An error, a
tangent,
a curious mind,
an instant, a
lifetime,
a secret to find.
BE'LAKOR.
Condenación:
El mundo se estaba
apagando como la llama de una vela sin cuerpo luchando contra una ventisca. Se
estaba rindiendo, ya no tenía fuerzas para continuar, el invierno cubría de
noche cada hora del día.
Ella había caminado
durante meses y el cuero estaba embarrado, los bordados y el mismo tabardo en
el que se quisieron estampar, deshechos; el metal, renegrido y acercándose al
óxido con velocidad; su voluntad, quebrada.
Sólo quedaban cadáveres
de humanos, de ciudades, del bosque mismo. Todo moría desde hacía años, tal vez
siglos, lentamente, como si en algún momento crucial el pasado hubiera
enfermado.
Los árboles estaban
desnudos. Las piedras a su alrededor dejaban imaginar una pequeña aldea, aún
quedaba madera en lo que debían haber sido algunas ventanas.
Mientras el tiempo tenía
lugar como lo hacía la brisa, ella afilaba su espada con una piedra de amolar.
El hambre había dejado de existir.
Escuchó el graznido de un
cuervo. Sonrió incrédula.
Recordaba haber escuchado
la historia de cómo alguien vio a un zorro una vez…
¿Por qué caminaba?
¿A dónde iba?
Ya no recordaba el camino
de vuelta a donde fuera que hubiera nacido ni recordaba tampoco cuál era su
destino.
Por ahora sabía que se
encontraba en una loma coronada por alguna clase de construcción funeraria:
columnas agrietadas elevándose a duras penas para sostener el cielo, un musgo
terco y una losa desprendida que dejaba vislumbrar un foso lleno de gusanos. Se
hacía tarde y no quería encender una hoguera allí.
Decidió continuar
descendiendo hasta el linde del bosque. Al acabarse la última línea de árboles
descarnados, a la luz de una luna rota, lo vio por fin, como una leyenda
deshaciéndose tras la mirada de los ancestros:
Las rocas se ensamblaban
unas con otras como si una fuerza ininteligible hubiera decidido entretenerse
en ese preciso momento, y ella no acertaba a decir si se elevaban o caían de
alguna parte. Los enormes bloques de piedra simplemente iban colocándose, dando
forma a un edificio vasto que se extendía más allá del valle y su horizonte.
Se arrodilló, aunque no
sabía si era allí a donde debía dirigirse.
En el templo que se
alzaba ante su reverencia aún vivía la llama, aún perseveraba el fuego iluminando
la oscuridad, encendido en las antorchas que flanqueaban sus puertas. Ella
compartió las llamas con su misión, fuera ésta cual fuera.
Los pasillos se sucedían
siguiendo su caminar, torcía esquinas para encontrar más piedra, sospechaba
nichos profundos entre la forma de las tinieblas, adivinaba restos de sangre
por el suelo, los vestigios de un mobiliario podridos, el tintineo de cadenas a
lo lejos y las ráfagas de viento que no se llevaban el miedo, el cual se
inclinaba ante los altares que la veían pasar. Las velas también allí dentro
refulgían, expectantes. Y ella las miraba desde el sonido de sus pasos.
Se topó con dos
criaturas. Ni siquiera sabía lo que eran, pero se abalanzaron rápidamente sobre
ella. Trastabilló, si bien consiguió recuperar el equilibrio. Describió dos
arcos fulminantes mientras danzaba entre sus enemigos, dos espadazos a diestro
y siniestro, en un círculo perfecto. Una sangre oscura manchó las baldosas de
piedra. Había hiedra en la pared, comenzó a brillar tenuemente al entrar en
contacto con el líquido, moviéndose en una suave ondulación mientras trepaba un
poco más. Aunque no conocía la palabra para decir a las criaturas que había
matado, conocía sobradamente aquella Aurora Sedienta. Y era mejor no acercarse
a ella.
Continuó y llegó a una
gran sala en cuyas paredes había extraños grabados y una escritura desconocida
a sus ojos. El aire estaba viciado y olía a putrefacto a pesar de las
corrientes, que no lograban arrastrar nada.
Miró hacia arriba.
Un cuerpo desollado
colgaba, atado con cadenas al poco techo que aún no se había derrumbado, el
torso estaba iluminado por los rayos de la luna rota que se colaban a través de
lo que en tiempos fue un rosetón: hebras de tejido rojo y húmedo respirando la
noche. No tenía ojos, parecía un hombre descuartizado al cual le hubiesen
cosido cada miembro cercenado con un cordón basto y sucio, aunque por alguna
razón las proporciones de su cuerpo provocaban un efecto perturbador. Y al
entrar ella en la sala, como si fuese capaz de percibir alguna perturbación en
el aire, se removió inquieto. Se escuchaba un tirón desagradable cuando los
puntos que unían su cuello se estiraban sobre ese cuerpo sin piel.
–¡Llévate la luz! –gimió
desesperado y lleno de dolor, su voz parecía humana.
Ella dejó la antorcha en
un rincón del pasillo sin decir nada, apenas sí iluminaba.
–Duele, duele, hermana.
¿Sientes cómo duele? El mundo susurra, me dice que me aleje, que regrese, que
el sello se marchó. ¿Lo oyes? Es un sonido dulce… Me quema…
–¿Qué haces aquí?
–preguntó ella, tal vez incauta.
–Sé que puedo cuidarlos,
no me matarán porque fui yo quien los engendró, creo que se han dejado un
cuchillo en la comida que me han servido. ¡Espera! ¡Shhh! –ella miró alarmada
alrededor, las sombras atravesaban la oscuridad y jugaban con su mente–. No
podemos salvar el mundo, no podemos salvar nada… –aquel ser lloraba–. Sé que
puedo callarlos. Sé que puedo amarlos, no hay nada que temer –ella empezó a
retroceder, ¿qué estaba buscando? ¿Por qué estaba ahí? ¿Podía el miedo hacer
conexión en su columna vertebral, justo por debajo del hueso? Tragó saliva y
tomó un poco de serenidad del crepitar de la antorcha. En realidad el miedo
había huido de sí, dejándole algo que, pese a presentar una forma similar, no
podía ser llamado seguridad, vagando por un desierto anestésico.
–¿Hay algún modo en que
pueda ayudarte? –preguntó, sus pupilas llenando el mundo y ella, paralizada.
–La forma del mundo es
tan distinta… ¿Por qué es todo tan claro? Nunca tomaste mi mano, ¿si te arranco
los dedos, qué tomarás, mi amor? Me arranqué los ojos por ti, así que me debes
los dedos, ¿verdad? Pero tenemos que impedir que la luna se rompa, tenemos que
preservar la luz del día. Ellos nos ayudarán, después podremos devorarlos
–aseveró hundiéndose en el borde del sollozo–. Hoy se cayó un edificio enorme,
estaba en tu cabeza, ¿recuerdas? Fue hermoso, fue como la muerte del silencio.
Pero el silencio se encerró bajo tu hombro… ¡qué sitio tan raro! ¡Hermana!
–seguía él–. ¡Nos encontrarán y nos matarán! No te preocupes, no duele tanto.
Puedo comérmelos a todos. Tú tienes unos dientes afilados, ¿qué tienes que
decir a eso? Desde luego, no somos un trozo de madera, pero la telaraña
presagia –ella sentía terror, pero sabía que debía concentrarse porque quizás
tras las preguntas hubiese alguna respuesta.
–¿Qué presagia?
–Si me hubieras dicho que
venías seguramente hubiera estado, ¡pero mira ahora! ¡No estoy aquí! ¡No estoy!
¡Me he ido! –dijo con una carcajada inestable.
–¿Hay salvación? Háblame
de ese auspicio de la telaraña.
–¡Creo… creo que tengo el
tiempo debajo de las uñas! ¡¡¡Debajo!!! La confusión, la confusión… es una
especie de dibujo, ¿lo has visto? Se ríe –dijo riendo, y su risa de nuevo
estaba descompuesta, no obstante abandonó la carcajada abruptamente, de una
manera tan tajante que profundizaba en el tormento de la cordura. Y de pronto
comenzó a revolverse, extendiéndose hacia ella entre espasmos. La viajera oía
el roce de los eslabones en la oscuridad y sentía latigazos de movimiento
arañando la negrura en la periferia de su campo visual–. ¿¡Dónde has guardado
la luz!? ¡La luz! ¡Dámela! ¡Es mía!
Ella corrió hacia la
antorcha, el miedo trepaba por su espalda haciéndose un hueco en su sensatez.
Escuchó los grilletes liberándose.
–¡El mundo debe ser
salvado, un rincón de la eternidad! ¡Es nuestra unión sin segundo! ¡El legado
de los gritos! –escuchaba la voz de esa cosa tras ella, gimiendo en un eco del
dolor–. La esperanza tiene forma de vínculo, hermana. Tiene este tamaño y yo
soy la obsesión del agua –la criatura parecía romperse mientras sus
articulaciones se contorsionaban para recorrer el camino que les separaba.
Aquel ser era increíblemente rápido. Y crujía, y sangraba.
Ella siguió corriendo sin
atreverse a mirar atrás, desesperada por hallar una salida que su angustia se
esforzaba en ocultar y su corazón anticipaba.
–¡Violaré a la luna!
¡Siempre estará conmigo! –sentía la voz cerca de ella, demasiado cerca…
Corría tan rápido como le
permitían sus piernas, aunque dolieran y quemaran. Tenía que correr, tenía que
continuar, no podía rendirse. No había más opciones.
Por eso no se rindió.
Sin embargo no fue más
rápida que aquella abominación que en otro tiempo tal vez había tenido un
nombre.