Debería hacer algo? Es decir, si le veo le despediré porque es lo que hago con todo el mundo cuando sé que voy a dejar de ver a alguien pero… ¿Sería ése el punto y final de esta historia? Si fuera así, yo no lo entendería. Mi historia continúa adelante, por otro camino, sí. Pero continúa.
Sin ir más lejos, ya he aprendido algo hoy, ¿no? ¿Para qué iba yo a arrastrarme por nadie?
Prefería proseguir con mi viaje.