Literatura de ésa:
Miré a mi
hija, estábamos comiendo un helado y tenía la cara manchada de chocolate.
–Skylar,
tienes la cara manchada de pocholate –le dije en mi inglés macarrónico.
–Tú también,
Chema –mi hija era adoptada, creo que por eso usaba mi nombre de pila al
dirigirse a mí. Al principio me había preocupado un poco, pensé que quizás
había algo en el vínculo que conformamos durante aquellos primeros meses que se
había quedado fuera, como si el cariño tuviese una sola forma de aparecer en el
mundo y repantingarse en el sofá.
–Empate –le
respondí en español, sonrió. Estaba aprendiendo mi lengua a toda velocidad a
pesar de que en aquellas tierras el extranjero era yo.
¿Qué podía
yo enseñarle a mi hija?, me había preguntado más de una vez, y sobre todo, ¿cómo?
Pasábamos
las tardes bailando Smash Mouth o el bebop de Charlie Parker (por poner sólo
dos ejemplos), jugábamos a videojuegos, solía ocuparme de que hiciera los
deberes y le preguntaba sobre lo que iba estudiando para que profundizara en
las razones últimas de su aprendizaje y de su conocimiento, y procuraba que se
atreviera a todo con total libertad. Sin embargo era extremadamente duro educar
a un hijo –una tarea difícil donde las haya–, exigía todo el tiempo del mundo
(todo absolutamente), saber cuándo ceder a los acontecimientos, saber cuándo
hablar o cuándo callar, saber qué decir si tocaba decir algo y, sobre todo,
saber que por más que uno se llenara la boca de palabras con sabor a promesas y
a bondad, lo que importaba era lo que se hacía y cómo se hacía, cómo se
enfrentaba uno a los problemas, con qué mentalidad se dirigía a la vida o de
qué forma trataba a los que le rodeaban, porque eso era lo que el niño iba a
aprender. Sí, era difícil, pero a cambio todo en casa eran sonrisas. Bueno,
casi todo, que a veces la niña era como para matarla… como aquella vez que formateó
el ordenador por error (bendito disco duro externo). Era una alegría de cría. Además
yo me estrujaba los sesos cuando se iba a dormir, después de que leyera un
rato, para contarle un cuento cada noche, o para seguir el relato de la noche
anterior, aunque si no se me ocurría nada cantábamos canciones.
El día
anterior había estado narrándole una aventura sobre un
mago y un príncipe que se daban besitos en una torre y venía una guerrera
diciéndole al mago que liberara al príncipe, que ella había llegado hasta allí
para rescatarle.
–Chema –me
dijo Skylar–, ¿por qué la caballera va a salvar al príncipe?
–Porque cree
que es lo que debe hacer, porque le han dicho que el príncipe está en peligro. No
ha podido contrastar la información.
–Bueno,
pero… él es un príncipe, ¿no lo es?
–Ajá…
–¿Entonces
por qué la chica no thinka que él hace lo que quiere?
–Es que se
decía por el reino que el mago quería domesticar a un dragón y que iba a hacer
un ritual que requería del príncipe para invocarlo y eso... muy loco todo.
–Ok… pero es
lo que los dos quieran, ummm… quieren hacer y no tiene nada de malo, ¿lo tiene?
Un dragón… mola… –murmuró sonriendo– ¿lo tiene?
–Nada.
–Pero él –siguió
Skylar– no necesita que nadie lo salve… Y ella quiere llevar al mago abajo
pero, Chema, ellos son felices. Eso es lo único que importa, ¡se quieren!
–Claro que
son felices, por eso cuando ella llega a la torre y ellos escuchan unos ruidos
al otro lado de la ventana, le dicen que suba, que se va a matar, y le tiran
una cuerda para que la pobre llegue hasta ellos, trepe por el alfeizar y...
–¿A quién se
le ocurres escalar una torre? –me interrumpió– ¡Dentro hay escaleras! –se quejó
Skylar estirando los brazos como presentando lo obvio ante ella.
–Es… ¿la tradición?
–no sabía qué responder, pero lo estaba pasando en grande.
–Oye, ¿y el
príncipe fue voted por todo el mundo en el reinado?
Solté una
carcajada.
–Los
príncipes no se votan, sólo mandan en un reino determinado (el suyo,
concretamente). Es poder hereditario –me mira con cara extrañada y le traduzco
al inglés.
–Qué asco. Pero
ya sabía que los reyes no se votan, ¡ya lo sabía! Lo que pasa es que en tus
historias metes cosas raras… –aclaró ella amohinándose–. ¿Puedo ser la
cabellara, ummm… la ca-ba-lle-ra? Así aprendo que los dragones molan, y quiero
que me dejen volar en dragón. ¿Seguro?
–Claro.
–That’s
grand, grand, grand! –dijo saltando de repente sobre el sillón. Ya decía yo que
llevaba demasiados segundos sentada y quietecita… A ver cómo consigo yo ahora
que se vaya a dormir. No tenía pinta de que fuera a parar…
–Not
smiting, but riding dragons! –gritaba mientras saltaba entre los cojines.
–Skylar, the
dragons’ rider! –decidí seguirle el juego un poco, aún tenía tiempo antes de
tener que ponerme firme con eso de ir a la cama.
–Hell yeah! Taste
my fire breath! –se puso a gruñir y a correr por el salón como si fuera un
jinete de dragones: guerrera y dragón a la vez.
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