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Sí, caballeras y caballeros, conservo escrupulosamente unos estándares de baja calidad a los que me debo.

martes, 1 de septiembre de 2015

No me quería


So kiss, kiss, cross our hearts to die,
caught inside our one mind’s eye,
feel the terror ride begin,
feel the fear taking me.
GENITORTURERS.

No me quería:

El sueño comienza con el desgarro que produce el despertador en esa mente humana merodeando entre el olvido y la ignorancia, mi pequeño esperpento. Mi experimento.
En mis manos, las espadas. Mis alas se cierran en una plegaria al presente más puro, la eternidad de cada pasión atándome a mí misma con cadenas de control y razón: un laberinto de significados vasto como una prisión para el amanecer. La ironía de la ilusión y la verdad brota en algún lugar, el odio crece en mí mientras el fuego perpetuo consume todo a mi alrededor. Ante mis ojos se alza una catedral entre las ruinas de su recelo y su abandono, un templo que los humanos no osarán contemplar, erigido cuando la desesperación quiso unir un abrazo.
Una vez tuve miedo de descubrirme vislumbrando algo nuevo, tuve miedo de que el miedo desapareciera y dejara un resquicio doloroso por el cual pudiera filtrarse la esperanza o cualquier otro concepto igualmente ajeno: El terror se abrió en su propio movimiento.
Sentía curiosidad y me escabullí del infierno. Sólo para observar, sólo para aprender a través del corazón de una mujer. Sólo por unos pocos años de insignificante vida necesitada y rota por la ficción de la muerte.
Dadme unos ojos hechos de pesadillas y algo a lo que aferrarme, algo a lo que llamar mío antes de colapsar, y tendré suelo firme por el cual marchar y extenderme.

No me quería, ésa era la verdad. Supongo que era más cómodo escuchar la alarma del despertador que despertarse. Era más fácil recoger los pedazos de consejos rotos que deseaba oír y llenar la mochila. Más fácil que mirarte y verme reflejada en el espejo de tu mirada, sabiéndome resquebrajada y sola.
Acabé transformándome en todo lo que había odiado de pequeña. Era sencillo echarte la culpa porque tú me amabas y siempre ibas a estar ahí. Lo veía en tus ojos con claridad: siempre ibas a estar ahí. Era fácil decir que si yo era una persona horrible contigo, era porque tú existías.
Eras demasiado para mí, eso pensaba. Por eso siempre creí que te ibas a escapar, más allá de los dominios de mis promesas rotas. Era un círculo. Siempre tomaba el mismo camino: quería huir de mis gritos, de mi violencia, de mis mentiras y de mi agonía. Regresaba a ellos. Regresaba a través de ellos.
Y como nos hice tantas cosas horrorosas, no tuve más remedio que esgrimir las mejores razones, las más altas, las mejores, las más lejanas.
Sin embargo, por más que tirara de mí con todas mis fuerzas, no podía escindirme en otra, y sentía mis suspiros atrapados en tu pecho, sentía mi boca prisionera de tu lengua, sentía mis sueños alfileres de mis ganas, sentía tus recuerdos clavados en mi olvido.

Mis espadas pueden henderse en mi forma y en mi contenido. El filo hace un corte más, siento un frío libre bajo la piel, mi cuerpo entero se llena de heridas por cicatrizar, líneas rojas sobre mi palidez, historias por encima de mis verdades y mis mentiras.
Sonrío, esto es mejor de lo que pensaba: el bien y el mal son como la derecha y la izquierda. Desde fuera podría parecer que insistir en girar constantemente hacia un lado sólo nos lleva a mirar en la dirección opuesta, no obstante y a estas alturas, son simples conjeturas sin valor.
No soy una simple mortal atada a la fragilidad de la fugacidad, y la furia y el terror están en mis feudos, vasallos sin señor cautivos en mi puño.
Pero los grilletes que creía sobre mí me han dado la libertad para quitarme la mordaza del bien y del mal, la venda de los símbolos.

Anhelaba intensidad, por eso hacía que el dolor le susurrara a la tortura todos los engaños que me ofrecía el poder, era delicado cuando musitaba cerrojos sin llave. Después de eso cualquier tregua momentánea parecía una relación de verdad: nos disfrazábamos de amor y calma.
Guardaba el descenso en mis nudillos y en mis insultos, tan obvio que resultaba cegador. Ya no existía el afuera de nosotros, el castigo había usurpado ese lugar. Era como si la noche hubiera encerrado al atardecer por un crimen contra el sol.
Y yo me ahogaba.
Pensaba que todo eso, todo eso que me estuve años relatando, era la felicidad.

Mis espadas pueden cortarme el cuello, las noto sobre mis venas preguntándome si soy yo quien las empuña. Están tan afiladas que mi cabeza se desgaja de mi cuerpo con un suave roce del metal. Antes de caer al suelo, sigo mirando desde mis ojos y mi cabeza sigue estando sobre mis hombros. Los ojos dicen verlo todo menos la visión. La mente lo conoce todo excepto a sí misma. Mis espadas jamás podrían cortar su propio filo.
Y el tiempo se dobla como una figura de origami.

Y te amaba, aunque no supiera hacerlo, aunque no lo soportara. Te amaba. No quiero que dudes de eso. Tampoco deseo que me perdones. Me has visto muchas veces llorar, esta vez no estoy enferma pero el dolor persiste. ¿Puedo perdonarme? ¿Puedo perdonarme ya?
No tengo respuestas, las preguntas también se han ido.
Yo también me he ido. O nunca he estado.
Nunca había visto esto.
En este sueño nadie tiene razón. Nadie es culpable.
Sólo caminamos.
Espero que… aunque no comprendo...

Mis espadas han desaparecido en un eclipse del espíritu. Sé lo que no significa, ahí están de nuevo, sangrando, preparadas para cortar el universo por la mitad. El pasado y el futuro nunca han pesado un solo gramo.
He llegado a un lugar sin paisajes, donde cada mirada es un misterio desnudándose en lascivia y cada paso se transforma en un camino nuevo y completo.

El sonido del despertador es odioso pero me ha gustado despertar, oírme a mí misma siendo un despertador odioso. Sonrío somnolienta, no puedo evitarlo. No hay nadie que pueda sentirse molesto, aunque, a la vez, todo sigue igual, retiro a duras penas el pesado manto de los sueños.
Me siento como si nunca me hubiera estirado, a pesar de eso no puedo decir que haya perdido el tiempo.
De repente me río, a carcajadas.

De repente me río, a carcajadas.
Gimiendo de vida y muerte arden las llamas de mi realidad, arrasándolo todo a cada palabra que callo, las que pronuncio las tengo crucificadas en un idioma irrelevante. Supongo que me sé descosiendo el mundo si mutilo la letra más sórdida.
Quizás haya preguntas. El infierno es el paraíso, el paraíso es el infierno.
Nadie es culpable, de modo que me limitaré a existir.
No tengo respuestas.
Me levanto de la cama. No soy un experimento subestimado, ni una diosa ni una mujer. Todos los días son buenos en ambos mundos, los cuales ahora se aparecen ante mis ojos a la vez y ya no logro distinguirlos. Hoy tengo alas y un trabajo por la mañana. Y por fin no sé quién soy.
¿Soy un sacrilegio en medio de la violencia contra ese alma a la que pervirtieron el dogma y el pecado cuando nacieron? ¿Soy una risa arcana y oscura que sale de entre mis labios sedienta de vida? Acabo de ser un despertador despertando, sagrado como la noche…
Y la sabiduría que ya nunca estuvo en mi posesión se funde con el tiempo.
El mismo mundo es el camino que nadie recorre.
No hay verbo.




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