Hola, soy Marta Roussel Perla, y soy autista, minusválida, mujer y trans,
de modo que estoy bastante familiarizada con la discriminación, con el
autoconocimiento y, ahora, también con la felicidad.

Invisible by Marta Roussel Perla is licensed under a Creative Commons Attribution-NonCommercial-NoDerivatives 4.0 International License.
Based on a work at http://parafernaliablablabla.blogspot.ie.
Invisible:
Éste no es un
texto literario, sin embargo he tomado la decisión de escribirlo de todos modos,
a pesar de que se trata más bien de una reflexión personal.
Empezaré con
una frase que puede resultar sorprendente: soy invisible.
Voy por la
calle y nadie me ve, me miro al espejo y no soy el reflejo. Recuerdo que
siempre fue así, de niña era invisible también, aunque, como quería saberme una
más, me decía: “tal vez mañana, tal vez mañana consiga verme en el espejo”, muy
consciente de que aquello no podía ocurrir por arte de magia ni aunque yo
creyera, como creo, en toda la fantasía de los sueños.
Nací como
mujer transexual y no como hombre cisgénero, y eso que llaman transición es una
quimera: yo no he sido ningún hombre que se convierte en mujer y no todas las
personas trans sienten la necesidad de modificar su aspecto.
Por mi parte,
me he criado y he crecido –angustiada por los cambios que en mi cuerpo tenían
lugar– rodeada de gente que sabía que yo estaba ahí, pero no podía verme. A
veces incluso me ocultaba un poquito deliberadamente, porque siempre me resultó
evidente: si me dejaba ver, habría gente que querría hacerme daño. Cuando era
niña ya había bastante gente que no era nada amable conmigo de todas formas… Reconozco
que nunca me ha gustado ocultarme en sus frases o actitudes para sobrevivir, no
obstante lo he hecho, he sido cobarde, y no me siento orgullosa. Y tengo muy
buena memoria. Pero aún más imaginación.
La niñas y
adolescentes trans podrán vivir una vida plena de mujer, yo he conocido ese
privilegio masculino que se asienta en la dominación de otros desde bastante
cerca, muy a mi pesar, mientras me prohibía ser y me convertía en nada.
Algunas
personas dicen que esto se elige, pero, ¿por qué iba alguien a elegir algo así?
¿Por qué alguien querría pasar de ser una mujer invisible a una mujer
invisibilizada? ¿Quién desearía la incomprensión, las posibles agresiones
físicas y sexuales, el riesgo de asesinato porque algún imbécil quiere hacer de
este mundo un lugar mejor, o un estigma que puede afectar a casi cualquier
aspecto de la vida? Habrá que mantener al pobre patriarcado…
No obstante no
le tengo ningún miedo a nada de eso porque quien se niega, niega también el
mundo, convertida la mente en una trampa para sí misma.
Además, por lo
que sé de los hombres, ninguno de ellos contemplaría jamás con buenos ojos, y
estoy segura de que en ningún caso, renunciar a su pene. No sólo por el enorme
valor simbólico que ellos le conceden (tamaño, frecuencia de uso, un hombre sin
pene es poco menos que una mujer, un hombre es definido por su pene, todas las
mujeres quieren pene, etc.), sino porque, alejándonos de esa metáfora de la
masculinidad (que difiere de un caso a otro, hay hombres más o menos machistas
y más o menos feministas), al fin y al cabo, es su órgano sexual y no creo que a
nadie le haga mucha gracia que le amputen aquello que usa para hacer el amor,
follar o como cada cual lo considere. Cuando las tenga, yo no querría verme
otra vez sin mis tetas, por ejemplo.
Por mi parte cada
semana voy dos horas a que me quiten el pelo de la cara, uno a uno: aguja,
electrocución, pinzas. Uno a uno. Aguja, electrocución, pinzas. Cada paso
duele. Cada pelo duele. La gente no suele utilizar este método y prefiere el
láser: es mucho más suave, pero no elimina el cabello al cien por cien. La
primera vez que tocó la parte del bigote dolió tanto que pasé dos horas ahí,
tendida en esa camilla, llorando sin parar, callada e imaginando que un día
este proceso acabará.
Por suerte los
tiempos han cambiado: hace tan sólo unos años había únicamente una salida
laboral para las mujeres trans, y no me interesaba en absoluto.
Ahora tengo
que ahorrar miles de euros, aunque sea una obrera, así que salgo poco y me
pierdo en mi mente: siempre hay historias ahí dentro.
Cuando vuelvo
de la depilación estoy un poco más contenta porque puedo contemplar mi rostro
un poco más. Y sonrío con una sonrisa que nunca había visto en mí. Y lloro las
mejores lágrimas del mundo.
En algún
momento recuperaré mi voz. Y no pararé de hablar.
En algún
momento recuperaré mi cuerpo, aunque tenga que cargar con unos hombros un poco
más anchos de lo que me gustaría.
Ha habido
gente que me ha llamado obsesionado con las lesbianas y maricón al mismo tiempo
mientras me recriminaba que hablara como una chica: la ironía de un
contrasentido construyendo un punto ciego. No querían verme, yo estaba ahí,
intentando ser yo, y no me veían.
No se daban
cuenta de que soy la única dueña de mi discurso. No se daban cuenta de que mi
felicidad no es un trastorno mental, sino mi camino.
No es tan
complicado. Somos mujeres, nada más. Y hoy toca luchar. Ser una mujer
transexual es como ser una mujer alta o una mujer que trabaja en una
multinacional, no interfiere en absoluto con lo que somos por más que cada
persona sea un mundo.
Y no, no me
siento una mujer, porque yo me siento cansada o con energía, triste o feliz,
con ganas de hacer cosas o con ganas de vaguear. Nunca se me ha pasado por la
cabeza que pueda haber algo como sentirse hombre o mujer. Un sentimiento, un
pensamiento, una experiencia, son conceptos limitados que apenas expresan quién
soy yo, ¿me siento acaso una amante con talento? ¿Me siento una jugadora de
videojuegos dedicada? ¿Me siento una gran comedora de chocolate? ¿Me siento una
trabajadora diligente? ¿Me siento una dormidora competente? No, eso son cosas
que soy, siendo generosos con las categorías.
No, no me
siento mujer.
Lo soy.
Y no necesito
que nadie me lo certifique, gracias.
Los hombres y
mujeres trans no somos un tercer género: ese páramo ininteligible de
inhumanidad. En realidad es muy sencillo: somos hombres y mujeres.
Romper el
binarismo no implica un tercer género tampoco, sino contemplar un amplio
espectro ahí donde nos han dicho que miremos a dos polos fijos, precariamente
construidos, que no tienen nada que ver con ese horizonte lleno de posibilidad
que es la realidad: un continuo que no tiene por qué atar a nadie. Estoy
convencida que con la claridad que aportamos las personas transexuales, y sobre
todo la que aportan las no binarias en este asunto, el feminismo va a acabar
con la idea de género tal y como la conocemos. En ese momento una buena parte
de este texto, si no todo, quedará anulado, soy consciente, pero, aunque
podamos lanzarnos varios siglos hacia adelante, vamos paso a paso.
Y para hoy éstas
son mis palabras.
El hecho de
que a mí se me percibiera como un hombre por mi aspecto físico no implica que
fuera o sea un hombre: nunca lo he sido y nunca podría serlo.
Sé
perfectamente que mi vida sería mucho más sencilla en algunos aspectos
(superficiales) si me mantuviera invisible. Sé que sería mucho más fácil para
mí encontrar pareja, conseguir un trabajo o caminar sola por la noche.
Por eso a
veces tengo miedo.
Pero yo no
puedo ser amada como si fuera un hombre porque ahí no hay ningún yo, sólo una
máscara a la que renuncio, un disfraz que no voy a llevar.
Yo sólo puedo
ser amada. Y apreciada por lo que soy, percibida como quien soy.
Y cada segundo
que pasa soy más fuerte, y me parezco más a la guerrera tan tímida y extraña
que llevo dentro.
No me
convierto en otra cosa, sólo me quito la máscara y regreso a quien soy.
Y al final, cuando
todo esto acabe, romperé ese puto espejo.

Invisible by Marta Roussel Perla is licensed under a Creative Commons Attribution-NonCommercial-NoDerivatives 4.0 International License.
Based on a work at http://parafernaliablablabla.blogspot.ie.
No hay comentarios:
Publicar un comentario