–Bueno… –comentó
Kalani tirada sobre el asiento de atrás en el que había estado dormitando hasta
hacía unos minutos. Senescal Piruleta estaba en el asiento de copiloto,
disfrutando del viento con la lengua fuera–. Tú mataste a los dos hermanos que
se cepillaron a ese novio tuyo tan horrible, lo entiendo, aunque no te sientes
mejor. Ese par de capullos simplemente creyeron que tu novio te estaba
violando. Tenían razón.
–¿Tú qué
puedes saber? –Sniezhana detuvo el coche de golpe, su tono no era en absoluto
amigable. Kalani no entendía demasiado bien a qué se debía el enfado, pero
respondió lo único que pensaba que podía responder:
–Sé lo mismo
que tú. No querías, te dolía, te violaba.
–Yo le amaba –insistió
Snieshka.
–Lo sé –Kalani
la miró a los ojos. Su interlocutora evitó su mirada: temía perderse en ese
azul sin fondo y su poder, perder su alma en ese cúmulo de pensamientos que ya
no eran de nadie, Kalani también desvió la suya, pensativa–. Normalmente la
gente huye de la verdad –dijo–, supongo que tiene cierto sentido... aunque no
es una decisión muy inteligente. Normalmente tratan de enterrarla bajo un buen
montón de palabras, pero tú podrías hacerle frente. Ella sólo verá verdad en ti
–le aseguró sonriendo–, te lo puedes tomar con calma –Kalani se mantuvo
pensativa unos instantes–. Sólo la gente fuerte puede vivir en este mundo y
dejar de sobrevivir a él.
De haber
podido, Kalani hubiese dicho que leía mentes sin pensar. No era exactamente intencionado,
tenía ciertos problemas a la hora de considerar la privacidad ajena cuando
experimentaba cómo los pensamientos de su compañera entraban al asalto en su
mente…
Desesperación,
tristeza, recuerdos tercos y sueños rotos, la realidad destruyendo la ilusión,
la sombra de la soledad languideciendo. Su amado Sasha haciéndole daño sin
detenerse, la muerte que nunca llegaría, la eternidad como un infierno
personal. Todo era demasiado para Kalani. Y todo era demasiado para Snieshka.
–El resto de
hombres –reconocía esta última– han sido peores que él: me han prostituido, me
han devorado brazos y piernas, me han vendido y comprado. No es mi culpa
sangrar siempre. Ningún hombre bueno puede amar a un ser como yo.
–Tenía una amiga:
Audrey –soltó Kalani, recordando que hubo un tiempo en que no se sabía
peligrosa para los demás–. Te hubiese venido genial hablar con ella. Nadie
tiene el derecho de hacerte daño, Sniezhana –a Kalani le costaba trabajo hacer
su empatía funcionar, además coincidía en que ningún hombre bueno podía amar a
Snieshka, aunque de algún modo quería consolar a su compañera porque a fin de
cuentas no había elegido el tormento de no crecer, de modo que tras unos
segundos de dudas y silencio dijo–. Me aburro. ¿Quieres que cambiemos de conductora?
Así descansas.
–No es
necesario –contestó Snieshka tomando una curva–. El problema, en realidad, no
es que te acostumbres a soportar su actitud, porque nunca te acostumbras. El
problema es que te acostumbras a sentirte mal debido a ella y a pensar que eso
no significa nada, que tú no significas nada. He matado a demasiada gente y
demasiada gente ha pasado por encima de mí –Kalani la miró con expresión bovina–.
A ti nunca te hubiera ocurrido algo semejante –Snieshka respiró hondo, sentía
que Kalani era como una niña ingenua que pensaba que los problemas se podían
arreglar sólo con buena voluntad, le sonrió con cierta tristeza y Kalani sonrió
a su vez, encantada, tal vez eso era lo que la hacía fuerte–. ¿Por qué no me
hablas del asentamiento de Faro? He oído historias, pero lo cierto es que
desconozco vuestra cultura.
Había un alce
en medio de lo que quedaba de carretera, moribundo.
Su cornamenta
parecía descomunal.
Snieshka
detuvo el vehículo a regañadientes, a cierta distancia del animal.
El sol pasaba
entre las copas de los árboles tomadas por los pájaros.
–No podemos
dejarlo así –insistía Kalani desde el asiento de atrás.
–Voy yo –zanjó
Sniezhana–. ¿Sabes si hay algún pensamiento alrededor?
–Si no estoy
viendo a las personas, puedo tardar unos minutos… Intentaré concentrarme.
–No deberías
exponerte –se quejó Snieshka al ver a su compañera salir del coche.
–La chatarra
no es demasiado buena parando las balas… –observó Kalani dando un toquecito
sobre el capó oxidado del vehículo. Senescal Piruleta olisqueaba la hierba y el
verde que crecía en la antigua carretera mientras se acercaba zigzagueante al
alce.
Kalani se
aproximaba también en ese baile sutil que ella llamaba andar.
Snieshka se
detuvo en seco al llegar ante el imponente animal.
Vio un agujero
de bala en el lomo.
–¡Es una
emboscada! –exclamó en un susurro.
Alguien corrió
hacia el coche, Senescal Piruleta corrió hacia ese alguien. Más personas
aparecieron entre los árboles del bosque.
El
anteriormente mencionado Alguien disparó tres veces y el perro liberó un
ladrido de dolor y cayó, pesado, al suelo.
Senescal
Piruleta aullaba y gemía, con tres balas incrustadas en el cuerpo, sangrando y
sin apenas mover más que sus patas delanteras, mientras miraba a Kalani en una
súplica por entender el dolor. Y Kalani no podía calmarlo y eso le hacía llorar
y ahogarse en una respiración entrecortada. No comprendía tanta información, se
sentía abrumada, se sentía sobrepasada por el dolor.
Gritó con toda
la fuerza de sus pulmones.
Y todo el
mundo cayó al suelo.
Sólo Snieshka
consiguió levantarse con esfuerzo, apoyándose en su espada, mientras intentaba
asimilar qué había ocurrido con su cerebro. Veía sangre sobre los restos de
asfalto, era suya.
De alguna
manera se sentía decepcionada.
Habían pasado
unos segundos, tal vez unos minutos. No podía saberlo pero su cuerpo ya parecía
recuperado a pesar de que debía haber muerto. Veía a Kalani abrazándose
desesperada a su perro.
No dejaba de
llorar y sangraba por la nariz profusamente mientras abrazaba y mecía a Senescal
Piruleta, rodeado de rojo. Y Senescal Piruleta gimoteaba cada vez con menos fuerza
y ella le sujetaba las patas y la cabeza para no dejarle ir.
Él la miraba
con ojos tristes, pidiéndole auxilio. Ella sólo sollozaba, impotente.
–No podemos
quedarnos aquí. Kalani. ¡Kalani! ¡No podemos quedarnos aquí! ¡Paiéjali!
Estaban
rodeadas de cadáveres.
Los lobos
comenzaron a aullar a lo lejos.
Y un enorme
camión se detuvo ante ellas mientras Kalani observaba furiosa al conductor.
–…y tenía un
pene gigante, pero –puntualizó Kalani– no sangré la primera vez que lo hicimos:
Cole era súper suave. Luego a la segunda ya sí porque pensábamos que no iba a
sangrar y nos vinimos arriba y tal.
–Creo que eso
no tiene que ver con la vida en el asentamiento de Faro, Kalani –dijo la
pequeña Snieshka mientras conducía–. ¿Podrías intentar ser algo más genérica y
no limitar vuestras costumbres a tu vida sexual?
–No. Echo de
menos follar y en el asentamiento follaba mucho, no sólo con Cole. La verdad es
que las primeras veces son las peores…
Snieshka quedó
pensativa y Kalani se perdió en el verde del paisaje que veía.
–Hiciste un
buen trabajo durante estos meses en Arriba –comentó Sniezhana–. Cazaste a cada
uno.
–Y a cada una –se
rio Kalani–. Jack es un hombre poderoso, no creo que sea una mala persona pero
sus manos están manchadas de sangre y sólo ve soluciones dentro de un sistema
defectuoso, de modo que esas soluciones también son injustas. En Arriba la
gente es esclava del poder y de una idea distorsionada del orden. Las prisiones
sólo crean una sensación ficticia de seguridad… a posteriori. Es el
reconocimiento de que no has resuelto el problema. Una puta mierda, vamos.
–¿Hay
prisiones en Faro?
–Hay castigos
duros –Kalani se encogió de hombros–, vienen a ser la misma mierda.
–Es una buena
respuesta en términos de suministros –señaló Snieshka.
–El problema
de encontrar una buena respuesta es que intentamos que las preguntas encajen en
ella y no al revés –Kalani desconfiaba de las palabras, la gente tendía a
confundirlas con la realidad muy a menudo y eso llevaba a toda clase de
disparates. La realidad, sin embargo no cabía en el pensamiento sino que se
presentaba sin más y en ocasiones te hacía decir:–. ¡¿Qué coño es eso?!
El conductor
bajó del camión y se acercó a Kalani mientras ella sangraba por la nariz y
respiraba con esfuerzo, exhausta.
Éste le dio
las llaves y fue a llamar a los demás hombres y mujeres.
Kalani apoyó
la espalda contra la parte frontal del camión, luego se sostuvo con las manos
en las rodillas mientras tosía y luchaba por tomar aire.
Snieshka
también se ocultó junto a ella, miraba a su compañera, preocupada.
Kalani, al ver
a los demás tras su parapeto, se interpuso en su camino y éstos se detuvieron
ante ella.
Una de ellos
le tiró a Sniezhana otras llaves, eran grandes. Snieshka se dirigió a la parte
de atrás del camión.
La puerta de
atrás se abrió y los rayos del sol llegaron al interior de aquél enorme
remolque ante la perplejidad de quienes se encontraban allí.
–¡Son
esclavistas! –vociferó Snieshka tras abrir la puerta–. ¡Hay gente aquí… Niños y
niñas en su totalidad!
–Lo sé –sentenció
Kalani con los labios y la barbilla ensangrentados mientras su pecho subía y
bajaba, aún a un ritmo frenético.
El conductor
les pegó a sus compañeros, uno a uno, un tiro en la cabeza, luego se disparó a
sí mismo.
Senescal
Piruleta ya había muerto.
Kalani se
dirigió a la parte trasera del camión respirando entrecortadamente,
visiblemente agotada.
–¿Sabes a
dónde se dirigían? –interrogó Snieshka.
–Sé el nombre
de la ciudad –respondió Kalani entre toses, después subió como pudo al remolque
del camión, dentro olía a cerrado y a sudor.
–Kalani, los
niños tienen miedo –huían de ellas dos, apretujándose contra las paredes del
camión y contra las provisiones, evitando asimismo una caja gigante.
–¿Qué?
–Estamos
cubiertas de sangre, Kalani.
–Ufff… estoy
muy cansada, ¿puedes ocuparte de ellos? No soy demasiado buena calmando a la
gente… es decir, sin poderes.
Snieshka bajó
a los niños y a las niñas del camión y se quedó hablando con ellos,
explicándoles que eran libres y que podían quedarse en Faro si es que no sabían
cómo llegar a sus hogares o no estaban dispuestas a hacerlo.
Kalani se
aproximó a la caja, llena de curiosidad. Tenía una abertura a la altura del
suelo, era de madera y estaba cubierta por una lona de plástico gruesa y raída.
Dio tres golpes con la mano, como si llamara a una puerta. Del otro lado
recibió otros tres golpes a modo de respuesta.
–¿Quién eres? –gritó
un poco para hacerse oír.
–Me llamo Rona
–respondió la mujer recluida al mismo volumen.
–¿Por qué te
tienen miedo los críos?
–Maté a Daryl,
un completo hijoputa, cuando me pasaba una bandeja de comida por esa ranura que
ves ahí abajo. Luego los muy cerdos les dijeron a los niños que se turnaran ellos
para meter la bandeja por la ranura. Aún no les había dado tiempo a los pobres
pero han visto morir a un gilipollas aquí mismo. Es normal que estén
aterrorizados.
–¿Tienes algún
sitio al que volver?
–No –Kalani
abrió la puerta con el juego de llaves y Rona sólo vio en ella una sonrisa sincera
y unos ojos azules que parecían estar concentrados en alguna otra cosa. Kalani
vio a una mujer con la piel parecida a la de Cole y, como ya sabía que era
sincera, todo lo demás le daba igual.
–Si quieres –le
propuso Kalani– puedes viajar con nosotras. También somos brujas. O sea… no
bailamos desnudas a la luz de la luna ni nada de eso, sólo tenemos poderes
raros que nos joden la vida y nos la arreglan a partes desiguales.
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