YES.
AS PRACTICE. YOU HAVE TO START OUT LEARNING TO BELIEVE THE LITTLE LIES.
"So we can believe the big ones?"
YES. JUSTICE. MERCY. DUTY. THAT SORT OF THING.
"So we can believe the big ones?"
YES. JUSTICE. MERCY. DUTY. THAT SORT OF THING.
TERRY PRATCHETT.
El ancla del tiempo (II):
Aquello no
era un viaje en el tiempo, principalmente porque los viajes en el tiempo podían
acabar con el protagonista de la historia podando su propio árbol genealógico o
habiendo nacido a través de su propia contribución. Y el universo no solía
querer meterse en esa clase de líos.
No, aquello
era el tiempo cayendo en la cuenta de que tenía atados los cordones de los
zapatos mientras el suelo se acercaba a toda velocidad.
Sukurlam se
internó en la torre y comenzó a subir escaleras y escaleras, mientras se
aferraba a la tela de araña de Astaroth.
Aunque en su
ascenso la torre le pareció bastante más alta de lo que sugería desde el
exterior, sólo había tardado siete horas y veintidós minutos en llegar a la
cúspide entre arcadas de piedra y el azote de los vientos. Ahí arriba, mientras
luchaba por recuperar el aliento, doblado sobre su pecho y tosiendo con cierto
alivio triunfalista, unos hombres togados le dirigían una mirada llena de
incredulidad.
El orbe
brillaba, iluminándoles a todos.
Y el tiempo
fluctuaba: los hombres, más que moverse, se encontraban en varios lugares al
mismo tiempo, superponiéndose unas imágenes con otras.
–Responde,
caminante, ¿cómo has burlado a nuestra guardia? –dijo uno de ellos, bastante anciano,
más curioso que irritado. Al comprobar la incomprensión en el rostro de
Sukurlam se volvió hacia el resto acusatoriamente–. ¿O acaso el sacerdote
Marduk ha olvidado organizar los turnos de nuevo?
Uno de los hombres, visiblemente avergonzado, levantó el dedo índice:
–¿Alguien puede decirme de nuevo qué estamos haciendo aquí?
–Vamos a invocar Enlil para que recupere su trono entre los dioses –expuso
uno de ellos, aparentemente cansado de repetirlo.
–¡Por supuesto que no! –replicó, indignada, una mujer a su lado–. Nosotros
somos Los Cenobitas del Séptimo Sello –aseveró con orgullo.
–¿Pero esto no es El Círculo de la Quíntuple Memoria?
–¡Orden, hermanos y hermanas! –clamó el anciano–. Irya –le dijo a la
mujer–, infórmale a…
–Nebu –aclaró el hermano del Círculo de la Quíntuple Memoria.
–Bien, informa a Nebu… y también al hermano Marduk, sobre su cometido en el
ritual y sigamos adelante. Y la próxima vez me encantaría que no hubiera
cambios de última hora.
Sukurlam carraspeó sonoramente, los sacerdotes se volvieron sin comprender
qué hacía ese extraño aún ahí, sonriéndoles sin esconder su desagrado. A decir
verdad eso no estaba del todo mal: a los hombres no tenía que gustarles estar
delante de un sacerdote, tenían que sentirse incómodos. Después de todo, los
dioses hablaban a través de los sacerdotes y los hombres no cumplían la
voluntad de los dioses, de modo que los hombres no cumplían la voluntad de los
sacerdotes, lo cual venía a ser lo realmente importante. Sin embargo a ese
caminante que estaba ante ellos no parecía desagradarle la escena como a quien
teme la cólera de la divinidad, sino como a quien mira un plato de berenjenas
con escepticismo: faltaba el miedo, faltaban los mismos cimientos sobre los que
la religión se erigía. ¿Para qué querría nadie un dios si no era para recordarles
a los demás que se equivocaban y que acabarían en los infiernos por ello?
–Vais a forzar el flujo del tiempo alrededor de esta torre, sacerdotes, una
afrenta que pagaréis con vuestras vidas.
–¡¿Ah, sí?! ¡Tendrás que empezar por la mía! –le desafió Marduk
desnudándose y descubriendo un cuerpo viejo, escuálido y tembloroso, que
parecía estar formado casi exclusivamente a base de nudillos.
–Me refiero a que el tiempo –comenzó Sukurlam con paciencia–, localizado
alrededor de esta torre, se aferrará al pasado, creándose una distorsión entre
lo que quede fuera y lo que quede dentro del área de efecto de ese orbe y,
después, cualquier intento de cruzar esa frontera podrá ser mortal.
–Qué estupidez –respondió el anciano líder–, el tiempo es como un río, es
el mismo para todos los ojos.
–El tiempo es una vasta tela de araña –le corrigió Sukurlam–, puede ondularse,
pero se adhiere a todas las cosas, hagamos lo que hagamos nos atrapa y acaba
con nosotros. Es precisamente por eso que podéis realizar este experimento: el
tiempo puede no comportarse igual dependiendo de dónde estemos, habéis sido perspicaces,
aunque por los motivos equivocados. Pero es precisamente por eso que hacéis el
experimento: teméis a la muerte.
–¡Aquí nadie teme a la muerte, los dioses son nuestro refugio! –vociferó el
anciano.
–Si se me permite –intervino Irya con cautela–, estamos aquí para
investigar el presente, por aquello de que tan pronto como lo decimos es pasado
y, más o menos, tan rápido como lo imaginamos el futuro pasa a través de
nosotros. ¿Podemos ignorar a este hombre y finalizar el ritual antes de que
Marduk se quede dormido? –interrogó esperanzada–. Demasiado tarde… –añadió tras
echar una ojeada hacia atrás.
–El presente es lo único que experimentamos –sentenció Sukurlam–, mientras
que la idea de presente es lo único que se evapora. Nosotros no podemos vivir en
el pasado ni en el futuro –Marduk despertó de pronto debido a uno sus propios
ronquidos–. Buscáis detener el tiempo, si lo ralentizáis aquí, a vuestros ojos,
irá más rápido en el exterior. Pero si lo detenéis…
–¡Blasfemia! –zanjó el anciano líder.
–¡Es un problema matemático! –exclamó entusiasmado el hermano del Círculo
de la Quíntuple Memoria, el cual no parecía involucrarse del todo en los
objetivos de Los Cenobitas del Séptimo Sello–. Si aquí nos acercamos a cero,
allí nos acercamos al infinito –dijo satisfecho, y tras la satisfacción su
rostro dejó paso al más puro terror–. ¡Yo no quiero aproximarme a ese infinito!
¿No preferís invocar al dios Enlil? –suplicó–. ¡Los rituales del Círculo de la
Quíntuple Memoria tienen la ventaja de que nunca llegan a nada!
Irya parecía titubear…
–¡No podemos rebelarnos contra las reglas que han dispuesto para nosotros,
no estaría bien! –dijo la mujer tras pensar durante unos segundos una excusa
sencilla y convincente, tratando de parecer razonable.
Como si los sacerdotes hubiesen llegado a un acuerdo en aquel instante, el
brillo del orbe perdió intensidad.
Sukurlam decidió que era un buen momento para marcharse.
–¡Quedáis expulsados de la hermandad de Los Cenobitas del Séptimo Sello!
–rugió el anciano líder, ocultando pobremente su impotencia, al tiempo que los
acólitos huían escaleras abajo y le preguntaban a Nebu qué había que hacer
exactamente para entrar en el Círculo de la Quíntuple Memoria.
Astaroth esperaba en el valle. Al ver al líder de la cábala, le saludó:
–Venerable Askar, tú que conoces tanto de la obra de los dioses y que con
tanta necedad te consagras a su destrucción, habrás de reunirte con Nergal en
el inframundo –dijo mientras le tomaba con una de sus gráciles manos, alzándole
del cuello como si no levantara peso alguno–. Y tú, Sukurlam, serás rey
–sentenció mientras la vida del anciano se apagaba entre sus dedos–, te lo
garantizo por este mismo mundo que, posiblemente, has salvado. Diles a los
demás sacerdotes que no recaerá sobre ellos mi ira. Ni tampoco habrá
represalias sobre ti.
–Pensé que el orbe merecía otra oportunidad –indicó él, desvelándolo de
entre sus ropajes y entregándoselo a la demonio.
–Conforme –ella lo tomó de entre las manos del futuro rey.
–Astaroth –invocó
Sukurlam.
–¿Sí?
–Ya que tal
vez haya salvado el mundo… aunque no estemos seguros de ello, ¿puedo hacerte
una pregunta?
–Hazla.
–¿Qué son
los dioses?
–Una mentira
que se os prohíbe cuestionar.
–¿Con qué
fin? –curioseó Sukurlam, sólo por conversar.
–Con el de
ocultar las grandes mentiras detrás de ella: si no podéis cuestionaros la
existencia de los dioses, ¿cómo vais a haceros preguntas de verdad?
–¿Y cuáles
son las grandes mentiras? –quiso saber él, Astaroth sonrió divertida.
–Bondad,
justicia, honor y todo eso. Los hombres necesitáis creer que existe un orden
bajo las cosas, que podéis medir y juzgar el mundo en términos fácilmente
comprensibles.
–¡Pero esas
cosas existen! ¡El viento no mora en ningún lugar ni se ve si no es a través de
aquello que embiste o acaricia, y sin embargo existe!
–Y no
obstante el viento no embiste ni acaricia: únicamente es viento. El valor que
le das es algo humano, hecho a tu escala, hecho para juzgar lo que ocurre y
darle un sentido: si barre tu casa, es perjudicial; si destruye a tu enemigo,
es benéfico.
–Entonces, ¿vivimos
en el caos? –Astaroth, al oír esas palabras, liberó una risotada cristalina.
–Caos es
sólo lo contrario a orden –le aclaró ella–, la misma mentira vista desde el
otro lado. ¿Crees que el mundo se va a derrumbar si no le das un significado? No
desesperes: a los demonios aún les queda una fe infinita en los hombres.
Comenzaron a
caminar en silencio, dejando atrás la torre, ahora sin poder.
–Astaroth –volvió
a decir Sukurlam, deteniéndose.
–¿Sí?
–¿Qué
demonios eres tú?
El ancla del tiempo by Jorge Roussel Perla is licensed under a Creative Commons Attribution-NonCommercial-NoDerivatives 4.0 International License.
Based on a work at http://parafernaliablablabla.blogspot.ie/.