“Me lo contaron y lo olvidé. Lo vi y lo entendí. Lo hice
y lo aprendí.”
CONFUCIO.
Un día de clase:
Zera era muy
ignorante, de modo que un día decidió meterse a profesora, disfrutaba además de
un profundo conocimiento de lo que su ignorancia significaba, así que procuraba
no empañarla con verdades absolutas. Las verdades absolutas echaban al hombre a
perder: para empezar lo hacían aburrido. Las frases lapidarias constituían
siempre la más obvia de las mentiras, por no mencionar que resultaba del todo
vulgar tomar la parte para estrangular al todo. Al parecer sólo la tiranía
había podido emplear la verdad con algún grado de éxito, aunque éste había sido
invariablemente estúpido.
Por su parte
Zera se tenía por una mujer perspicaz porque, fuera del aula de educación
primaria, la gente no solía entender lo que decía y sobre todo porque dentro sí.
El aula,
esta semana, era un bosque lejano con un riachuelo, la temperatura estaba
configurada en lo que en los estrictos baremos computacionales venía a
traducirse como “agradable”, y los niños, que obviamente no estaban allí más
que como realidades virtuales –aunque la diferencia entre real y virtual apenas
podía ser percibida de ningún modo–, se sentaron en el suelo.
–La libertad
sin igualdad y la igualdad sin libertad devienen abusos del poder, es una frase
de Scott Jiménez, niños. ¿Algo que decir?
Nat, la niña
irreverente, y Sen, el niño avispado, cuchichearon entre ellos.
–¿Los siglos
del capitalismo y del comunismo temprano? –inquirió Sen.
–¡Ese rollo
de que el poder estaba en manos de unos viejos raros! –añadió su compañera.
–Exacto –se
congratuló su profesora.
–Es eso de
que cuando los países fueron a ver las deudas que tenían –siguió Nat– y vieron
que nadie podía pagar nada, entendieron que el mundo había funcionado sin
dinero y nadie había muerto.
–Bueno, la
frase tiene más que ver con los ciudadanos –precisó Sen–, ¿no?
–¡Pero si no
existían! –dijo Jake indignado.
–¡Profe!
–exclamó Ling-Ling para llamar su atención–. ¿Cómo podía la gente vivir así?
¿Por qué no se rebelaban contra el poder? Por qué votaban cada no sé cuánto y
punto? ¿Por qué dejaban que otros eligieran por ellos?
–El poder
político y financiero –comenzó Zera a decir– les había convencido de que a) no
eran un grupo social y de que no tenían fuerza para unirse y b) que cualquier
alternativa al capitalismo era irrealizable, imposible y no era siquiera
deseable.
–¿¡Y se lo
creyeron!? –inquirió Penny riéndose y mirando a sus compañeros–. ¡Si eran
libres sólo para comprar!
–¡Casi todos
salían mal parados! ¡Unos pocos tenían casi todo, los de arriba empujaban a los
de abajo! ¡Y les parecía normal que el Estado no les diese casa, salud o
trabajo gratuitos! Bueno y… ¡Tenían Estado! ¡Qué tontos! –soltó Trish.
–No eran
tontos –aclaró Zera en tono conciliador–. Pensad en nuestra sociedad, ¿acaso no
tiene problemas? ¿No hay injusticias?
–Digo yo,
sí… pero antes era peor: pobreza estructural, pena de muerte, no había libertad
de expresión en casi ningún sitio. Excepto en ese par de siglos en que parecía
que todo se iba a… al garete… ésos… lo que sea.
–El
Dogmatismo se llama eso –la ayudó Zera. La información estaba ahí para
cualquiera, aunque a la profesora no le inquietaba en absoluto la vagancia en
sus alumnos.
–Gracias.
Pues eso, durante el Dogmatismo no había libertad de expresión en ningún sitio
en absoluto.
–De nada.
Pero no eran tontos, algunos eran muy inteligentes. Pensad que lo mismo podrían
decir de nosotros en el futuro y no sería verdad: una persona estúpida tiene
una respuesta bien definida, una inteligente, signos de interrogación para
contestar. Y no tratéis de reducir épocas enteras en un par de frases porque
nunca daréis en el clavo: con un par de palabras suele bastar.
–Seguro que
era porque vivían menos de cien años, eso le tiene que tocar a uno la cabeza
–colaboró Penny.
–Qué va,
cuando te mueres siempre es demasiado pronto –aseguró Nat.
–¿Y la gente
creía que los robots iban a matarles en un apocalipsis tecnológico? –inquirió
Jake–. ¡Mola!
–Sí, aunque
ya sabéis lo que pasó: los humanos nos acabamos fusionando con los androides.
Somos nuestra peor pesadilla –señaló Zera con una sonrisa–. Las cosas sucedieron
gradualmente, la tecnología se convirtió en nuestra forma de vida cuando llegamos
al neolítico, después y durante toda la historia siempre se ha insistido en que
vivíamos mejor cien años antes. Aunque, ¿queréis saber cuál es el momento más
asombroso para mí a nivel tecnológico?
–¡¡¡Sí!!!
–dijeron todos a coro, incluido Tal-Hesra, el niño de la especie alienígena de
los nim que solía hablar menos y ocuparse más en ver desfilar cadenas de datos
ante sus ojos, pensar en sus cosas o desarrollar excusas elegantes sobre su
continuada ausencia a partir de axiomas preferiblemente endebles.
–De entre
las cosas interesantes que nos han ocurrido como especie – comenzó Zera a
exponer–, mi momento favorito fue cuando la física rompió sus barreras y cuando
la ley de Itak fue demostrada tanto hipotético-deductivamente como, unos años
más tarde, empíricamente. No nos bastaba con reformular un problema en base a
nuevas hipótesis, se trataba de reformular las estructuras mentales a través de
las cuales accedes al hecho. Se trataba de manipular y adaptar a cada situación
la naturaleza de los datos con los que la física había trabajado
tradicionalmente.
Los siete
niños esperaron un par de segundos pensativos, después sonrieron.
–¿Con qué
compararíais el procedimiento? –preguntó Zera.
Nat y Sen se
miraron y luego, con ojos brillantes, exclamaron:
–¡Con el
pensamiento lateral!
–¡Ah…! –se
sorprendió Jake al caer en la cuenta.
–¡Es verdad!
–convino Penny.
–¡Jo, el
pensamiento lateral…! –concordó Trish entusiasmada.
–¿Y con la
poesía? –comentó Ling-Ling.
–Y con el
arte en general, ¿no? –dijo Tal-Hesra.
–Sois los
alumnos más listos del mundo, niños –afirmó su profesora.
–Eso se lo
dices a todos –le reprochó Sen entre risas.
–Sí, pero no
deja de ser cierto en cada caso –siguió Zera–. Y ahora, decidme, ¿qué momentos
os gustan a vosotros?
Y ellos
volvieron a pensar.
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