¡Entren en su blog de literatura cutre!
Sí, caballeras y caballeros, conservo escrupulosamente unos estándares de baja calidad a los que me debo.

miércoles, 15 de abril de 2015

Literatura de ésa

Literatura de ésa:

Miré a mi hija, estábamos comiendo un helado y tenía la cara manchada de chocolate.
–Skylar, tienes la cara manchada de pocholate –le dije en mi inglés macarrónico.
–Tú también, Chema –mi hija era adoptada, creo que por eso usaba mi nombre de pila al dirigirse a mí. Al principio me había preocupado un poco, pensé que quizás había algo en el vínculo que conformamos durante aquellos primeros meses que se había quedado fuera, como si el cariño tuviese una sola forma de aparecer en el mundo y repantingarse en el sofá.
–Empate –le respondí en español, sonrió. Estaba aprendiendo mi lengua a toda velocidad a pesar de que en aquellas tierras el extranjero era yo.
¿Qué podía yo enseñarle a mi hija?, me había preguntado más de una vez, y sobre todo, ¿cómo?
Pasábamos las tardes bailando Smash Mouth o el bebop de Charlie Parker (por poner sólo dos ejemplos), jugábamos a videojuegos, solía ocuparme de que hiciera los deberes y le preguntaba sobre lo que iba estudiando para que profundizara en las razones últimas de su aprendizaje y de su conocimiento, y procuraba que se atreviera a todo con total libertad. Sin embargo era extremadamente duro educar a un hijo –una tarea difícil donde las haya–, exigía todo el tiempo del mundo (todo absolutamente), saber cuándo ceder a los acontecimientos, saber cuándo hablar o cuándo callar, saber qué decir si tocaba decir algo y, sobre todo, saber que por más que uno se llenara la boca de palabras con sabor a promesas y a bondad, lo que importaba era lo que se hacía y cómo se hacía, cómo se enfrentaba uno a los problemas, con qué mentalidad se dirigía a la vida o de qué forma trataba a los que le rodeaban, porque eso era lo que el niño iba a aprender. Sí, era difícil, pero a cambio todo en casa eran sonrisas. Bueno, casi todo, que a veces la niña era como para matarla… como aquella vez que formateó el ordenador por error (bendito disco duro externo). Era una alegría de cría. Además yo me estrujaba los sesos cuando se iba a dormir, después de que leyera un rato, para contarle un cuento cada noche, o para seguir el relato de la noche anterior, aunque si no se me ocurría nada cantábamos canciones.
El día anterior había estado narrándole una aventura sobre un mago y un príncipe que se daban besitos en una torre y venía una guerrera diciéndole al mago que liberara al príncipe, que ella había llegado hasta allí para rescatarle.
–Chema –me dijo Skylar–, ¿por qué la caballera va a salvar al príncipe?
–Porque cree que es lo que debe hacer, porque le han dicho que el príncipe está en peligro. No ha podido contrastar la información.
–Bueno, pero… él es un príncipe, ¿no lo es?
–Ajá…
–¿Entonces por qué la chica no thinka que él hace lo que quiere?
–Es que se decía por el reino que el mago quería domesticar a un dragón y que iba a hacer un ritual que requería del príncipe para invocarlo y eso... muy loco todo.
–Ok… pero es lo que los dos quieran, ummm… quieren hacer y no tiene nada de malo, ¿lo tiene? Un dragón… mola… –murmuró sonriendo– ¿lo tiene?
–Nada.
–Pero él –siguió Skylar– no necesita que nadie lo salve… Y ella quiere llevar al mago abajo pero, Chema, ellos son felices. Eso es lo único que importa, ¡se quieren!
–Claro que son felices, por eso cuando ella llega a la torre y ellos escuchan unos ruidos al otro lado de la ventana, le dicen que suba, que se va a matar, y le tiran una cuerda para que la pobre llegue hasta ellos, trepe por el alfeizar y...
–¿A quién se le ocurres escalar una torre? –me interrumpió– ¡Dentro hay escaleras! –se quejó Skylar estirando los brazos como presentando lo obvio ante ella.
–Es… ¿la tradición? –no sabía qué responder, pero lo estaba pasando en grande.
–Oye, ¿y el príncipe fue voted por todo el mundo en el reinado?
Solté una carcajada.
–Los príncipes no se votan, sólo mandan en un reino determinado (el suyo, concretamente). Es poder hereditario –me mira con cara extrañada y le traduzco al inglés.
–Qué asco. Pero ya sabía que los reyes no se votan, ¡ya lo sabía! Lo que pasa es que en tus historias metes cosas raras… –aclaró ella amohinándose–. ¿Puedo ser la cabellara, ummm… la ca-ba-lle-ra? Así aprendo que los dragones molan, y quiero que me dejen volar en dragón. ¿Seguro?
–Claro.
–That’s grand, grand, grand! –dijo saltando de repente sobre el sillón. Ya decía yo que llevaba demasiados segundos sentada y quietecita… A ver cómo consigo yo ahora que se vaya a dormir. No tenía pinta de que fuera a parar…
–Not smiting, but riding dragons! –gritaba mientras saltaba entre los cojines.
–Skylar, the dragons’ rider! –decidí seguirle el juego un poco, aún tenía tiempo antes de tener que ponerme firme con eso de ir a la cama.
–Hell yeah! Taste my fire breath! –se puso a gruñir y a correr por el salón como si fuera un jinete de dragones: guerrera y dragón a la vez.

miércoles, 1 de abril de 2015

Hipostatizar las cosas



Hipostatizar las cosas:

            Con su aparición dividieron el mundo.
Estaban abrazados. Eran dos aunque los dos eran conscientes en su fuero interno de que ser una dualidad no les impedía la unidad.
Sobre sus cabezas, elevándose allí arriba, había arena, brillante y ardiendo como el desierto bajo un sol.
A sus pies las nebulosas respiraban colores entre las estrellas brillantes y la negrura sin sonido.
Torrentes de agua caían como columnas en movimiento, confluyendo en el permanente horizonte que creaban sus ojos.
–Yo seré el sufrimiento.
–Qué bueno eres –asintió el otro dándole un beso.
–¿Así que ya estamos divididos? –quiso saber el primero riéndose.
–No.
Se miraron fijamente. Estallaron en carcajadas.
–Hacer verdades y mentiras es muy divertido.
–E irónico.
–Esto no es verdad ni mentira… ¡Pero yo me he pedido el sufrimiento, jo!
–¡No, tú la felicidad!
–¡No, tú!
–Es igual, ¿no?
–¡No, tú!
Rompieron a reír de nuevo.
Y desaparecieron.