Blacksad:
La luz seguía
colándose a través de las persianas.
El tráfico
no se había detenido. Ni las protestas, ni las pancartas.
Y ella
estaba tirada en el sofá intentando comprender la escena.
Aquél otro
tipo estaba ahí, muerto y… sí, muy muerto en su salón, sobre los restos de la
estantería de cristal hecha añicos. Y no era justo, le gustaba esa estantería. Además
el cadáver había caído también sobre los restos de inocencia que le hubieran
podido quedar. Y tampoco era justo, le gustaba la inocencia: no requería
explicaciones. Sin embargo empezaba a sospechar que era como el cristal: si se
rompía y si tenías el coraje suficiente, podías pegar los pedazos en un arduo y
largo proceso, pero siempre sería un poco más difícil ver al otro lado.
A este lado,
no obstante, había sangre sobre las luces LED y, a juzgar por el olor, heces.
Ella se
había servido un vodka en uno de esos vasos cuadrados.
Los hielos
flotaban, tintineando, y no tenía fuerzas para secarse las lágrimas.
Al parecer,
si mucha gente piensa que eres un monstruo, no te queda más remedio que vivir una
pesadilla.
Las
pesadillas, claro, tienen una enorme ventaja sobre la realidad, sin importar lo
terroríficas que sean: acaban, despiertas y después nada importa.
La humanidad
era el problema, suponía, la humanidad negada a otra gente. Existe en este
mundo una larga lista de personas que no son personas: como lo fueron los
negros, las divorciadas, los criminales, los esclavos, los minusválidos, las
prostitutas, los sin techo o los transexuales. Como ahora lo son aquellos que
se parecen demasiado a un androide y demasiado poco a un ser humano.
Ella no
tenía muy claro en qué consistía ser una mujer: simplemente había nacido y después
todo había ido ocurriendo con bastante naturalidad. Sin embargo había mucha
gente que insistía en que una mujer no podía ser lo que ella era y que la gente
como ella simbolizaba el principio del fin de la especie.
Y el inconveniente
de ser un símbolo es que no proporciona demasiado espacio para ser una persona.
Por otra
parte ver la evolución pervertida en dogma dejaba un regusto amargo… aunque
igual era el vodka.
Desgraciadamente
nada de eso cambiaba el hecho de que un tío estuviera muerto en su puto salón.
Alguien
llamó a la puerta.
¿Llamaría
educadamente a la puerta una turba enfurecida a fin de que ella, confiada, abriera?
Era un subterfugio básico que sólo requería un poco de coordinación, así que
parecía improbable.
–Soy yo
–dijo una voz de hombre alarmado al otro lado de la puerta.
–Eso dicen
todos y suelen estar equivocados –respondió ella abriendo y preguntándose por
qué demonios tenía una de esas puertas viejas con cerrojo.
Él se metió
apresuradamente en la casa y cerró la puerta, aunque ésta estaba rota y se
volvió a abrir.
Intentó
decir algo pero parecía tener un nudo en la garganta al ver el estado del
salón.
–¿Lo has
visto? Tenía una pistola –dijo la mujer refiriéndose a su difunto asaltante,
hacía gala de una extraña calma bajo las lágrimas, el rastro de la resignación
al consumirse.
Él comenzó a
hiperventilar, ella le sentó en el sofá con cuidado, la mujer después se derrumbó y
vomitó.
–Estoy
llamando a la policía.
–Tú mismo –consiguió
decir ella a cuatro patas sobre la alfombra.
–Makár
Ivánov… –se produjo una pausa–. Efectivamente… –otra pausa–. Sí, se ha
producido un asesinato, el vídeo está circulando entre los manifestantes, ¿les
paso una copia? Sí, sí… –ella siguió vomitando sonoramente–. Sí, es decir, no
–seguía hablando Makár, pasándose el dorso de la mano sobre su frente sudorosa–,
no, es la calle de al lado, pero la manifestación llega hasta aquí también –él
le buscó un pañuelo con la mirada, pero le costaba centrarse. Tras unas
palabras, cerró la conversación con la policía–. Deberías sentarte –se
sorprendió a su mismo en su profesionalidad–, deberíamos calmarnos y pensar qué
vamos a hacer. ¿Cómo estás…? Daria, no sé si entie… –él se detuvo en seco,
perplejo–. ¿Estás borracha?
–¿Cómo voy a
estar borracha? –le miró, incrédula, a su vez–. ¡Eres un jodido trabajador
social, ¿es que no puedes ponerte en mi lugar?!–le espetó, indignada, él le
miró en respuesta, visiblemente herido–. Perdona, no sé dónde están mis
modales, ¿quieres un lingotazo? –dijo cogiendo la botella y meneándola.
–Gracias, sigo
trabajando –y declinó la oferta con un gesto.
–¿Más gente
con nano-máquinas o capacidades raras?
–No, un
adolescente se ha fugado de la casa de sus padres, vive aquí al lado.
–¿Amor,
drogas duras, emmm… unos progenitores ineptos aunque bienintencionados?
–Creo que
esto entra en la categoría de amor. No es nada grave, no es como… –intentó
buscar una frase carente de maldiciones, se decantó por– no es como esto.
–Ya, me han
jodido la puerta y he tenido que... –ella empezó a sollozar, señalando al
desafortunado sobre el cristal–. Hasta me tiemblan las piernas, pero… No sé,
puedo tener un ataque de ansiedad o algo así y volverme histérica o… bueno, no
tenerlo –resolvió.
–¡Aún puedes
escapar, la policía puede protegerte y, además, te rebajarán la pena!
–suplicaba él, afuera las sirenas empezaban a sonar distantes.
–Makár, agradezco
tu ayuda pero, yo diría que esta mierda escapa un poco a tu preparación como
vendedor de aspiradoras –ella miró a la calle: tres pisos más abajo la gente
comenzaba a señalar su casa y a tirar cosas contra la entrada principal–. Ya
está, tienen el vídeo, mucho estaban tardando, y la pasma no tiene efectivos
suficientes ni para protegerte a ti, o igual los tienen, pero los políticos…
–Aún no han
entrado… –comentó él, ella miró de nuevo a la calle para cerciorarse.
–Ahora sí
–respondió Daria–. No seas tonto y sal de aquí –dijo, abriendo la ventana y arrojándose
a la calle.
Cayó encima
de alguien, escuchó un hueso roto y comenzó a correr embistiendo todo lo que
encontraba a su paso.
Sólo veía una
muchedumbre sin rostro, sólo oía imprecaciones e insultos.
Sintió
sangre sobre sus nudillos al pegar puñetazos.
Esquivaba
los golpes que se dirigían hacia ella, pero eran muchos, notó cómo el ojo de
una mujer reventaba bajo su puño. Los que intentaban agredirla con las manos
desnudas no volvían a hacerlo dos veces.
Escuchó tela
rota, notó el desgarro del hilo sobre su piel, sintió frío.
Notó una
mano cálida agarrándola de un brazo y después otras más. Otras manos se
aferraron a su otro brazo, inmovilizándola.
Sintió
miedo, no quería morir, no quería sufrir.
Aún podía
pegar patadas, los impactos rompían costillas, cúbitos y tibias.
Alguien le abrió
la cabeza con una barra de hierro y ella empezó a sangrar.
Y a gritar y
a llorar de dolor y terror.
Makár
consiguió abrirse paso entre la turba, la vio sobre el asfalto, en un charco de
sangre. La estaban golpeando con la barra de hierro en el cráneo.
Sus ojos se encontraron.
Él la
miraba, le hubiera gustado haber podido hacer algo.
Ella le
miraba, le hubiera gustado decirle que había hecho cuanto había podido. Si
vives una pesadilla demasiadas noches seguidas, puedes acabar convirtiéndote en
un monstruo.
El mundo no
era justo, sólo era un lugar lleno de excusas y gente perdida.
Blacksad by Jorge Roussel Perla is licensed under a Creative Commons Reconocimiento-NoComercial-SinObraDerivada 4.0 Internacional License.
Creado a partir de la obra en http://parafernaliablablabla.blogspot.ie/.
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