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Sí, caballeras y caballeros, conservo escrupulosamente unos estándares de baja calidad a los que me debo.

domingo, 1 de enero de 2017

Entrada de blog: Recuerdos


Entrada de blog: Recuerdos:

            Tú tenías catorce años y yo diecinueve y, como era lo único que había entre tú y yo, decidimos encontrarnos en la adolescencia.
De modo que nos bebíamos la noche, nos fumábamos las clases y medíamos el tiempo en amores hechos.
Como no sabíamos nada, pensábamos que lo sabíamos todo. Los errores se acumulaban en nuestra cuenta y al despertar cada mañana volvíamos a la vida para cuestionárnoslo todo, ser libres y opinar que el mundo estaba mal.
Miles de orgasmos se deslizaban por nuestras piernas y todo aquél que no nos conocía nos llamaba “hermanas”, porque siempre estábamos hablando o riendo. Nuestras conversaciones eran días enteros en la cama, juntas.
Evoco nuestra juventud jugando bajo la nieve de hojas de otoño, soltando bromas sin palabras.
Siempre nos reímos, durante años y años, y eso es algo que, al recordarlo hoy, me encanta. Y me acuerdo de cuando iba a buscarte al instituto y nos masturbábamos y nos besábamos entre los coches, delante de la puerta de tu casa, porque hacía calor en primavera.
Pero, ¿sabes? En realidad te escribo por esa vez que dormimos en aquel camping, en una cabaña en el bosque, con esos dos chicos. Creo que nunca he dejado de pensar en eso. Nos dieron de fumar porros muy cargados, ¿te acuerdas? Y al principio, bien, hablábamos de videojuegos, disfrutábamos de chocolate gratuito y tal, pero poco a poco nos fueron empezando a dar miedo. Yo te miraba y lo veía en tus ojos: estabas tan acojonada como yo. No recuerdo qué decían exactamente… sin embargo había algo en sus palabras que hizo que saltaran todas nuestras alarmas. Empezaron a resultar amenazantes, la amabilidad que habían desplegado al principio se había disipado, las historias que contaban habían adquirido súbitamente un tinte grotesco y violento, la forma en la que se dirigían a nosotras había cambiado. Y ellos se reían y nosotras nos sentíamos incómodas y acorraladas por momentos.
Sé que tenías sueño, supe que te dormirías, mi hermana: habíamos estado todo el día de aquí para allá y al día siguiente nos íbamos a pegar una paliza correteando por la montaña, y después de esa fumada se te cerraban los ojos pese al temor. Y, no sé por qué hay gente que lo confunde, pero una cosa es una fantasía y otra la vida real, a mí las agresiones sexuales me provocan un terror enorme, ya sabes lo que me pasó con mi padre, por eso siempre leía espantada sobre el tema, quizás de forma algo masoquista.
Pero estábamos ahí, juntas, y uno de los dos, no el grandote sino el musculado, taponó parcialmente la puerta de salida con su litera. Y encendía y apagaba ese extraño mechero que tenía todo el rato. Y yo estaba muerta de miedo.
Así que no me quité las lentillas.
Bajé de la cama y me preguntaron que qué coño hacía ahí rebuscando en mi mochila, de forma muy desagradable. ¿Y qué iba a estar haciendo? Pues coger el móvil, ¿por qué les tenía que dar explicaciones a esos dos? Les dije que no estaba haciendo nada, mientras, le escribí un mensaje a un amigo, dormía casi en la otra punta del camping, pero bueno, por si acaso.
Me quedé toda la noche despierta.
Recuerdo que había un agujero en el techo y que no dejaba de mirar a las estrellas y contar los segundos. Los dos chicos se movían en la oscuridad, se escribían mensajes en silencio –estuvieron escribiéndose durante una hora como poco– y el fuerte jugaba con su mechero, afortunadamente no se atrevieron a salir de la cama.
Me gustaría pensar que fue porque yo estaba allí, de pie, junto a la puerta y dispuesta a abrirla y gritar muy fuerte y correr y salvarnos. A la cama no me volvía.
Al final se acabaron durmiendo, pero yo me quedé allí por si acaso.
Veía fogonazos de luz a veces, supongo que por la mezcla de cansancio y drogas. Esperé durante horas, luchando contra el sueño, cabalgando el terror.
Y recuerdo que al amanecer te acaricié y seguí ahí, apoyada en la pared, con los brazos cruzados y cara de malas de pulgas, también por si acaso, hasta que abriste tus preciosos ojos verdes y te vi sonreír, te levantaste y pude besarte y pudimos marchamos.
Y pensé que eras la chica perfecta para mí y que siempre lucharía por defendernos.

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