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Sí, caballeras y caballeros, conservo escrupulosamente unos estándares de baja calidad a los que me debo.

martes, 1 de enero de 2019

Aquelarre

Aquelarre:

–Bueno… –comentó Kalani tirada sobre el asiento de atrás en el que había estado dormitando hasta hacía unos minutos. Senescal Piruleta estaba en el asiento de copiloto, disfrutando del viento con la lengua fuera–. Tú mataste a los dos hermanos que se cepillaron a ese novio tuyo tan horrible, lo entiendo, aunque no te sientes mejor. Ese par de capullos simplemente creyeron que tu novio te estaba violando. Tenían razón.
–¿Tú qué puedes saber? –Sniezhana detuvo el coche de golpe, su tono no era en absoluto amigable. Kalani no entendía demasiado bien a qué se debía el enfado, pero respondió lo único que pensaba que podía responder:
–Sé lo mismo que tú. No querías, te dolía, te violaba.
–Yo le amaba –insistió Snieshka.
–Lo sé –Kalani la miró a los ojos. Su interlocutora evitó su mirada: temía perderse en ese azul sin fondo y su poder, perder su alma en ese cúmulo de pensamientos que ya no eran de nadie, Kalani también desvió la suya, pensativa–. Normalmente la gente huye de la verdad –dijo–, supongo que tiene cierto sentido... aunque no es una decisión muy inteligente. Normalmente tratan de enterrarla bajo un buen montón de palabras, pero tú podrías hacerle frente. Ella sólo verá verdad en ti –le aseguró sonriendo–, te lo puedes tomar con calma –Kalani se mantuvo pensativa unos instantes–. Sólo la gente fuerte puede vivir en este mundo y dejar de sobrevivir a él.
De haber podido, Kalani hubiese dicho que leía mentes sin pensar. No era exactamente intencionado, tenía ciertos problemas a la hora de considerar la privacidad ajena cuando experimentaba cómo los pensamientos de su compañera entraban al asalto en su mente…
Desesperación, tristeza, recuerdos tercos y sueños rotos, la realidad destruyendo la ilusión, la sombra de la soledad languideciendo. Su amado Sasha haciéndole daño sin detenerse, la muerte que nunca llegaría, la eternidad como un infierno personal. Todo era demasiado para Kalani. Y todo era demasiado para Snieshka.
–El resto de hombres –reconocía esta última– han sido peores que él: me han prostituido, me han devorado brazos y piernas, me han vendido y comprado. No es mi culpa sangrar siempre. Ningún hombre bueno puede amar a un ser como yo.
–Tenía una amiga: Audrey –soltó Kalani, recordando que hubo un tiempo en que no se sabía peligrosa para los demás–. Te hubiese venido genial hablar con ella. Nadie tiene el derecho de hacerte daño, Sniezhana –a Kalani le costaba trabajo hacer su empatía funcionar, además coincidía en que ningún hombre bueno podía amar a Snieshka, aunque de algún modo quería consolar a su compañera porque a fin de cuentas no había elegido el tormento de no crecer, de modo que tras unos segundos de dudas y silencio dijo–. Me aburro. ¿Quieres que cambiemos de conductora? Así descansas.
–No es necesario –contestó Snieshka tomando una curva–. El problema, en realidad, no es que te acostumbres a soportar su actitud, porque nunca te acostumbras. El problema es que te acostumbras a sentirte mal debido a ella y a pensar que eso no significa nada, que tú no significas nada. He matado a demasiada gente y demasiada gente ha pasado por encima de mí –Kalani la miró con expresión bovina–. A ti nunca te hubiera ocurrido algo semejante –Snieshka respiró hondo, sentía que Kalani era como una niña ingenua que pensaba que los problemas se podían arreglar sólo con buena voluntad, le sonrió con cierta tristeza y Kalani sonrió a su vez, encantada, tal vez eso era lo que la hacía fuerte–. ¿Por qué no me hablas del asentamiento de Faro? He oído historias, pero lo cierto es que desconozco vuestra cultura.

Había un alce en medio de lo que quedaba de carretera, moribundo.
Su cornamenta parecía descomunal.
Snieshka detuvo el vehículo a regañadientes, a cierta distancia del animal.
El sol pasaba entre las copas de los árboles tomadas por los pájaros.
–No podemos dejarlo así –insistía Kalani desde el asiento de atrás.
–Voy yo –zanjó Sniezhana–. ¿Sabes si hay algún pensamiento alrededor?
–Si no estoy viendo a las personas, puedo tardar unos minutos… Intentaré concentrarme.
–No deberías exponerte –se quejó Snieshka al ver a su compañera salir del coche.
–La chatarra no es demasiado buena parando las balas… –observó Kalani dando un toquecito sobre el capó oxidado del vehículo. Senescal Piruleta olisqueaba la hierba y el verde que crecía en la antigua carretera mientras se acercaba zigzagueante al alce.
Kalani se aproximaba también en ese baile sutil que ella llamaba andar.
Snieshka se detuvo en seco al llegar ante el imponente animal.
Vio un agujero de bala en el lomo.
–¡Es una emboscada! –exclamó en un susurro.
Alguien corrió hacia el coche, Senescal Piruleta corrió hacia ese alguien. Más personas aparecieron entre los árboles del bosque.
El anteriormente mencionado Alguien disparó tres veces y el perro liberó un ladrido de dolor y cayó, pesado, al suelo.
Senescal Piruleta aullaba y gemía, con tres balas incrustadas en el cuerpo, sangrando y sin apenas mover más que sus patas delanteras, mientras miraba a Kalani en una súplica por entender el dolor. Y Kalani no podía calmarlo y eso le hacía llorar y ahogarse en una respiración entrecortada. No comprendía tanta información, se sentía abrumada, se sentía sobrepasada por el dolor.
Gritó con toda la fuerza de sus pulmones.
Y todo el mundo cayó al suelo.
Sólo Snieshka consiguió levantarse con esfuerzo, apoyándose en su espada, mientras intentaba asimilar qué había ocurrido con su cerebro. Veía sangre sobre los restos de asfalto, era suya.
De alguna manera se sentía decepcionada.
Habían pasado unos segundos, tal vez unos minutos. No podía saberlo pero su cuerpo ya parecía recuperado a pesar de que debía haber muerto. Veía a Kalani abrazándose desesperada a su perro.
No dejaba de llorar y sangraba por la nariz profusamente mientras abrazaba y mecía a Senescal Piruleta, rodeado de rojo. Y Senescal Piruleta gimoteaba cada vez con menos fuerza y ella le sujetaba las patas y la cabeza para no dejarle ir.
Él la miraba con ojos tristes, pidiéndole auxilio. Ella sólo sollozaba, impotente.
–No podemos quedarnos aquí. Kalani. ¡Kalani! ¡No podemos quedarnos aquí! ¡Paiéjali!
Estaban rodeadas de cadáveres.
Los lobos comenzaron a aullar a lo lejos.
Y un enorme camión se detuvo ante ellas mientras Kalani observaba furiosa al conductor.

–…y tenía un pene gigante, pero –puntualizó Kalani– no sangré la primera vez que lo hicimos: Cole era súper suave. Luego a la segunda ya sí porque pensábamos que no iba a sangrar y nos vinimos arriba y tal.
–Creo que eso no tiene que ver con la vida en el asentamiento de Faro, Kalani –dijo la pequeña Snieshka mientras conducía–. ¿Podrías intentar ser algo más genérica y no limitar vuestras costumbres a tu vida sexual?
–No. Echo de menos follar y en el asentamiento follaba mucho, no sólo con Cole. La verdad es que las primeras veces son las peores…
Snieshka quedó pensativa y Kalani se perdió en el verde del paisaje que veía.
–Hiciste un buen trabajo durante estos meses en Arriba –comentó Sniezhana–. Cazaste a cada uno.
–Y a cada una –se rio Kalani–. Jack es un hombre poderoso, no creo que sea una mala persona pero sus manos están manchadas de sangre y sólo ve soluciones dentro de un sistema defectuoso, de modo que esas soluciones también son injustas. En Arriba la gente es esclava del poder y de una idea distorsionada del orden. Las prisiones sólo crean una sensación ficticia de seguridad… a posteriori. Es el reconocimiento de que no has resuelto el problema. Una puta mierda, vamos.
–¿Hay prisiones en Faro?
–Hay castigos duros –Kalani se encogió de hombros–, vienen a ser la misma mierda.
–Es una buena respuesta en términos de suministros –señaló Snieshka.
–El problema de encontrar una buena respuesta es que intentamos que las preguntas encajen en ella y no al revés –Kalani desconfiaba de las palabras, la gente tendía a confundirlas con la realidad muy a menudo y eso llevaba a toda clase de disparates. La realidad, sin embargo no cabía en el pensamiento sino que se presentaba sin más y en ocasiones te hacía decir:–. ¡¿Qué coño es eso?!

El conductor bajó del camión y se acercó a Kalani mientras ella sangraba por la nariz y respiraba con esfuerzo, exhausta.
Éste le dio las llaves y fue a llamar a los demás hombres y mujeres.
Kalani apoyó la espalda contra la parte frontal del camión, luego se sostuvo con las manos en las rodillas mientras tosía y luchaba por tomar aire.
Snieshka también se ocultó junto a ella, miraba a su compañera, preocupada.
Kalani, al ver a los demás tras su parapeto, se interpuso en su camino y éstos se detuvieron ante ella.
Una de ellos le tiró a Sniezhana otras llaves, eran grandes. Snieshka se dirigió a la parte de atrás del camión.
La puerta de atrás se abrió y los rayos del sol llegaron al interior de aquél enorme remolque ante la perplejidad de quienes se encontraban allí.
–¡Son esclavistas! –vociferó Snieshka tras abrir la puerta–. ¡Hay gente aquí… Niños y niñas en su totalidad!
–Lo sé –sentenció Kalani con los labios y la barbilla ensangrentados mientras su pecho subía y bajaba, aún a un ritmo frenético.
El conductor les pegó a sus compañeros, uno a uno, un tiro en la cabeza, luego se disparó a sí mismo.
Senescal Piruleta ya había muerto.
Kalani se dirigió a la parte trasera del camión respirando entrecortadamente, visiblemente agotada.
–¿Sabes a dónde se dirigían? –interrogó Snieshka.
–Sé el nombre de la ciudad –respondió Kalani entre toses, después subió como pudo al remolque del camión, dentro olía a cerrado y a sudor.
–Kalani, los niños tienen miedo –huían de ellas dos, apretujándose contra las paredes del camión y contra las provisiones, evitando asimismo una caja gigante.
–¿Qué?
–Estamos cubiertas de sangre, Kalani.
–Ufff… estoy muy cansada, ¿puedes ocuparte de ellos? No soy demasiado buena calmando a la gente… es decir, sin poderes.
Snieshka bajó a los niños y a las niñas del camión y se quedó hablando con ellos, explicándoles que eran libres y que podían quedarse en Faro si es que no sabían cómo llegar a sus hogares o no estaban dispuestas a hacerlo.
Kalani se aproximó a la caja, llena de curiosidad. Tenía una abertura a la altura del suelo, era de madera y estaba cubierta por una lona de plástico gruesa y raída. Dio tres golpes con la mano, como si llamara a una puerta. Del otro lado recibió otros tres golpes a modo de respuesta.
–¿Quién eres? –gritó un poco para hacerse oír.
–Me llamo Rona –respondió la mujer recluida al mismo volumen.
–¿Por qué te tienen miedo los críos?
–Maté a Daryl, un completo hijoputa, cuando me pasaba una bandeja de comida por esa ranura que ves ahí abajo. Luego los muy cerdos les dijeron a los niños que se turnaran ellos para meter la bandeja por la ranura. Aún no les había dado tiempo a los pobres pero han visto morir a un gilipollas aquí mismo. Es normal que estén aterrorizados.
–¿Tienes algún sitio al que volver?
–No –Kalani abrió la puerta con el juego de llaves y Rona sólo vio en ella una sonrisa sincera y unos ojos azules que parecían estar concentrados en alguna otra cosa. Kalani vio a una mujer con la piel parecida a la de Cole y, como ya sabía que era sincera, todo lo demás le daba igual.
–Si quieres –le propuso Kalani– puedes viajar con nosotras. También somos brujas. O sea… no bailamos desnudas a la luz de la luna ni nada de eso, sólo tenemos poderes raros que nos joden la vida y nos la arreglan a partes desiguales.


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